XXI. COMPRAR PAN

por Alejandro Roché

INTROSPECCIÓN

Un hombre entrado en años con maletín en mano y detrás de él un niño con túnica rojiblanca, seguramente su monaguillo, estaban en un puesto de frutas a las orillas del mercado.

—¡Padre, Padre!, que bueno que lo veo.

El otro lo vio y como resignándose al encuentro, sólo asintió con la cabeza y extendió su mano. Don Brian la tomó y la besó.

—Padre, necesito que me bendiga unas cosas para difunto.

—A ver. ¿Dónde están tus cosas? —Respondió con peculiar voz ABARITONADA, seguramente forjada y pulida de tanto cantar en las misas diarias.

—¿Pero las va a bendecir aquí? ¿No podríamos ir a la iglesia?

—Voy a visitar a los enfermos, regreso hasta la tarde. Es lo mismo, no tiene nada de malo la calle, lo que importa es la bendición.

—Está bien, usted disculpe.

Del morral que traía, le entregó la charola, las yerbas y la ropa. El padre juntó sus manos y, entre murmullos, extendió sus manos santiguando las cosas.

—Ya puedes ir en paz.

—Pero no le echó el agua bendita.

Con más resignación que fastidio, tomó el hisopo del acetre y roció abundantes gotas sobre las cosas.

—Hijo, recuerda que la bendición llega con la oración, el agua no es necesaria, porque…

—¡Padre, padre! —llegó un mozo con pinta de marinero— dos barcos ABARLOABAN en el muelle y chocaron, hay muchos muertos y heridos, necesitamos que vaya, padre.

—Hijo, me retiro.

Don Brian sólo asintió, mientras sacaba de su bolsa unas monedas para contarlas, pero el padrecito ágilmente tomó de la palma varias monedas y, entre sorpresa y enojo, le devolvió una mirada. A lo que el padre solemnemente y con el dedo índice derecho, señalando al cielo le dijo.

—¡Chalequin domini, hijo! ¡Chalequin domini!

El dinero lo dejó en la bolsa izquierda de su chaleco y después estiró la mano para que fuera besada.

—Pasas a ver al sacristán para que agende tu misa. No se te olvide. Yo parto hacia el muelle. Quiera Dios y la desgracia no se grande.

El padre siguió al mozo, detrás de él el monaguillo y, más adelante, alcancé a ver que se subieron a una carreta. Nosotros volvimos a seguir nuestro camino y un poco molesto comentó:

—No sé por qué se pone sus moños el padrecito, si le estoy pagando, y de paso agarra lo que quiere. Si el agua no sirviera de nada, pues entonces no llevaría agua bendita con él. Ya casi acabamos, sólo nos falta comprar el pan, aquí a dos calles hay una buena panadería en donde hacen el pan y no creo que nos digan que no… Mira que no quisieran vender el pan en la otra panadería porque cuando es pan de difunto debemos apartarlo con antes.

—Hubiéramos dicho que era pan para fiesta. ¿No?

—¡Si no es Chana es Juana! ¿Cómo andas de calor, no se te antoja un agua? Ahorita que veamos algo nos detenemos, ya hace sed, pero es que no he querido detenerme porque luego el tiempo se va y se va, si aún con el atajo, apenas nos va a dar tiempo, pero ahorita, mira ya casi llegamos a la panadería, todavía no se ve, pero a poco no te llega el olor a pan recién hechecito. Si nada más con el aroma se despierta el hambre. ¿Habrá cosa más sabrosa que el pan calientito? Un bolillo remojado en leche o, mejor aún, remojado en un chocolate caliente. A mí me gusta comerme hasta la migaja, yo le entro a todo, todo, si esta panza no es de a gratis. Vamos a ver si ya tienen pan, si no, pues lo encargo y luego venimos por él. Buenas, ¿tiene pan?

—Sí, ahí están las teleras, bolillos, pan español y de este lado está el pan de dulce; todo es de la mañana, pero ya está por salir el de ahorita.

—Es que quiero unas 300 piezas, ¿si tendrá?

—No, es mucho pan.

—No se junta ni con el que está por salir.

—Sí, pero y luego, ¿qué vendo?

—Ándele, señito, no le haga. ¿Esta panadería es de don Michel, no?

—No, es que si no luego qué vendo, y pues no. Es que cuando quieren así, se debe encargar con antes; así como así no se puede.

—No sea mala, háblele a don Michel.

—No, no va querer y luego el señor no está.

—Pero estará su esposa, dígale que don Bryan quiere pan para un velorio.

—¡Ha! ¿Es un velorio?

—Bueno, déjeme ver.

La señora que atendía el local se metió por una puesta que conectaba al interior de la casa y, dirigiéndose hacia mí, dijo:

—¿Puedes creer? Yo creo que a este paso vamos a terminar dando galletas Marías; pero ésas son más caras, aunque también podríamos comprar una bolsa de galletas de animalitos que nunca fallan.

Sale una señora con tubos de chinos en la cabeza y con unas chanclas cuyo ruido era evidente al caminar.

—Señora, buenas tardes, soy amigo de don Michel, ¿sí me reconoce?

La señora se le quedó viendo por unos momentos y sólo movió la cabeza con molestia evidente.

—No, no lo conozco; todos sus amigos son igual de briagos que él. ¿Tiene difunto? ¿Quiere pan?

—Sí, es para difunto y, pues, quiero ver si me puede vender unas 300 piezas.

—¿Quién sé murió?

—Pues, verá, es complicado, pero soy yo, yo soy el que se va a morir.

En ese momento pareciera que a la mujer se le hubiera disparado la furia desde su interior y empezó a gritar.

—¡Semejante, briago, borracho! ¡Qué cree que somos aquí!

—¡No!, ¡espere!

—¡Qué espere ni qué espere! ¡Salus!, ve por una escoba para correr a estos semejantes…

—¡No!, espere, no es lo que usted cree.

La mujer que atendía la panadería, presurosa se metió a la casa y la señora les empezó a aventar bolillos y teleras que tenía a un lado, a lo que mejor salieron del lugar.

—¡Vieja loca!, si sólo queremos comprar pan.

Ya estaban a varios metros de ahí, cuando desde fuera de la panadería, blandiendo la escoba en todo lo alto, gritó:

—¡Y si regresan, aquí los espero!

—Así como la viste, así tal cual, mi señora. No, si vieras que no han sido pocas las veces en que me he querido ir, dejarlo todo, pero no, sí la quiero así con todo y su genio, es buena mujer, o tal vez yo soy muy pendejo, que igual y las dos cosas, yo muy pendejo y ella muy cabrona. Porque como diría Jassiel, para que haya un abusado, tiene que haber un abusivo; siempre van de la mano. Pero bueno, mira, mejor desistamos del pan, y vayamos por galletas de animalitos, vamos con don Justin, ahí tiene de todo.

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