Por Alberto Navia
El año 1968 es una de las épocas más vibrantes de la Historia Moderna de la Humanidad. Es un año en que ocurren hechos que marcarían por mucho tiempo a regiones completas del planeta y que cambiaría la estructura política de nuestro mundo. En 1968 ocurre la invasión rusa a Checoslovaquia; el ejercito de los Estados Unidos realiza uno de los actos más sangrientos y reprobables en el marco de la Guerra de Vietnam: La matanza de My Lai; Martin Luther King, líder del Movimiento Afro-Estadounidense por los Derechos Civiles, es asesinado en Memphis, E.U.; en París se lleva a cabo el movimiento universitario conocido como Mayo Francés; Robert F. Kennedy es asesinado en la ciudad de los Ángeles; el grupo musical The Beatles crea su propia disquera llamada Apple Records; como parte de la carrera espacial los norteamericanos lanzan la Apolo 5 y los rusos la Zond 5; en México, el gobierno encabezado por Gustavo Díaz Ordaz del partido político PRI reprime el movimiento estudiantil con el asesinato de jóvenes estudiantes conocido como La Matanza de Tlatelolco y dos semanas después inaugura los XIX Juegos Olímpicos; el republicano Richard Nixon llega a la Presidencia de los E.U.; y, por supuesto, se estrena el cuarto largometraje del cineasta norteamericano Stanley Kubrick: 2001: Odisea del espacio.
Fue en 1968 cuando el director neoyorkino estrenaría la que sería considerada como su obra cumbre, una de las cintas más influyentes en el género de ciencia ficción que hasta entonces estaba considerada como un género menor. 2001 es uno de los primeros filmes que incursionaron en lo que ahora conocemos como “ciencia ficción dura”, un género que se identifica por su apego a la realidad científica (obviamente la “realidad científica” contemporánea a su realización). Con un guión coproducido con Arthur C. Clark y teniendo como eje el cuento “El centinela” de éste último, escrito veinte años antes, Kubrick se arriesga con una historia contada mayormente a través de la imagen, en donde los diálogos son breves y escasos y las secuencias se prolongan hasta casi sobrepasar lo razonable evitando, apenas, el oscuro abismo del sopor.
Utilizando colores acordes a la psicodelia reinante en aquellos momentos, el “Así habló Zaratustra” de Richard Strauss y el “Danubio azul” de Johann Strauss además de la música de los artistas Aram Jachaturián y György Ligeti el director estadounidense crea escenas vibrantes que llevan al observador a través de una elipsis que condensa la evolución humana desde la época de las cavernas hasta la era espacial en un poco más de dos horas y media.
Kubrick logra recrear el efecto de gravedad cero en un momento en donde los efectos visuales generados por computadora aun no existían y lo hace de una manera casi perfecta. Aun en nuestros tiempos, con todo el apoyo tecnológico con el que ahora cuentan los cineastas, el tema de la ingravidez sigue siendo un dolor de cabeza constante que muchos de ellos evitan simplemente no recreándola. Los escenarios son amplios, cómodos, minimalistas y asépticos y el vestuario, diseñado por el diseñador inglés Edwin Hardy Amies, influyó considerablemente en la moda de aquellos tiempos. Además de todo lo anterior Kubrick se atreve con un film en el que el reparto se reduce a tres actores, dos humanos y una supercomputadora (HAL 9000), durante más de la mitad de la película y, más aun, durante el último tercio del film el reparto lo constituye un solo personaje. ¡Genial, no!
A finales del año 2016, en la Ciudad de México, se instaló en la Cineteca Nacional una exposición conmemorativa de la obra cinematográfica de aquel que fuese uno de los directores mas polémicos del siglo XX y, por supuesto, una de la salas más visitadas fue justamente la correspondiente al film 2001: Odisea en el espacio.
De tal suerte que este 2018 celebramos los 50 años de vida de una obra que aun puede verse sin sentir demasiado el tiempo transcurrido. ¿Cuántas cintas conoces que hayan aguantado medio siglo sin parecer, ahora, anacrónicas? En 2001: Odisea en el espacio Stanley Kubrick utilizó técnicas tan novedosas para su tiempo que aun continúan dando una imagen de frescura a su película, lo que aunado a el apego científico brindado por el científico Arthur Charles Clarke ha convertido a este film en un ícono de la ciencia ficción y en una obra cinematográfica de culto.
Así, pues, te invito a disfrutar esta gran película y a que nos dejes tus comentarios.
Saludos.
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