LAS DEMASIADAS PALABRAS

por Roberto Marav

Por Roberto Marav


La ciencia entraña no solamente las virtudes de la exactitud

y la autodisciplina intelectual, sino también sensibilidad e imaginación.

Xavier Laborda Gil

Las demasiadas palabras

El hombre de Vitruvio » Leonardo da Vinci

 

Que me perdone el maestro Gabriel Zaid si parece que me he aprovechado del título de su celebérrimo libro. También lo pido de ti, curioso lector, que habrás notado semejante contradicción con aquel epígrafe propuesto y mi atrevimiento por fusilarme el ingenio creativo del ilustre escritor para publicitar este ensayo mío. El propósito es doble: primero, un pequeño homenaje al ingeniero que nos invita a sus reflexiones sobre la cultura del mundo de la palabra escrita llamado “libro” con un lenguaje tan amigablemente intelectual cual una conversación entre cuates y, a su vez como si fuera un tipo de hipervínculo, encaminar a quien vague por este paraje a la lectura de su siempre renovado ensayo Los demasiados libros, en tanto ejemplo al estupendo exordio del filólogo Laborda; y segundo, para tomar de pretexto la precaria idea contenida en el concepto “demasiadas” en su acepción peyorativa y derrocar el prejuicio generalizado de que hablamos más de lo que decimos.

Si me empecino con la literatura bíblica y retomo la idea de que en el principio fue el verbo, tendría que empezar por definir y precisar el significado de los vocablos en aquella oración para aproximarme a un entendimiento que satisfaga, moderadamente, mis obsesiones mentales. Para darles una idea de tan rebuscado pasatiempo, imaginen a aquel primer iluminado por los designios divinos, tratando de trasmitir aquella revelación sideral del comienzo de los tiempos. Cuál o cuantas de sus experiencias podrían emparentarse con el conocimiento que estaba(n) recibiendo el(los) cautivo(s) profeta(s) ‑vaya a saber Dios de qué manera‑, y así, crear una correspondencia afín entre la idea (psíquica, sensorial e imaginativa, etc.) y la forma (verbal) de explicarla.

Ahora, podría preguntarme y, también incitarlos a cuestionarse: ¿a qué nivel metalingüístico está referido tal concepto nombrado “principio”? ¿Cuántas analogías, alegorías, metáforas y demás comparaciones y combinaciones están involucradas en el lenguaje para manifestar una construcción del intelecto humano o cualquier otra cosa, como una emoción? Según el vago conocimiento de las tradiciones judías que me encuentro al buscar entre las arenas de la Internet, la palabra hebrea “reshit”, corresponde o ha sido relacionada con el concepto que entendemos los hispano-hablantes por “principio”, y según las lenguas inquietas de la web, aquella palabra proviene de esta otra: “rosh”, que significa cabeza. Elaborar aquí una idea, partiendo de esta somera indagación etimológica sería aventurarme en la especulación desde un menudo faro que en vez de iluminar, oscurecería con mis tenebrosas habilidades eruditas el significado de tal predicado. Pero presiento que estos planteamientos me alejan de mi propósito principal y no pienso hacer aquí un desplegado filológico ni documental ni mucho menos teológico para satisfacer mi capricho literario.

Lo que sí pretendo es que todo este parloteo funcione para justificar las variadas relaciones entre las palabras y su relevancia semántica en la construcción de oraciones, pues en cada idea articulada a una palabra, subyace toda una serie de conocimientos que hacen posible la relación, la comparación y el contraste del análisis psíquico para la creación de una imagen que cuaje en la expresión hablada o escrita. Si tomamos como ejemplo la palabra “hombre” y observamos la dependencia de sus múltiples significados con la especificidad de los otros elementos lingüísticos con los que se le relaciona, veremos cómo cambia la noción dependiendo del contexto en el que aparece. Las siguientes oraciones ejemplifican los cinco primeros sentidos de dicha palabra que recoge el Diccionario de la Lengua Española:

  1. El hombre ha nacido libre y por doquiera se encuentra sujeto con cadenas (Jean-Jacques Rousseau).
  2. Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón (Sor Juana Inés de la Cruz).
  3. Manolín ya es un hombre, es la historia de cualquiera de nosotros. Una vida normal, para quien, llegados los “cuarenta y tantos”… (Manuel Morera Montes).
  4. [ . . . ] no llores como un niño… demuestra que eres hombre… ¡a la mierda el dolor! (Alberto Cortez).
  5. Y yo, para amar, necesito admirar al que ha de ser mi hombre” (Rosa Montero).

Intercambiando la palabra “hombre” por un sinónimo afín a los diferentes significados, veremos claramente la distinción de cada concepto en las diversas proposiciones:

  1. “El ‘humano’ ha nacido libre…”. En este ejemplo se puede identificar al concepto hombre como el ser consciente que generaliza a la especie humana. Aunque en contexto y sintácticamente pueda parecernos ambiguo el término “hombre” y no contener dentro de la oración, información adicional que amplíe o precise la referencia al significado entendido, cognoscitivamente podemos advertir esa referencia, gracias al siempre inoportuno hábito de la convención social que hemos heredado desde tiempos inmemoriales. Me parece curioso ―la que pareciera afortunada coincidencia o deliberada intención―, el símil entre la disertación filosófica de Rousseau y el otro significado de la palabra en latín hommo u hominis de donde proviene nuestra palabra “hombre” que denotaba también “soldado” o “esclavo” (según la información de los filólogos de elcastellano.com).
  1. “’Varones’ necios que acusáis a la mujer…”. Aquí podemos emparejar al “hombre” como individuo del género masculino, pues en la misma oración su sentido se encuentra confrontado con el concepto del sexo opuesto.
  1. “Manolín ya es un ‘adulto’…”. Con la genial paradoja entre el apelativo hipocorístico (apodo pues) del niño y la inmediata afirmación de crecimiento en tiempo presente señalada gracias al auxilio del adverbio “ya”, podemos deducir dicha acepción de “hombre”; ni qué decir del graciosísimo y bufonesco: “llegados los ‘cuarenta y tantos’”.
  1. “demuestra que eres ‘fuerte’…”. Esta representación de “hombre” es la típica e inconfundible manía de la gente de asociar e identificar cualquier cosa por alguna particularidad, otros maniacos la llaman metonimia. En este caso en concreto, se hiperboliza una cualidad adjudicada en exclusividad al concepto común y corriente (o sea, que está en boca de todos) de la figura masculina.
  1. “…necesito admirar al que ha de ser mi ‘pareja’”. Textualmente, el “hombre” ha quedado aquí emparejado sin decir: ¡agua va!

Dentro de los pormenores de la sinonimia y la similitud entre significados, es fácil advertir que estas acepciones tienen matices parecidos y disímiles entre todas ellas pues podemos aceptar frases como: “…necesito admirar al que ha de ser mi ‘varón’” o “demuestra que eres ‘adulto’…” pero difícilmente concebiremos “Manolín ya es un ‘humano’…” o “’Fuertes’ necios que acusáis a la mujer…” en donde la clase gramatical de la palabra “fuertes” es evidente y su función adjetiva complementa al sustantivo “necios” el cual en el contexto original funciona a la inversa, o sea como adjetivo.

Esta onda de las categorías gramaticales regidas por la función que desempeñan bajo determinados contextos, puede provocarnos tremenda jaqueca a la hora de analizar abstractamente la identidad de palabras como “necios” y hacer distingos entre si es un nombre o un calificativo, pero esas delicias serán masticadas en la siguiente aproximación hacia nuestra lengua y entonces sí, asumiré con todo y sin vergüenza que siempre escribo más de lo que en realidad digo.

Chao chao.

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1 comentario

Nidya Areli Díaz Garcés 15/04/2016 - 14:11

#RobertoMarav realiza una interesante dilucidación de nuestra #lengua sobre #LasDemasiadasPalabras del discurso escrito, en el contexto del vocablo #Hombre, donde expone su polisemia y queda de relieve la riqueza de #significados de muchos #significantes del español.

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