Por Guillermo Santana
Aquí la oscuridad nace apenas bajo las sábanas, pero todo, absolutamente todo carece del misterio de la noche.
Te miro sostenida por una cuerda tan levemente imperceptible que nadie diría que existe, hoy esperaba ninfas naciendo bajo la lluvia, un torbellino de agua, un ascenso de criaturas concebidas para hablar del mal o de la delicia de los bares, pues todo debería estar cubierto por la luz de la luna inundando de plata sobre gelatina, mármol tallado por la llovizna, pero la luna, se fue por un subterráneo al mar.
Hoy no es la piel de ninfas la que viene a visitarnos, tampoco tus pensamientos extraviados en los confines del mundo, luces que se desvanecen cada lustro.
Mañana, las ninfas en el cielo habrán hecho una nueva oración que comience en la bruma y que termine en tus ojos, se habrán entumecido en el silencio, pululado profundas en el soplo de un lago citadino. Seguramente, habrán renunciado a su trabajo ardiente y sigiloso, quizá destrozaron su contrato previamente endosado a siglos de trabajo.
Pero estoy seguro, esta noche observas algo que las palabras no alcanzan a descubrir, dime entonces ¿Por qué no hablamos una lengua silenciosa?
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