EL SABOR DE LA AÑORANZA

por Alberto Navia

Hoy es domingo, un domingo como cualquier otro, pero éste ha habido una pequeña diferencia, hoy he intentado un nuevo té: canela, manzana y cascara de naranja. Seguramente pensareis que es algo muy simple pero el demonio está, como siempre, en los pequeños detalles: la proporción… Esta vez he dado, no sin asombro propio, con la mezcla “gratia plena” logrando, así, un sabor suave y delicado con la graciosa mezcla entre el dulzor de la manzana y la acidez de la cáscara cítrica puestos ambos sobre el poderoso fondo vital de la canela; el resultado: un sabor sublime y delicado que oscila entre el primer beso en una mejilla tersa, juvenil y sonrosada y el perfume de las lilas en el atardecer lluvioso de un otoño. ¡Las cosas maravillosas surgen de la nada!, sutiles, sublimes, intempestivas.

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Taza de té » Paz Mari

El té es una bebida leve y delicada pero, a la vez, poderosa. Sin la impetuosidad del café negro pero con la misma firme mano. El té es peligroso para mí pues me relaja hasta el sueño muchas veces. Aun así, es un exquisito placer que me cautiva. En mí este sutil brebaje tiene remembranzas de inviernos fríos y lluviosos en donde una taza de té caliente acurrucada entre las manos entibiaba el cuerpo y el espíritu. Aromas de tiempos campiranos y lejanos de días muchas veces umbríos que se encadenaban como cuentas de rosario en luengos noviembres y diciembres de lluvia que, pertinaz, tamborileaba en los rítmicos vidrios de las húmedas ventanas o sobre los marrones techos de zinc rumbero y vibratorio. Tardes de reuniones forzadas por el frío y de la compartición de aquella gastada cobija de lana gris y blanco. Tardes de juegos inventados con fichas, con palabras o con gestos, tardes de historias de brujas voladoras que dejaban las piernas junto a la hoguera, de horrendos aparecidos de ultratumba y seres fantásticos de prodigiosas facultades; fábulas que florecían después en nuestros sueños y en nuestros nocturnos terrores. Entonces el té estaba siempre presente para hacernos compañía y darnos calor. Té de largo y pálido té-limón, té de verdes y amplias hojas de naranjo o de aromática y crujiente canela dulcificado con una cucharadita de azúcar y, a veces, un chorrito de blanca leche y, si se podía, por qué no: un pan de dulce.

Ahora las condiciones han cambiado, ya no radico en aquel mágico pueblo —mágico, porque el pueblo era un lugar encantado y porque nosotros, niños, lo veíamos así—. Pero de cuando en cuando, sobre todo en las tardes frías y solitarias, preparo un té y me sirvo una taza de él cuando está aún bien caliente y, entonces, ¡vuelve a surgir la magia!, los recuerdos, las imágenes y añoranzas se agolpan en mi corazón y en mi pensamiento y surge un retornar mágico a aquellos encantados días. Las puertas del recuerdo se abren y dejan fluir imágenes y sensaciones que ahora forman parte de toda una vida de ensueños.

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