Por Eleuterio Buenrostro

A través del vidrio del camión que nos transporta como peones, veo un espectacular gigante de una playa solitaria. Es una ribera hipnótica colocada en medio de la urbanidad. La imagen incide en mi sentimentalismo. Me hace pensar en la imposibilidad de tener un descanso placentero por mi exigente nivel de trabajo y la poca remuneración en el mismo. Hay para quienes el encanto debe ser inverso y pueden disfrutar de esas aguas como posibilidad.

Mi mente se extraña del exterior, de estos sitios que permanecen activos aunque el sol no los toque. Reconozco haber pasado por ellos pero parece que fueran otros; como si la proporción de la hora tuviera incidencia en sus formas. El deambular las mañanas y tardes de estos rumbos me hace sentir inexistente a la cotidianidad.

Siempre que toco mi condición más baja me remito a mis notas de escritor. Siendo más específico, a los intentos por lograr una filosofía que encuentre, en las limitaciones del hombre industrializado, un medio para la reintegración del espíritu dentro del monstruo maquilador. La vida se vive tan rápida, hoy día, que se deja el alma en rezago, llegándola a olvidar con el tiempo.

La industria maquiladora es capaz de quebrantar al espíritu más fiero. La esclavización de la unidad humana se recluye en sus paredes con autoritarismo. La armonía se da sólo en la estructura-productiva no así entre la gente que la conformamos. Es un mundo aislado en el que hay que cuidarse de todos y de todo. Donde se escabulle y se dan golpes a sabiendas de que por encima de uno te atestarán de igual manera y con el mismo nulo resentimiento.

Y no es que trabajar sea malo, sino las formas. El trabajo es la condición que se dio cuando, siendo animales, decidimos enfrentar los dilemas del mundo. El volver a la industrialización nos exige no querer, no pensar y sólo existir. Vivimos enfrascados en el ciclo de Sísifo de caminar con el sol y caer como piedra de noche. El mecanismo de subsistencia va en retroceso y sólo el que esté en camino de laborar en lo que le gusta será salvo.

Bajamos del camión ordenadamente. Una puerta abre paso figurando una boca gigante que nos engulle. Me veo al espejo, a la entrada, que indica: “este es tu jefe de seguridad personal”; mi reflejo aún sonríe. Tres meses no han mellado mi humanidad. Pretendo permanecer poco en este estado, el tiempo justo para no afectar mi mente.

Saludo a mis compañeros de línea. No me llaman por mi nombre: Diógenes Tercero, me dicen Escritor. Muchos aquí somos nombrados por nuestras aspiraciones. Está el Músico, el Pintor y así los hay de todo tipo que soñamos con ser algo más que simples piezas de fábrica. Después de haber escuchado o visto sus creaciones, no tengo esperanza para mis escritos que difícilmente alcanzan las quinientas palabras. “La opresión no asegura el talento” anoto en mi libreta y doy punto final para someterme a la realidad.

IMAGEN

Retrato del escritor Vsevolod Mikhailovich Garshin >> Óleo sobre lienzo >>  Ilya Yefimovich Repin

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