RECONOCES AL PERRO AL LADO DE LA PUERTA

por Equum Domitor

Por Equum Domitor

Para que el sufrimiento pueda

ser trascendido son

precisos dos requisitos:

Primero, sentirme acompañado…

Ricardo Ros

Reconoces al perro al lado de la puertaDe los tres amigos imaginarios que recuerdo, Dante, un bull terrier inglés, es el único que ha permanecido conmigo desde la infancia. Para lograrlo debió mejorar su naturaleza irreal, volviéndose un ser que envejece a mi ritmo, y que emula características humanas —físicas y de conducta—, como el vestirse, caminar erguido, pensar y hablar también. Para mí seguirá siendo indistinguible al resto de las personas, mientras persista en ese estado, ya que supo distinguir a tiempo que si no cambiaba, nuestra amistad se olvidaría en el transcurrir de la adolescencia. Su cuerpo con ropa es como el de una persona cualquiera, y sus manos son las de un humano, con la singularidad de que no posee parte de su dedo meñique derecho; esto último debido a una travesura ocurrida a nuestros escasos ocho años de edad. Se podría decir que lo único que conserva de su cuerpo canino es su singular cabeza y su corpulencia; a pesar de todas sus cualidades, las personas comunes no logran verlo.

A la par de que tuve que aprender a relacionarme en el mundo, Dante tuvo que ejercer una disciplina que lo llevó a enfrentar el miedo a las cosas de adultos; lo que incluía contar con su propia casa, su propio empleo y tener obligaciones para la cotidianidad de su vida. Seguimos siendo los mejores amigos, aunque el carácter lúdico, debido a nuestros trabajos, ha disminuido y nos vemos muy poco.

El sábado pasado lo invité a quedarse en casa. Estuvimos bebiendo hasta la madrugada, escuchamos a Brick+Mortar, hablamos de la vida, de la diversidad de género, de religión y política hasta terminar embriagados. Esperamos a que saliera el sol para disfrutar de la calidez de la mañana y cuando quisimos jugar al Mario Kart Wii, ya en el interior de la casa, descubrimos que Nintendo había cerrado la WFC para jugar online. En ese instante noté en el rostro de Dante un dejo de decepción. Después de varios intentos logramos bajar un programa que nos permitió jugar, y agradecimos la pericia de los hackers que apostaban a los juegos viejos y a la nostalgia entre amigos a distancia como nosotros. Dante no fue el mismo a partir de entonces, a pesar de que pasábamos un buen momento, sus ojos triangulares me lo afirmaban. Yo entraba en resaca y era natural que mi humor se viera afectado, pero a Dante no, a él nuca le habían afectado las secuelas de beber tanto.

No recuerdo haberme dormido, pero al despertar seguía a mi lado. Había salido a comprar pozole rojo y sacado los chiltepines de la alacena para aliviar mi resaca. También había preparado café y sonreía al verme de nuevo; como si fuera yo el que repentinamente apareciera en su mundo. Al llegar la tarde no quiso irse a su casa, dio largas a nuestra conversación y yo, por supuesto, no quería que tampoco se fuera. Me dijo que las cosas cambiaban y que a veces nos reusamos a que eso suceda. Yo me quedé un instante pensativo. ¿Sigues enfadado por lo de la WFC?, le pregunté y me dijo que no. Que sólo pensaba que estaba viejo y que le costaban trabajo los haberes de los adultos. Me dijo que las cosas en su casa no estaban bien. Que su esposa lo había abandonado. Me quedé congelado ante la noticia. ¿Cuándo pensabas decírmelo?, le pregunté y movió la cabeza de un lado a otro, con su cara entristecida, sin dejar de verme a los ojos. Pensé que ya lo sabías, me dijo, eres mi único amigo, pensé que lo sabías, me dijo nuevamente y lo abracé lo más fuerte que pude y lloré a su lado, como lo hacen los buenos amigos. Perdóname, le dije, debí saberlo pero no lo sabía, o no quise darme cuenta. Me gustaría ser un cachorro de nuevo, continuó sin inmutarse por mi falta, y no tener que preocuparme por nada, sino por jugar contigo, agregó y volvió a llorar. ¿Recuerdas cuando viniste a estudiar a esta ciudad y que cada que regresabas al puerto yo te esperaba para correr con mis cuatro patas a tu encuentro? Sí, lo recuerdo, le contesté, pero yo creí que el traerte a la ciudad sería lo mejor para nosotros. Y lo es, afirmó, pero me cuesta trabajo regresar a la cotidianidad después de haberla perdido a Ella, agregó y bajó la mirada. Se tendió sobre el sofá de la sala y cerró los ojos tomándose la cabeza. Ya no dije nada, tampoco lo acaricié como a un perro, porque nuestra amistad nunca se ha basado en ese tipo de actos. Lo observé hasta que se quedó dormido, luego fui a mi cuarto e hice lo propio.

Me desperté temprano, como era habitual, y observé a Dante en la cocina. Aún no se bañaba, se veía desaliñado, lo cual no es común en él. Trataba de lavar los trastes, pero mal terminaba de lavar uno, cuando lo dejaba sobre el secaplatos y esperaba bastante para continuar con el siguiente; después de un tiempo logró terminar. Se sentó en la barra y preparó un café, el cual apenas sorbió. Intentó sacar la basura, y le costó bastante trabajo coordinar maniobras. Terminó pateando el bote y haciendo un cochinero más grande. Parecía que quería llorar pero no lo hacía. Con todo el pesar del mundo levantó nuevamente la basura y regresó a la sala. Se sentó en el sofá donde había dormido, y prendió el televisor en un canal de música; buscaba sentirse mejor, pero no lo lograba. Se fue al baño, sin rasurarse, y tardó una eternidad para salir; quizás lloraba bajo la ducha. Al salir buscó ropa y escogió la que a su criterio mejor le estaba; quería sentirse mejor, eso era seguro. Escogió una camisa negra, pero no la planchó, tomó también unos pantalones Levis y terminó de vestirse. Volvió al sofá, se sentó por largo tiempo, con la mirada perdida, viendo al frente. Me causó impotencia ver los actos de los sentimientos en cabeza ajena, cual si tuvieran vida propia y haciendo de un ser normal un esperpento. Veía las fotos sobre un estante. Tomó en sus manos una donde estábamos mi esposa, mi hija y yo; sonriendo los tres. Era una fotografía sencilla y auténtica. Se tendió sobre el sofá y se quedó con ella sobre su pecho. Habían pasado noventa minutos desde la supuesta hora en que tenía que entrar a trabajar, pero no se inmutó. Regresó a la cocina y dio un nuevo sorbo al café frio. Fue al librero y tomó dos libros: El mito de Sísifo de Camus y El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl. Son como tus biblias, ¿no es así?, me preguntó. Sí, contesté a la distancia, pero sólo sirven si no estás en ese estado, agregué. Hablan de la misma mierda, me dijo. Quizá sí, reiteré de nuevo, pero no serán mierda sí los lees con otra mentalidad que no sea esa.

Dejó los libros sobre la barra de la cocina, se dirigió al baño y se lavó los dientes. Tomó su maletín de computadora y se siguió a la puerta. Yo lo veía ahora desde el sofá. ¿A dónde vas?, pregunté con verdadero interés. Mientras sigas en ese estado, me dijo, a continuar con tu vida de perro. Salió de casa sin despedirse.

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1 comentario

Ángel Martín 09/12/2015 - 10:19

Muy agradable texto. Me hizo pensar en el film “The voices”(2014) pero con un personaje que transmuta su identidad para avanzar en el día a día, no para justificar sus errores. También a un cuento de Di Benedetto, Reducido, donde relata su relación con un perro que siempre lo visitaba en los sueños. Acá se da un buen giro argumental donde la percepción supera a la fantasía… bah, me parece… Aplausos al cuento, sin dudas.

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