La «era de la identidad» está llena de ruido y furia. (Bauman)
En la contemporaneidad la identidad se encuentra atravesada por una profunda problemática. En otras épocas este concepto era estable, debido a que se daba por sentado, pero ahora se ha puesto en tela de juicio y representa una constante dificultad que está situada sobre la mesa para irse diseccionando desde diversas áreas del conocimiento. Así pues, la importancia de este tema surge desde que se enuncia la pregunta: ¿Quién soy? Cuestionamiento que pocas personas responden sin titubear, porque es demasiado complejo encontrarnos a nosotros mismos. Ante esta dificultad para autodeterminarnos, en el libro La sociedad Individualizada, Bauman (2001) dirá que: “La «identidad» se ha convertido ahora en un prisma a través del cual se descubren, comprenden y examinan todos los demás aspectos de interés de la vida contemporánea” (p. 161). En ese sentido, la pregunta se ha transformado en un problema cuya ampliación y conceptualización se intentará desarrollar en este texto desde la perspectiva construida por Zygmunt Bauman. Así, la ruta que se trazará va a comenzar por delimitar el concepto de identidad líquida situándolo como una noción propia de la postmodernidad y como elemento esencial de los individuos que se desenvuelven en este tipo de sociedades, posteriormente se entrará de lleno en la novela Tres ataúdes blancos (2010) cuyo abordaje es pertinente en la línea de lo expresado por Cammaert (2012): “Tres ataúdes blancos retoma la cuestión de la identidad, pero desde un ángulo distinto (…)” (p. 173). Después, con ayuda de ciertos fragmentos, se buscará mostrar cómo opera dicho pensamiento en la configuración del personaje principal de esta obra literaria, mostrando a la identidad como forma de darnos sentido en medio de la incertidumbre propia del mundo contemporáneo. Por lo tanto, recogiendo todo lo anterior, en el siguiente ensayo se quiere defender la idea de que la identidad líquida constituye la característica principal de José Cantoná, protagonista de la novela Tres ataúdes blancos (2010) del escritor colombiano Antonio Ungar.
Ahora bien, es relevante destacar que hay otras maneras de entender la identidad, por ejemplo, desde los estudios poscoloniales (como lo hace Homi Bhabha al desarrollar este concepto a partir de una mirada multicultural), la teoría queer, los trabajos en el terreno psicosocial hechos por Erik Erikson o desde la vertiente deconstructiva del término que propone Stuart Hall. Además, este tópico ha sido tratado a lo largo de la historia de la filosofía por pensadores como Platón, Aristóteles, Descartes, Kant y Locke. En este texto se eligió el enfoque según la teoría de Bauman, porque se adapta de mejor forma a la trama de Tres ataúdes blancos, sin embargo, ante la ambigüedad y multiplicidad de significados que desbordan dicho concepto se hace necesario no desconocer esas otras voces que, ubicadas en diferentes orillas del saber, han aportado a la discusión en torno a esta problemática. Con esto en cuenta, Zygmunt Bauman nos coloca frente a un suceso irrefutable y es que, en la modernidad líquida, no existe la identidad en sentido sólido, firme o estable (Mármol, 2018, p. 4). Es decir que en la actualidad se habla de identidades múltiples y efímeras, tan volátiles como un perfume que se deja destapado y comienza a evaporarse. Dicha vacilación es provocada por la caída de los grandes discursos, condición emblemática del escenario postmoderno, o sea que el ser humano, de por sí arrojado en un mundo impredecible, ya no tiene nada a lo que aferrarse, dado que, los refugios que antes ofrecían instituciones como la religión, la familia, la política y el Estado, hoy en día se han desplomado por su propio peso.
A partir de la tesitura compuesta por Bauman se puede observar que nos encontramos en una frecuente angustia existencial por caracterizarnos; en otras palabras, existe una necesidad de hallar lugar en medio de la desestructuración del mundo contemporáneo. En este contexto, la novela Tres ataúdes blancos nos cuenta la historia de José Cantoná, un sujeto solitario, apocado, a punto de convertirse en alcohólico, que vive con su padre, el cual piensa que es un inútil, en el barrio La Esmeralda. José tiene afinidad por la música, de hecho, toca el contrabajo, se supone que estudia arquitectura, aunque parece disponer de mucho tiempo libre. La acción se desarrolla en la República de Miranda, país gobernado por Tomás del Pito, presidente que llevaba dos décadas en el poder y cuya influencia parece ser omnipotente. A mediodía José sale a comprar el desayuno y en la tienda se entera que en el restaurante Forza Garibaldi un sicario le disparó tres veces al candidato de la oposición, Pedro Akira, única esperanza de vencer a del Pito en las elecciones que se avecinaban. El candidato alternativo fue llevado a la Clínica Ignatiev y su estado era considerablemente grave. Es en ese instante cuando una de las personas que se encuentra en el lugar insulta a Cantoná, porque cree que él es Akira y que la noticia es falsa. Ante esto, el narrador-protagonista expresa:
No era yo Pedro Akira, por supuesto, como el individuo había afirmado en su insulto. No soy Pedro Akira. Y sin embargo (oh suma desgracia en sí menor) la escena del insulto demostraba que el aterrador parecido físico entre el héroe de la República y el héroe narrador de La Esmeralda podía ser percibido incluso por un completo desconocido (Ungar, 2010, p.29).
Luego, durante la noche, José da muestras de su carácter opaco cuando ruega por la vida de Pedro: “Que no me lo mataran. Que sobreviviera y siguiera siendo el mejor hombre de la República para que yo pudiera seguir siendo solamente lo que soy (una sombra, su sombra)”. (Ungar, 2010, p. 40). Poco después la historia da un giro, cuando es interceptado por tres camionetas blindadas, de una de ellas desciende Jorge Parra, excompañero de Colegio de José y asesor de Akira, él le anuncia que el candidato acaba de fallecer. Es entonces cuando se da un indicio del desdoblamiento que está próximo a efectuarse: “Me di cuenta de que la muerte de Akira era mucho más para él que solamente la muerte de Akira y mucho más para mí que pasar al otro lado del espejo y dejar de ser lo que era” (Ungar, 2010, p.44). Jorge le dice que para salvar la patria es necesario que José se haga pasar por Pedro Akira, ya que no podían dejar que la muerte de su líder sirviera para entregarle el triunfo a la derecha. Le explica que deberá fingir que se recupera en la clínica, mientras lo preparan para hacer algunas apariciones públicas antes de continuar con la campaña presidencial. Akira no tenía familiares cercanos y sus amigos aprobaban el plan de suplantación, lo cual favorecía las cosas. Dos meses después de ganar las elecciones fingirían su muerte a causa de una repentina enfermedad para que el partido de Akira tomara el poder. Jorge asegura que toda la dinámica de simulación duraría un total de cinco meses y que su esfuerzo le sería recompensado con un alta suma de dinero. Cantoná termina aceptando, lo cual se articula en
Las identidades son, consecuentemente, mercancías de un mercado globalizado; son productos de constitución abstracta, perfectamente usables para propósitos concretos individuales o colectivos, incluso, acciones políticas, pero, definitivamente concebidos para que sean consumidos al instante, probablemente por única vez y luego desechados (Mármol, 2018, p. 7).
En la anterior cita se condensan todos los periplos de Cantoná. Su identidad es usada por fuerzas externas para propósitos que él cree conocer, pero que en realidad escapan de su comprensión. Cómo se mostrará más adelante, su identidad se quita y pone con la misma sencillez que una prenda de vestir. Lo que puede entenderse en las palabras de González (2007): “Con la modernidad, la naturaleza humana, antes considerada como estable y permanente, dada, indisoluble, segura, pasó a ser una tarea obligada, una construcción en ejercicio; cada vez más sin sujeciones a los referentes colectivos que brindaban un guion de actuación” (p. 3). Esto es precisamente lo que le sucede a José desde que ingresa a la clínica para hacerse pasar por Pedro Akira. A partir de entonces se notará una constante apropiación de la figura del candidato, facilitada por personas que le enseñan cómo debe comportarse para transformarse en él. El propio Cantoná sabe que iniciará este proceso de mudanza apresurada cuando refiere: “Era la habitación 327 de la Clínica Ignatiev y yo estaba a punto de convertirme, por arte de magia, en el inimitable Pedro Akira” (Ungar, 2010, p. 51). Dicha conversión se explica cuando el protagonista nos da sus motivos para haber accedido al juego de imposturas, como cree ser un fracaso y una decepción tanto para su difunta madre como para su padre, ya esa primera identidad de José Cantoná no le representaba ningún aspecto deseable mientras que, por el contrario, la de Akira le permitía vivir una amplia gama de atractivas posibilidades:
No tuve entonces alternativa posible. O seguía siendo quien era y me condenaba al desprecio, al olvido y al oprobio de mis propios progenitores, o me robaba la identidad del gran Pedro Akira para probar con mi propia lengua las agridulces mieles del poder (Ungar, 2010, pp. 55- 56).
Esto lleva a entender que la liquidez constitutiva de José se ancla en un profundo desajuste consigo mismo. No estaba conforme con lo que era hasta ese momento, por ende, la indeterminación que hace posible su metamorfosis puede asimilarse del siguiente modo: “La dificultad de hacer de la identidad, en estos tiempos, algo nítido, algo fijo y fiable descansa en la inseguridad, en lo transitorio, precario y fluvial de nuestro proyecto de vida” (Mármol, 2018, p. 132). Esto se ilustra en Cantoná, cuando al inicio de la obra literaria no parece tener un rumbo estable, lo que se configura en la frustración personal que invade las distintas esferas de su vida. En ese orden de cosas, adquiere importancia el personaje de la enfermera Ada Neira. Después de su ingreso en el hospital nos damos cuenta que Cantoná empieza a documentarse y a tener preocupaciones por la realidad política y social del país. Lo que demuestra que se hace cargo de la nueva identidad, al tiempo que se despoja de la anterior e incluso ve a Ada y a la hermana del propio Akira a través de los ojos del político: “Por un instante mi pobre humanidad, afectada por tantos eventos en tan pocos días, sintió como si esas dos jóvenes que se abrazaban en la habitación 327 fueran las mujeres de mi vida” (Ungar, 2010, p. 72). Esto da cuenta de que está habitando la piel de Akira, sensibilizándose por personas que eran importantes para él, en definitiva: apropiándose de sus emociones. Empezamos a asistir a la liquidez cuando, por su seguridad, es trasladado a un apartamento y Ada le da un beso. Esto abre toda una serie de posibilidades insospechadas para un individuo como José, y le brinda la ocasión de acoplarse por completo a la máscara de Akira: “Empiezo a sentir, ya en esa primera noche con Ada, que soy otro” (Ungar, 2010, p. 100). Es la relación amorosa con Ada lo que terminó por detonar el proceso de anclaje de la segunda identidad. Desde ese punto de la narración es como si Pedro hubiera tomado posesión del cuerpo, las facultades mentales y los deseos de José: “El milagro se ha consumado: Pedro Akira está hablando por mí. Son míos su sentido de la autoridad, su claridad de pensamiento y su carisma” (Ungar, 2010, p. 119). Ahora el protagonista es feliz, manifiesta locuacidad y recibe ovaciones por parte de los ciudadanos que lo escuchan en sus intervenciones públicas. Está tan seguro de sí mismo que no tiene miedo de exponer pruebas contra el gobierno, lo que desemboca en un atentado que termina con la vida del padre de Ada. Un viraje brusco de los acontecimientos hace que el propio partido de Akira quiera deshacerse de él. Su identidad ya no les sirve a aquellos que buscaron de su ayuda. Ha habido un cambio de planes que implica la eliminación del cabo suelto que significa José. Para evitar este destino huye con Ada al pueblo de Junín. Ahí comienza a perder lo que ha construido y vuelve a ser José Cantoná, se trasforma en todo lo que era antes, se recluye, se emborracha, retorna a la música y se siente estancado otra vez. Aquí se evidencia la comodidad que existe en José para transitar entre identidades, se las quita y pone como si fueran vestimentas que se adecúan a la ocasión. Esto se asocia a la liquidez que se encarna en la idea de la identidad del palimpsesto [1] planteada por Bauman. Los vestigios de su identidad primaria no se borraron del todo, más bien se almacenaron en un ropero hasta que la fuerza de las circunstancias ameritó recurrir a su uso. En consecuencia, ante la gravedad de otros hechos políticos acaecidos en el país, José decide salir de su encierro para retomar la identidad de Pedro y así denunciar la estrategia que se emprendió en su contra para silenciarlo: “Estoy vivo. Y digo también Tan vivo como mis ideas. Sobreviví a tres balazos en la cabeza y a un complot para matarme orquestado por Jorge Parra, Luis Rabat y el presidente Tomás del Pito” (Ungar, 2010, p. 244). El vertiginoso desenlace de la obra deja abiertos muchos caminos, parece que José se diluyó por culpa de los poderes siniestros que dominaban a la República de Miranda, no obstante, puede que haya seguido con vida difuminándose entre las sombras.
Finalmente, en una suerte de epílogo a manera de cartas escritas por Ada, descubrimos que José en realidad se llama Lorenzo. La identidad de Cantoná ha servido para proteger a esta identidad original. Dicha revelación opera dentro del terreno de las posiciones de desenvolvimiento que expone Navarrete-Cazales: “Ahora sabemos que el sujeto construye su identidad a partir de la asunción de distintas posiciones, roles o polos identitarios” (2015, p. 477). En la novela un polo es como tal el plano real de Lorenzo, otro es su ficcionalización como José Cantoná y el último que logra identificarse, dentro de dicho entramado, es el polo identitario en el que se ubica cuando asume el rol de Pedro Akira.
En conclusión, Tres ataúdes blancos, como producto literario contemporáneo, muestra en su protagonista la discusión que existe en torno al escurridizo concepto de identidad para, a partir de ello, modelar el avance de la trama. José Cantoná ilustra al hombre postmoderno, incapaz de sostener un marco de determinaciones fijas. No se pretende dar a entender que el ser humano debería permanecer con una única identidad durante toda la vida, esto sería negar la complejidad que tiene, reduciéndolo a un ente monocromático, sino que al menos adquiera una duradera, que no salte de una a otra de forma vacilante, sino que las transiciones sean el resultado del florecimiento de un proceso de responsabilidad consigo mismo, que el cambio sea consciente y provenga de la introspección que conlleva la tarea de construirnos. Frente a la ambivalencia de la identidad que se esfuma justo en el instante en el que se define, resta preguntarnos por los mecanismos culturales que están involucrados en el proceso y por las futuras repercusiones de esta fluctuación.
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Notas:
[1] El Diccionario de la Lengua Española (2014) define el término palimpsesto como proveniente del griego “palímpsëstos” y del latín “palimpsestus”, cuyo significado es el de un manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente. Antes que una entidad fija, predefinida en ancestros históricos inamovibles y sólida como una roca, la modernidad, especialmente, la modernidad tardía o posmodernidad, sólo puede ofrecernos como proyecto de vida identitario una suerte de identidad indescifrable, además de múltiple y momentánea, en perpetuo cambio, cuyo mayor nivel de concreción quedaría a expensas de la extrañeza del otro, y a la cual Bauman opta por llamar “identidad palimpsesto” (Mármol, 2018, p.13).
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Referencias:
Bauman, Z. (2001). La Sociedad Individualizada. Cátedra.
Cammaert, F. (2012). Tres ataúdes blancos de Antonio Ungar: juegos de falsedad y discursos de poder en la América Latina contemporánea. Impossibilia. Revista Internacional de Estudios Literarios, (4), 170-182.
https://revistaseug.ugr.es/index.php/impossibilia/article/view/23364
González, N. (2007). Bauman, identidad y comunidad. Espiral, (40), 179-198. http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-05652007000100007&lng=es&tlng=es.
Lyotard, J. (1991). La condición postmoderna. Informe sobre el saber. Cátedra.
Mármol, J. (2018). Zygmunt Bauman y el problema de la identidad en la modernidad líquida y en la globalización. [Tesis Doctoral, Universidad del País Vasco]. Archivo digital de documentos de la Universidad del País Vasco UPV/EHUhttp://hdl.handle.net/10810/29426
Navarrete-Cazales, Z. (2015). ¿Otra vez la identidad?: Un concepto necesario pero imposible. Revista mexicana de investigación educativa, (65), 461-479.
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-66662015000200007&lng=es&tlng=es.
Ungar, A. (2010). Tres ataúdes blancos. Anagrama.
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Esqueleto deteniendo máscaras >> James Ensor., Bélgica, 1860-1949.
Luis Daniel Cabrera Martínez nació en Palmira, Valle del Cauca, Colombia. Actualmente cursa el programa de Licenciatura en Literatura en la Universidad del Valle. En 2021 publicó varios de sus cuentos en las antologías la entropía del adiós y ficciones extraordinarias de Ita Editorial. Obtuvo el segundo puesto en el V Concurso de Cuento Corto de la División de Bibliotecas de la Universidad del Valle. A inicios de 2022 recibió una mención de honor en el I Certamen Internacional de Cuentos Breves “La Chía Corada” por su relato Los despojos, considerado como uno de los diez mejores trabajos entre un total de 443 cuentos provenientes de 14 países. También obtuvo un reconocimiento por parte del jurado del concurso “La piel escrita”. Ha publicado algunos de sus textos, tanto narrativos como argumentativos, en las revistas Horizonte gris, Anacronías, Arteverso y El creacionista.