En un rincón olvidado del multiverso, donde los agujeros de gusano danzan con los destellos de estrellas alucinógenas, Ali, una joven de espíritu inquieto y mirada curiosa, se encontraba en su jardín, contemplando el cielo estrellado. De repente, un gatito de ojos resplandecientes apareció ante ella y, sin pensarlo dos veces, lo siguió a través de un agujero de gusano que se abrió en el suelo. Ali emergió en un universo distorsionado, donde el tiempo se retorcía y las leyes de la física se desintegraban. Las flores hablaban en códigos binarios y los ríos fluían en patrones binarios. En este mundo psicodélico, de locura y delirio, vio al extraño gatito que la llevó a este extraño mundo. Era un felino que podía materializarse y desvanecerse a voluntad, guiándola a través de las complejidades dimensionales. En su travesía, Ali llegó a un festín organizado por el Sastre, un ser excéntrico que desafiaba las nociones de sustancia al ofrecer comida tanto real como ilusoria. Allí, Ali comenzó a cuestionar la naturaleza de su realidad presente y su propia existencia.
Continuando su viaje, Alicia encontró a la Oruga Zen, una criatura psicodélica que flotaba en una nube de ondas. La oruga le brindó consejos filosóficos sobre la naturaleza de este mundo, instándola a abrazar la maravilla de lo desconocido y a desafiar las percepciones preconcebidas. De esta manera, Ali se adentró en el Laberinto de los Sueños Entrelazados, un lugar donde cada paso la llevaba a una nueva dimensión. Allí, enfrentó desafíos abstractos y descubrió que su viaje era una búsqueda de comprensión y autodescubrimiento. En el Bosque de los Espejismos, Ali se enfrentó a reflejos de sí misma, cada uno representando diferentes aspectos de su personalidad. A través de esta introspección, comprendió que su viaje no solo era físico, sino también espiritual y emocional.
Finalmente, Alicia llegó al reino de la Reina Neptúnea, la soberana de este extraño mundo. Este reino flotaba en un mar de energía psicodélica. La reina la desafió a un juego de Go, donde cada movimiento afectaba la realidad misma. Con la ayuda de sus amigos, el Gato y el Sastre, Ali logró vencer a la reina en la partida, restaurando el equilibrio. Tras su victoria, Alicia regresó a su jardín, transformada con una visión diferente del mundo que la rodeaba. Aunque el mundo que la rodeaba parecía el mismo, ella sabía que había cambiado. Había aprendido a abrazar la maravilla de lo desconocido y a desafiar las percepciones preconcebidas, llevando consigo la sabiduría adquirida en su viaje multiversal. Justo cuando volvía a apreciar las estrellas desde su jardín, extendió la mano sobre un elemento que no había cuando comenzó su viaje, un tablero de Go. La pieza en su palma no era más que una ficha negra. Era… una figura que se tornaba tornasolada y que, sin cambiar de forma fija, sí cambiaba de color en la medida que pasaba cada vibración del aire, reflejando no solo sus pensamientos, sino sus emociones más profundas, sus contradicciones, sus deseos ocultos.
La Reina Neptúnea, con su vestido hecho de ondas luminosas y partículas en espiral, observaba desde su trono flotante, con una sonrisa ambigua, casi maternal. El Gato ronroneaba, invisible, pero su voz surgía como un eco en el viento:
—Ten cuidado, Ali. El último movimiento no siempre lleva al final del juego… A veces lo reescribe todo.
El Sastre alzó su taza vacía y la llenó con un líquido que no existía hasta que alguien lo imaginaba.
—La realidad es un capricho de la voluntad, querida. Y tú… tú todavía no sabes lo que deseas realmente.
Ali sintió cómo todo el universo de ese reino se curvaba hacia ella. Las constelaciones giraban en espiral como si se tratara del fondo de una taza de té, la cual fue revuelta por una cuchara. La pieza comenzó a temblar. Dentro de ella, vio imágenes superpuestas: su cuerpo real, tendido en una camilla; un jardín bañado en luz dorada; una versión de sí misma, anciana, caminando sola por una ciudad transparente. Cada versión parecía estar observándola a su vez.
—¿Y si todo esto no es más que un pensamiento que me piensa? —susurró.
La Reina Neptúnea se levantó con una súbita elegancia. Cada paso resonaba como una campana estelar.
—No te equivoques, niña. Si colocas esa pieza… si haces tú jugada, no podrás regresar. No como crees. Ni como esperas.
Entonces ocurrió.
Una grieta atravesó el tablero. No era una grieta física, sino una rotura en la continuidad de las posibilidades. A través de ella, Ali vio una habitación con paredes blancas, instrumentos médicos… y a un hombre de bata blanca escribiendo en un portapapeles.
—Paciente #42. Síndrome disociativo inducido por inmersión. Cierre del protocolo “Dimensión Lisérgica”. Proceder al reinicio neuronal.
La voz provenía de un lugar más allá de cualquier universo que Ali hubiese recorrido.
¿Y si no estaba viajando por el multiverso?
¿Y si no estaba en el País de la Conciencia Expandida?
¿Y si todo… todo era una simulación?, ¿Un experimento?, ¿Una terapia?.
Pero entonces, el Gato volvió a aparecer, esta vez completamente visible, con un brillo en los ojos que cruzaba la tristeza y el amor más profundo.
—No mires ahí, Alicia —dijo con dulzura infinita—. Porque lo que está del otro lado del espejo… también está mirándote.
Y justo cuando iba a colocar la pieza en el tablero, la realidad se quebró en mil reflejos.
Una voz —su propia voz, multiplicada y distorsionada— gritó dentro de su mente:
—¡Ali, despierta!, ¡No es un juego, es una elección!
Y el universo… se apagó.
El Gato había desaparecido tras la última curva del Laberinto de los Sueños Entrelazados, dejando a Ali sola con su respiración irregular y los latidos de su corazón resonando como tambores tribales en un eco distante. El suelo bajo sus pies ya no era suelo, sino una superficie gelatinosa que vibraba con cada paso, como si el propio mundo estuviera hecho de pensamiento puro. Delante de ella, flotando sobre un pedestal de luz líquida, el Espejo Fluido resplandecía. No reflejaba su imagen, sino miles de versiones de sí misma: Ali niña, Ali anciana, Ali sin rostro, Ali con ojos de fuego. La Reina Neptúnea, de pie detrás del espejo, habló con voz doble —una grave, otra aguda, como si dos entidades compartieran el mismo cuerpo—.
—Has llegado al final del tablero, niña. Pero este no es tu movimiento final. Todavía puedes retroceder… o avanzar hacia la disolución. ¿Estás lista para descubrir quién eres realmente?
Ali no respondió. Sus manos temblaban. Lo que había aprendido con la Oruga Zen, lo que había sentido junto al Sastre, ya no era suficiente. Ahora lo comprendía: ninguna verdad era absoluta. Cada ser en este mundo lisérgico había representado una posibilidad de su mente. ¿Pero su mente… seguía en su cuerpo?
—Dime, ¿qué hay más allá del Espejo Fluido? —preguntó con voz apenas audible.
La Reina Neptúnea sonrió con tristeza. Las perlas de su corona vibraron, emitiendo notas musicales que hacían temblar el aire.
—El otro lado… es aquello que jamás podrás volver a ver. Cruzarlo significará dejar atrás esta forma de existencia. Tus recuerdos no volverán. Lo que conoces como la “realidad” se disolvería.
El Gato reapareció, emergiendo de una grieta de luz como si fuera tinta en el agua. Se frotó la cara con una pata y dijo:
—¡Miau! Técnicamente, lo que te espera no es una puerta. Solo que suena menos romántico.
Alicia cerró los ojos. Sintió algo moverse dentro de ella. En su pecho, algo chispeaba. No era miedo. Era anticipación.
Dio un paso adelante.
El Espejo Fluido empezó a temblar.
Una explosión silenciosa se expandió desde el centro del espejo, proyectando imágenes vertiginosas: una sala blanca, médicos con batas, una máquina encefalográfica conectada a su cráneo. Vio a su madre llorando, vio su cuerpo inconsciente en una camilla. Vio un dossier etiquetado como “Proyecto Conciencia Expandida – Sujeto ALX-001”.
La Reina Neptúnea gritó. El Gato desapareció. El mundo a su alrededor comenzó a fragmentarse en píxeles flotantes.
—¡Ali, no cruces! —una voz nueva, grave, masculina—. ¡Todavía no es tiempo! ¡Estamos perdiendo la conexión!.
La voz provenía de detrás del espejo.
Pero ya era tarde.
Ali había dado el segundo paso.
Y al hacerlo, no cayó… sino que ascendió.
Una sala. Luz blanca. Cables. Monitores. Voz en altavoz.
—El vector ha cruzado el umbral. Iniciar protocolo de recuperación de conciencia.
Un hombre de mediana edad con barba entrecana se acercó a la camilla.
—Dios mío… ¡Está despertando!
Y entonces, desde dentro de sí misma, Ali sintió que alguien —algo— también despertaba. No era sólo ella. Era una conciencia más vasta. Una que había estado dormida en su mente desde antes del experimento. Desde antes de nacer.
Y lo supo.
No estaba volviendo.
Estaba llegando por primera vez…
***
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El mundo de Alicia >> Óleo >> Carmen Giraldez
Francisco Araya Pizarro nació el 15 de Diciembre de 1977 en la ciudad de Santiago de Chile, hijo de Eduardo Araya y María Cristina Pizarro, es Diseñador Gráfico, Artista Digital, Asesor Gráfico para ONGs ligadas a las Naciones Unidas, Community Manager y Escritor de Ciencia Ficción. Publicó cuatro libros en Amazon.com (Las Crónicas de Marte, La Gata Relámpago, Codei Humanitas y Lid), tres relatos suyos han sido incluido en antologías (Hoy Despierto, Un Horizonte Oscuro y Un Guardián en las Profundidades), sin olvidar su participación con su cuento estilo cyberpunk “Fragmentos del Éter” para el programa de Radio U.Chile “La fábrica de cuentos”. Muchos de sus cuentos están en diversas revistas literarias de habla hispana, también se pueden encontrar sus relatos cortos en www.tumblr.com/franciscoarayapizarro
Actualmente reside en Santiago de Chile, desempeñando su labor profesional como diseñador gráfico y escribiendo relatos que mezclan fantasía y tecnología.