Por Antonio Rangel
“Muchos androides tienen más vitalidad y deseos de vivir que mi esposa”. Eso tenía escrito, en su libreta, Rick Deckard, el protagonista de Sueñan los androides con ovejas eléctricas (1968). Según esa novela los androides carecen de empatía y cuentan con plenas capacidades racionales y lógicas. De hecho superan a los humanos en su toma de decisiones precisamente porque no cometen errores impulsivos a causa de la empatía.
¿Qué nos viene a decir esto? Que el amor es una debilidad. Lo cual ya sabíamos. Dice también algo más interesante: que en el realismo del futuro, en la ciencia ficción, los androides son seres indispensables principalmente porque los humanos no sabemos lidiar equilibradamente ni con la soledad ni con la compañía. Los humanos necesitamos androides, dado que necesitamos que el cúmulo de emociones que padecemos sean compartidas. Ellos en cambio no nos necesitan.
Ahora conviene imaginar un gesto en la boca de Dios.
Me remontaré por la ciencia ficción del pasado, por la teología, y preguntaré parafraseando a Pico della Mirandola, ¿qué es más admirable: un ángel, un androide o un humano?
El humanista dejó claro lo que Dios le dijo a Adán: no te he dado lugar determinado ni aspecto propio ni prerrogativa peculiar con el fin de que tú elijas tu lugar, tus aspecto y tu proyecto de vida. En otras palabras, la condición natural del hombre es la libertad de elección, por esa libertad se puede degenerar en un ser inferior o regenerarse en un ser divino. Es nuestra responsabilidad elevarnos o caer.
Aunque no quieras, humano puñetas, tú decides tus pasos.
En resumen, la tesis de Pico della Mirandola, en su Discurso sobre la dignidad del hombre, sostiene que el humano es tan admirable como los ángeles, por la posibilidad humana de transformarse en lo que su voluntad imponga, esto implica que tenemos una naturaleza indefinida.
¿Fue entonces Pico della Mirandola el primer teórico de la ideología de género? Obviamente no, pero Dios sonríe.
La dignidad del hombre se debe a su falta de determinación, ni instintos ni inteligencia, somos un juguete sorpresa dentro de un cascarón que llaman contexto social. Enosh hushinnujim vekammah tebhaoth baal haj, que en caldeo significa: chúpense esa, deterministas. (1)
¿Entonces qué son los ángeles? Bestias divinas o robots de Dios, pero programados sin conflictos éticos. ¿Y los androides son como los ángeles?
Sin duda, los androides son angelicales, ¿qué mayor belleza podría pedírsele a una sociedad capitalista que el darnos la posibilidad de comprar un ángel de la guarda programado por una compañía coreana de robótica?
Ahora, conviene que notar también que además de miedo a la soledad, entre los humanos existe una tendencia sádica que salta de gusto cada vez que un androide se vuelve más real. ¿Por qué? No olvidemos la diferencia abismal entre ángeles y androides: los primeros son esclavos de Dios, los segundos son esclavos del hombre.
¿Y qué tipo de persona quiere un esclavo? Un dios autoritario, un amo explotador, un sádico con problemas para disfrutar los placeres cotidianos.
Sin embargo, los androides no son solamente seres subordinables. Ellos tienen conciencia de sí mismos, vitalidad y deseos de vivir. ¿Esos deseos implican que no obedezca? No, lo que implica es que nosotros, los humanos no podemos ver sólo un ser obediente sino que también podemos ver hermosa la obediencia que muestran esos seres y, entonces, empezar a desear un cambio de rol, una transformación: ¿qué tal si me das unas cuentas órdenes, hermoso androide? ¡Pégame, androide, pero no me dejes!
Imaginemos a Leopold von Sacher-Masoch, una noche paseando por Tokio, se topa con el quince por ciento de descuento en androides de penúltima generación, por lo cual compra una pequeña llamada Latvia, o con cualquier otro nombre; al principio le da mil órdenes, le cuenta sus problemas y tal, pero se fascina con su forma de obedecer: ¡empatiza! Y decide darle una vuelta a la tuerca, le pide a su androide que lo maltrate, que lo humille, que le tire un poco de cera en la espalda, no sé, lo de todos los días.
Apelemos a la verosimilitud, ningún ángel podría darnos latigazos sólo por placer. ¿Pero un androide sí? Recordemos que tiene que complacer a su dueño a quien le debe obediencia. ¿Pero le puede gustar a un androide dejar herida y ardiente la piel humana? Si no le gustara, no tendrían tantas ganas de vivir.
Continuemos con el cuento: al buen Leopold se le antoja un poco de asfixia. ¿Qué tal si presionas fuertemente esta almohada contra mi cara? Y digamos que sin un comando preciso, a veces los androides descubren que son más fuertes de lo que aparentan. Latvia mata de asfixia a don Masoch y esto significaría que ella no cumplió con las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov, conviene resumirlas: 1) Un robot no puede dañar a un ser humano. 2) Un robot debe cumplir las órdenes de los humanos. 3) Un robot debe proteger su propia existencia.
El gran problema es que las tres leyes, sí o sí, entrarán en conflicto. Sin embargo, el que yo me planteo es un conflicto radical: ¿un androide puede practicar una eutanasia?, ¿un androide puede realizar un aborto? ¿Un androide puede ser sadomasoquista? Aceptemos que las leyes de Asimov tienen un invisible fundamento: la creencia de que la vida es buena. Si la vida no es buena, evitar el daño podría derivar en el asesinato.
El comportamiento de los androides no puede ser amoral. Al contrario, no es por afán de discutir bizantinamente que planteo estas preguntas: la moral del androide podría ser el revulsivo necesario para comprender la moral humana.
Es imposible programar a un androide para que viva sin conflictos permanentemente. Esto significa que debemos dejar de ilusionarnos con la vida sin conflictos que sueñan los utopistas y los controladores y la gente ambiciosa de poder gubernamental.
La vida es conflicto. Los androides vendrán para compartir el conflicto de la vida con los humanos. Para compartir el placer del dolor y la satisfacción del sufrimiento. No serán mensajeros de la perfección, como putos ángeles, sino nuestros iguales: hermano androide, tú que tampoco entenderás el deseo ni el fastidio de vivir, ven, vivamos, androide mío, atque amemus.
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NOTA
1. Enosh hushinnujim vekammah tebhaoth baal hajsignfica en realidad: el hombre es animal de naturaleza varia, multiforme y cambiante (Nota del alter ego del autor).
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Antonio Rangel nació en la Ciudad de México el 5 de agosto de 1980. Poeta, narrador y ensayista. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha publicado poemas en El Financiero, una minificción en La Jornada Semanal y un par de cuentos en revistas estudiantiles: Matardragones y Sensacional de Antropología. Coordinó un taller literario en el Instituto Politécnico Nacional en el 2007, y desde ese mismo año mantiene un blog llamado Habitación en el que escribe poesía, cuento y ensayo; sus temas recurrentes están vinculados a la vida cotidiana. Actualmente da clases de literatura y otras materias.
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