¿QUÉ FUE PRIMERO, LA LENGUA O EL LENGUAJE?

por Roberto Marav

Por Roberto Marav

“La claridad del pensamiento es también la claridad de la lengua y viceversa”.

Bertil Malmberg

 

Aún no se sabe a ciencia cierta cómo surgió el lenguaje verbal, mas no es difícil intuir acerca de sus primeras manifestaciones y el subsecuente desarrollo que desembocó en la consolidación de las primeras lenguas si atendemos a nuestras propias y actuales necesidades de comunicación. Existe una enorme variedad de tesis provenientes de la antropología, la biología, la anatomía, la neurología, la genética, la zoología, la sociología, la psicología y, por supuesto, la lingüística, que han aportado interesantes datos al respecto y que convergen sobre todo en que el lenguaje tuvo un progreso gradual de aprendizaje combinatorio entre relaciones espaciales-sensoriales y de organización y perfeccionamiento de los mecanismos cognitivos que acondicionaron en múltiples niveles al ser humano para dicha actividad.

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Sed » Judit Sabán

 

Además de las adaptaciones anatómicas de los órganos que intervienen en la fonación y del oído mismo; del tamaño del cerebro y de su capacidad de inteligencia reflejada en un comportamiento simbólico; los numerosos y aún indefinidos genes relacionados con el habla; de los mecanismos de supervivencia y de selección natural, el rasgo de mayor contundencia entre las teorías de la aparición del lenguaje es el de las relaciones sociales entre individuos. O como lo describe el filólogo y lingüista, Eugenio Coseriu: “El lenguaje no puede entenderse ni describirse fuera de sus relaciones con los individuos hablantes, con su pensar y sus sentimientos, con su ambiente de civilización y cultura, con su historia, con el momento particular de lo enunciado”. Respecto a esto, el antropólogo y lingüista, Dereck Bickerton habla de que “los primeros homínidos carroñeros que encontraban cadáveres de grandes animales, se vieron en la necesidad de utilizar señales con referencia a objetos fuera del alcance sensorial del receptor para reclutar un amplio número de congéneres que pudieran apropiarse del alimento encontrado; modificando el sistema de comunicación anterior (señas y sonidos guturales) y produciendo así las primeras unidades simbólicas que dieron pauta a la evolución del lenguaje”.

Es decir, que los diversos mecanismos del lenguaje mismo y por consecuencia de una lengua, son resultado de estructuras muy complejas como para determinar de buenas a primeras si alguien habla mejor que otro o de si se está utilizando el lenguaje adecuado a la norma aceptada. Teniendo en cuenta la función primordial comunicativa del lenguaje y asumiendo que su naturaleza de realización es la de la conceptualización o, mejor dicho, de creación a partir de múltiples condiciones exteriores al hablante y de expresiones tanto previas y convencionales como también inéditas y personales, la esencia del lenguaje, por decirlo de una manera, es la de una invención y continuación de unidades lingüísticas reconocibles entre individuos pertenecientes a una misma comunidad y también de la organización y ordenación de dichos símbolos que permiten un constante análisis y mejoramiento de la relación entre el pensamiento y la lengua con que expresamos nuestras necesidades.

Ahora bien, la intención de la pregunta un tanto obvia entre el origen de un concepto y otro, no es filosófico, sino para atender a la misma obviedad y tajante determinación que le endilgamos al lenguaje mismo, siendo el pan nuestro de cada día, asumimos como únicas todas nuestras expresiones, amén de creernos poseedores de un claro entendimiento de nuestro propio ser y nuestro entorno, sin detenernos a pensar en la movilidad ni en los cambios que se producen para que funcione la lengua o el lenguaje, ni falta que hace para seguir parloteando. Como seres humanos, heredamos toda una serie de información y aptitudes evolucionadas del lenguaje que han permitido entendernos mejor y de ser capaces de concientizar las relaciones correctas entre enunciados con sus referentes para transmitirnos el conocimiento. Podemos observar y escuchar una actividad y aprender los patrones, recordarlos, reproducirlos. Es la manera más común con que contamos para nuestro aprendizaje; “es lo normal2, dirán otros. Algún otro, como Coseriu pensó que: “El individuo crea su expresión en una lengua, habla una lengua, realiza concretamente en su hablar moldes, estructuras, de la lengua de su comunidad. Esas primeras formas o estructuras son normales o tradicionales en la comunidad lo que constituye la norma.

Tomamos prestado algo existente y lo desmenuzamos para volverlo a acomodar en beneficio de un mejor funcionamiento: el nuestro en interacción con lo externo. Hoy en día, seguimos recreando los sonidos que utilizaron por primera vez nuestros ancestros menos afortunados en comparación nuestra. Todo nuestro hablar, ese acto lingüístico que nos distingue entre los animales, no es más que una suma interminable y medible de registros sonoros y conceptuales, que guardan en su acervo una cierta estabilidad y oposición en determinados periodos de tiempo y espacio y que se continúa en registros cíclicos y concretos. Creamos a partir de lo existente, y sobre esos actos, en ese acervo individual y común al gran acervo colectivo “se constituye como abstracción el objeto ideal de lengua”, nos sigue diciendo Coseriu.

En nuestro hablar se hallan todos aquellos aspectos lingüísticos normales que aprendemos imitando el ejemplo de otros, aunados a nuestra particular “originalidad expresiva”. Oímos y hablamos en la medida en que podamos reconocer en la memoria la funcionalidad y la calidad expresiva de la intención requerida en cada circunstancia de nuestra existencia. Sabemos que existe un lenguaje en común que nos identifica como integrantes o practicantes de una misma lengua; lo experimentamos día con día con cada individuo con el que podamos reconocer y representar los mismos signos pertenecientes a esa lengua; y cada impulso creativo propio nos asegura expresarnos concretamente para interactuar e intercambiar información que moldee —incluso inconscientemente— ese huevo llamado lenguaje para que podamos seguir nutriendo nuestras bípedas actividades.

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