DEL AMOR, EL ZORRO Y LA DOMESTICACIÓN

por Nidya Areli Díaz

En El principito de Antoine de Saint Exupéry, hay una escena en la que un aguzado zorro explica al Principito el arte de la domesticación. Palabras más, palabras menos, le dice que domesticar consiste en acostumbrar a otro ser a nuestra presencia y, por ende, a amarnos y a ser algo significativo en su vida. Luego ejemplifica con el supuesto de que si el Principito lo domesticara, al cabo de un tiempo, el trigo, ahora poco significativo, se convertiría en el futuro, en una evocación de sus cabellos rubios. Se trata, pues, de la prospección de un dolor futuro con resavios de nostalgia; qué buen maestro el zorro. Sin embargo, cabe preguntarse por qué el zorro desea ser domesticado por el Principito a sabiendas del dolor que tarde o temprano habrá de traer la ausencia del amigo amado… Todo el capítulo hace una muy clara alusión al amor; amor como una forma de domesticación.

Vuelvo al peligro del amor en ausencia: ¿en qué consistirá el gozo del zorro que desea amar a pesar de saber de antemano que habrá de someterse a la ausencia del ser amado y al dolor que conlleva? Leí en alguna parte de El enamoramiento y el mal de amores, de la colección La ciencia para todos del Fondo de Cultura Económica, que la pérdida del ser amado; es decir, el alejamiento o, por mejor comprender, el desamor, es tan dolorosa como la muerte de un hijo o de un padre y que, incluso, es posible morirse de amor o bien ensombrecer la vida para siempre cuando el duelo no termina de superarse. En este sentido, si el amor trae por sí, intrínseco, un riesgo tan terrible, ¿por qué nos aventuramos? El zorro da la pista cuando afirma que el trigo cobrará un nuevo significado a partir del amor que el Principito le despierte; luego, siguiendo su razonamiento, el amor da sentido a la existencia y, para ir más lejos, lo significativo da sentido a la existencia.

El zorro le explica también, que si el Principito queda en visitarlo a una hora determinada, él, al acostumbrarse a su presencia y al aprender a amarlo, se sentirá feliz una hora antes de su llegada. Me pregunto ahora si todos nos enamoraremos por la fuerza de la costumbre. Me parece que el zorro yerra en este punto, pues podríamos acostumbrarnos a algo que nos disgustase siempre. Medito, por ejemplo, en los avatares de la modernidad, donde nos vamos acostumbrando y encariñando a una vida “exprés”, de frustración, estresante y nihilista… Vuelvo entonces al término “domesticación” y me enfrento a la relación que bien podría guardar con respecto al de “amor”. ¿De verdad estamos tan domesticados y enamorados de este sistema de vida tan dañino? Quisiera juzgarlo como un absurdo, pero después pienso en esos amores tormentosos a los que nos negamos a renunciar a pesar del dolor que provocan.

¿Qué debería entonces ser el amor? ¿Cuán cerca se encuentra de la domesticación? ¿Por qué necesitamos sentirnos apegados a algo para creer que la existencia tiene sentido? Pienso en si el zorro podría darle, por sí solo, algún significado al trigo y en que, si esto fuera así, seguramente se trataría de un zorro asceta. No puedo dejar de pensar en que somos, por otro lado, a partir de los otros. ¿Quién Es si no con los otros? Luego, somos en los otros, pero también en nosotros mismos. Mas, entonces, ¿qué se debería privilegiar? Creo en todo caso que, desde la consciencia, sería plausible guardar la potestad de elegir en qué medida ser para uno mismo y en qué medida para el resto del mundo.

Me parece que el zorro necesitaba ser domesticado para sentir amor hacia otro, que al mismo tiempo, estaba consciente de que si bien el amor en ausencia causa dolor, el dolor es una parte fundamental de la vida, y que el costo del goce que produce el amor es precisamente ese dolor que bien valdría la pena pagar. Me parece también que si bien el zorro deseaba entregar su amor a otro, sabía que se beneficiaba él mismo al amar, pues, en efecto, se es más cuando se da: somos lo que damos, me aventuro a afirmar. Creo también, por otro lado, que aquel zorro debía percibir algo especial en el Principito, pues estaba decidido a dejarse domesticar por él y no por otro. Después de todo, era un zorro sabio que no habría dado su amor a cualquiera.

Me remonto ahora al mito del andrógino en Platón y a la incompletud que representa. Es una idea que tiene alrededor de 2500 años y, sin embargo, ¿cuántos vamos por ahí buscando todavía a la media naranja? Voy incluso más lejos y me cuestiono: ¿cuántos vamos por ahí buscando sentido a nuestras vidas mediante cosas materiales o seres que nos domestiquen para sentirnos más vivos? Creo, no obstante, que, como el zorro, yo también amo al Principito, y el sol y las estrellas y las flores me lo evocan. Luego, pienso que no es tan grave por tratarse de un ser muy especial. Respiro hondo y hago un recuento de todos los seres poco especiales a los que he amado. Mas, ¡no!, lo reconsidero y llego a la conclusión de que siempre sí eran especiales, por lo menos mi amor los habría hecho en su momento, especiales y bellos. ¡Vaya que lo eran!

Regreso a la situación de la actualidad posmerna, estresante, materialista y vacua; al desamor perenne en que vivimos; a nuestra incompletud y a nuestra desesperación de seres humanos, tan hechos a dejarnos domesticar por lo superfluo, por lo fútil y lo banal. No creo que sea una generalidad, pero a nadie le son ajenos los dichos de que el amor entra por los ojos o de que como te ven te tratan, etc., etc. Nuestro zorro, en todo caso, no debía sentirse incompleto cuando asumió el dolor con el gozo que conllevaba el amor, a plena consciencia. Concluyo, pues, que lo malo no es amar o dejarse domesticar, sino el no estar consciente ni de quién o de qué ni de las consecuencias. Vuelvo a respirar muy hondo y evoco el trigo y el cabello dorado del Principito; no obstante, me parece que el zorro es todavía más digno de amar.

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**Con algunas variaciones, este ensayo fue publicado originalmente, en 2017, en la desaparecida revista Piedra, papel y tijeras, editada por Guillermo Santana, a cuya petición ha sido revisado y publicado de nueva cuenta.

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Mimosa II >> Óleo sobre tabla >> Alias Torlonio

Nidya Areli Díaz (CDMX, 1983) es Escritora, Editora y Profesional del Fomento a la Lectura. Licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Fundadora de la revista literaria Sombra del Aire, de la que ha fungido como Directora y Editora desde 2011. Docente y consultora en Lectura crítica, Escritura creativa y Literatura. Editora literaria en Ganthä entertainment, casa de creación de contenidos para cine y tv. Ha impartido conferencias y talleres de Literatura, Creación Literaria y Lectura Crítica para instancias como la Secretaría de Cultura de la CDMX, la Secretaría de Cultura del estado de Hidalgo, el IPN, y desde la plataforma de Sombra del Aire. Fue investigadora, correctora de estilo y lexicógrafa en la reedición del Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua. Obtuvo dos premios en Poesía por el IPN y uno en cuento por el Gobierno de la CDMX.

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