9. LA ASCENSIÓN (3/3)

por Alejandro Roché

ABRAXAS

Una mujer arropada en un sudario negro que cubre completamente su cuerpo y rostro, le habla a una pequeña de pelo blanco y piel marchita que se encuentra a su lado.

—¿Por qué lo escuchas? Sus palabras son huecas, de la boca de ese hombre emana la peste. El dios del que habla es un demonio. El blanco jamás podrá ser negro; no existe el color gris. Él confunde a los hombres y mujeres trayéndoles libertinaje disfrazado de libertad, trae albedrío para saciar las pasiones; sin embargo, los seres humanos son criaturas duales, su vida es insatisfecha si el placer y el dolor no se conjugan en su devenir. Si todo es placebo, éste dejaría de existir, pues no podría definírsele, ya que no existiría su antítesis. Pero tú eres aún muy pequeña para poder comprender esas cosas. ¿Quiénes son tus padres, que te han dejado en la cueva del lobo?

—Yo soy diosa, hija de dioses, nacida entre la carne para dar Luz y Vida a los hombres, pero al verte, sé que mi vida no tardará en languidecer. No flaqueéis como el resto de la humanidad; vieron llegar miseria, hambruna y culparon a los dioses sin comprender que era sólo consecuencia del proceder humano.

—Todo el que escucha a mi padre, penetra en el laberinto de la duda y la confusión, hasta que Chaos se apodera de su mente, avasallándolos en la servidumbre de Fobos y Deimos en el palacio del gran Rey Rojo.

—Pero pocos son los que escuchan a tu padre, yo misma vi cómo se marchó la gran mayoría.

—Lo que tus ojos ven son ilusiones; no ves la esencia. ¿No comprendes que mi padre penetró y sembró la incertidumbre en sus pensamientos? Ha destruido los cimientos de su fe, y ahora sólo han de pasar algunos días para que vuelvan en busca de la verdad y la palabra viva inexistente en la doctrina de mi padre.

—¿Y por qué te resistes a creer en tu padre?

—Por naturaleza mis oídos son sordos a sus palabras. No así mis tres madres, ni mis hermanas; ahora todas son ciegas y sirven a Fobos y Deimos.

—¿Tu padre sirve a esos grandes señores?

—Mi padre sólo sirve a su padre, y él le dio una guardia de sicarios que en el mundo han levantado grandes templos a Chaos, y en las noches de luna llena, ellos, mi padre, sus hijas, y demás sirvientes, se entregan a Eros.[1] Yo sólo observo mientras veo las estrellas, quienes ya me anunciaban tu llegada, pues tan patético es mi aspecto, que ni siquiera pudiste reconocerme de entre una mortal… Podría resistirme a ir contigo si tuviera toda mi fortaleza, pero desde que nací, los sermones de mi padre me asfixian, y el día de tu llegada era sólo cuestión de tiempo, pues así está escrito, y ello no cambiará si Nike se embelesa en los brazos de mi abuelo.

—¿Por qué no alzas tu voz mucho más alto y fuerte que la de tu padre? De tanto pregonar, alguien te escuchará.

—Mi tiempo aún no ha llegado y cada día me debilito. Soy la endeble flama de una vela, vientos impetuosos quieren extinguirme, y aún en contra de mi voluntad tendré que ir contigo. Si los hombres no me invocan, si ellos pierden su fe en mí, yo no tengo razón de existir.

Entre tanto, Deizkharel continúa hablando ante los hombres y mujeres, quienes escuchan atentamente toda palabra emanada de sus labios.

—Un ultimo consejo les doy. Observen al hombre y a los animales. Dense cuenta de que el ser humano es el más enclenque de todos los seres vivos. No tiene los pies tan rápidos como el chita, el león o el guepardo, ni tampoco los brazos tan fuertes como el gorila, ni tiene alas para volar como el albatros, sus ojos ni siquiera pueden compararse con los del lince o el águila, carece de branquias para respirar en el agua. Pero la Natura les dio a los hombres un músculo tan fuerte y poderoso que ningún otro animal posee. Yo les digo que si usan sabiamente esa cualidad única en ustedes, podrán correr tan rápido como su imaginación se los permita, saltarán alto y tocarán las estrellas, sus ojos no sólo verán el mundo micro y el macro, sino todas las manifestaciones de la materia, penetrarán tanto en lugares materiales como en planos superiores, donde sólo es posible acceder si se tiene conocimiento en esencia y en forma de las cuatro primeras dimensiones; serán tan fuertes que al estirar su mano el mundo será suyo y se inclinará ante ustedes, porque la única diferencia entre dioses y mortales radica en que nosotros estamos despiertos, conocemos las fuentes de la felicidad y la infelicidad, que son universales e individuales, por ello no deben pregonarlas, porque los ciegos creerán en su verdad como absoluta, e imitándolos fundarán credos.

—¿No es contradictorio lo que dices? Hablas de encontrar la verdad interna y no divulgarla cuando la hallemos. ¿Pero no es lo que tú haces ahora?

—Yo, Deizkharel, el hijo del innombrable que ha peregrinado desde la Montaña de Sion hasta el valle de Josafat para estar ante ustedes, he hablado con sinceridad, desconfiar de mis palabras es el primer indicio de una mente en evolución, porque sólo la verdad los hará libres, quizá mis palabras son mentira, quizá todo lo escuchado es la psicosis de un demente. Escudriñen mis palabras, no hay claridad oculta, no hay misterio que no sea develado, no hay farsa que se sostenga en la eternidad, no hay filosofías absolutas; todo es mentira cimentada en verdades, porque éstas son simples, semejantes a ladrillos, y superpuestas son engañosas, son edificaciones ilusorias; sofismas.

Dicho esto, Deizkharel se retira, deja a los hombres y mujeres alrededor de la fogata. Camina hacia un enorme árbol seco y hueco, en cuya entrada, escritas con fuego se leen las abreviaturas “TEM OHP AB”. Adentro, se encuentra la niña que dice ser su hija, acompañada de la misma mujer con quien platicaba en el sermón de Deizkharel, y éste, al entrar, hace caso omiso de las mujeres presentes y camina hasta sentarse en una saliente del tronco. La niña se acerca, besa su mano para recostarse a sus pies, mientras Deizkharel coloca entre sus manos un óbolo.

Deizkharel inclina ligeramente la cabeza a manera de saludo, manteniendo la mirada fija en su huésped, en tanto habla.

—Mis saludos para ti, tus hermanas y el viejo Caronte.[2] ¿A que has venido?

—¿Por qué habría de decirte lo que bien sabes?

—Tienes razón, permanezcamos en silencio y platiquemos como dioses.

La mujer pregunta a Deizkharel, sin que algún sonido perturbe la oquedad, pues su conversación es psíquica.

—¿Por qué esa lealtad hacia tu padre? ¿Percibes la maldad que su culto involucra? ¿Puedes distinguirla? Tu filosofía es hueca, dices traer la libertad, una liberación para el espíritu y, sin embargo, lo que tú predicas es la esclavitud al deseo, a las pasiones humanas, rebajas al hombre a un simple animal, incitándolo a dejarse llevar por lo que dicten sus instintos.

—Me reclamas y me reprochas como si ello fuera una calamidad. Olvidas que cuando alcanzamos la serenidad, nos desprendemos de la carne, no así de nuestros sentimientos. Yo les traigo libertad de poder saciar y hastiarse de todo placer que su cuerpo reclame. Los dioses son injustos, pues bajo la falacia de complacer los mandatos de divinidades iracundas, éstos imponen leyes, principios y normas, cuya única finalidad es la de entretener a seres imperfectos, cuyos vicios son iguales o mayores a los del ser humano. Si los dioses fueran benévolos quitarían de la naturaleza del hombre el ansia de placer. ¿Por qué prohibir un deseo natural? Los deseos no son malos ni buenos, simplemente son necesidades propias de la Natura, y ella es mi madre y padre a un tiempo.

—¿Comprendes por qué los dioses imponen tales preceptos?

—Ellos prometen una recompensa eterna; sin embargo, tú y yo que somos dioses, sabemos la verdad. Todos formamos parte del Cosmos, del Bios. Cuando una estrella se extingue no desaparece, sólo se transforma, su existencia es eterna aunque carece de conciencia. Cuando la carne muere, ésta se pudre para dar paso a la vida, y el alma de esta carne muerta sólo transmuta.

—No, eso es mentira, estás confundido. Los Dioses te compadecen, así como a quienes tus palabras sumergen en el abismo de la desesperación; tú no puedes enseñar nada a nadie, porque tu mirada está perdida, en ella encierras a un bebé deambulando en un paraje de confusiones.

—Es lo que tú quisieras creer. Yo estoy sentado en la cima del mundo y a mi sitial lo sostienen ciento cuarenta y cuatro mil espíritus y en mi cabeza se ciñe mi hija Aya Irene, en cambio, a ti únicamente te sostienen dos pies.

Hay tantos dioses como estrellas y tú mejor que nadie sabes que no existe paraíso alguno, sólo está mi padre; él es el Todo. Cuando la carne se pudre, vuelve a ser parte de su creador: la Natura, el Cosmos, y tal vez ella lo haga reencarnar o quizá lo convierta en una roca durante mil años. Existen castigos porque el hombre cree en ellos, yo vengo a liberarlos de creencias, a estar por encima de los dioses para escapar de sus garras.

—¡Calla! Me doy cuenta de que tu padre te instruyó, mas no toda la verdad te fue develada. Únicamente hablas de placer, si todo en la vida fueran satisfacciones, el hombre ya no existiría, sólo sería un animal como antes lo fue.

—Y ustedes los dioses tienen miedo de ello. Mas, ése no es mi objetivo, yo vengo a liberarlos, a quitar el velo de sus ojos, a mostrarles el esplendor de su naturaleza de la cual se avergüenzan, y que gracias a ella son lo que son. ¿Qué sería de los dioses sin los hombres? ¡Nada! La mayoría de ustedes ni siquiera un recuerdo. Necesitan de la humanidad, pues su energía los mantiene vivos, son dioses de barro, necesitan del ser humano para existir. ¿Qué sería de ustedes si nadie los recordara, si nadie invocara su nombre? Dejarían de ser dioses y volverían al seno materno; claro, esto no incluye a los descendientes de mi padre, quienes pueden vivir por encima de las creencias y que, sin embargo, también son adictos de las adoraciones, empero, sin excepción, todos somos pequeños, el único Ser Supremo es mi padre, él no necesita ser recordado para existir, no necesita de plegarias ni oraciones, él siempre con los brazos abiertos da la vida y la quita, no por maldad, sólo es para cerrar el círculo. De la putrefacción nace la vida; si ella fuera eterna tú no existirías y el equilibrio se rompería.

Date cuenta que los dioses existen gracias al hombre. Él nació de la Natura; ella es la suma de todas las fuerzas que deben mantenerse en movimiento, porque la energía que hoy es carne, mañana será la luz que ilumine un nuevo día.

F i n

 

***

Que sus actos hablen por su fe y no sus labios, y si su vida es perniciosa ante la comunidad, más les valiera no haber nacido, o bien, debieran saltarse el cráneo para arrojarse al abismo más profundo de la tierra; pues ay de aquél que sea causa de corrupción entre los suyos, porque cuando llegue la hora de la verdad, su alma será confinada en el Gehenna junto al tercio de estrellas caídas, donde las tinieblas les abrasarán, el fuego consumirá toda reminiscencia de fe y esperanza, y ahí, su suplicio no tendrá igual.

Del Libro de los Humildes, 40, 1-9.

 

NOTAS

[1] Dios griego del erotismo. Sus funciones místicas suelen compaginarse junto con Afrodita, diosa del amor, sólo que Eros tiende mas al plano sexual.

[2] Según los griegos, tenía como tarea trasladar a las almas de los muertos a través del río Estigia. Este río era la división del mundo terrenal del mundo de los muertos. Caronte sólo transportaba a los muertos y como pago a sus servicios se le daba una moneda, por eso muchas veces a los muertos se les ponía un óbolo (moneda griega) al ser enterrados.

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

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