ESTRIDENCIAS SILENTES

por Alberto Navia

Por Alberto Navia

Corren los días finales de mayo del 72 y, mientras afuera un amoroso sol primaveral brilla aun regalándonos una tarde cálida y soleada, yo, adolescente imberbe e intrépido, me siento con las piernas cruzadas en el piso de madera cálido, viejo, pulcramente limpio y entintado de la casa paterna. Visto unos pegados pantalones acampanados a grandes cuadros en negro y amarillo, mis zapatos negros son de charol y ante, de alta plataforma y tacón acampanado y llevo una camisa estampada con vastas flores blancas y amarillas. Frente a mí hay un enorme y majestuoso radio.

La economía familiar no da suficiente para obtener uno de esos modernos televisores de bulbos y pantalla en rutilante blanco y negro, así que nuestra conexión con el mundo es este soberbio radio que con su gran caja de madera en rojo oscuro se asemeja a una magna iglesia conventual con su fuerte columnata enmarcando esos extensos claros, que en el sacro edificio se llenarían con hermosos vitrales que colman de mil colores la solar luz y, en cambio, en nuestro receptor dicha luz se origina en lo profundo de sus intrincados circuitos y bulbos electrónicos brotando a manera de un arcoíris de notas musicales que colorean mi mundo volviéndolo radiante y haciéndolo vibrar con las notas de nuestros propios ritmos modernos.

El lector actual deberá estar avisado y ser consciente de que nuestros padres eran distintos a los de los tiempos que corren, aquellos no eran tan resistentes como los de ahora sino mucho más frágiles, rompedizos, de tal suerte que si se los presionaba demasiado estallaban en un enfadado grito o, aún peor, en una castigo algo más contundente. Fue por ello que nuestra adolescencia era mucho menos ruidosa pero, de la misma manera que ahora: vibrante, ansiosa, aventurada. Los jóvenes de entonces vivíamos en un mundo escindido entre la música de los tríos y la de los grupos de rock, entre Los Panchos y The Beatles, entre Alfredo Bojalil Gil y John Lennon, entre La 6.20 y La Pantera.

Les contaba: mis padres eran mucho más quebradizos y explosivos, por lo tanto yo tenía que sentarme frente a aquel enorme —me parecía entonces— radio catedralicio, pegadito a él, guardando un concentrado silencio para oír a forzoso bajo volumen aquella intrépida, rampante y sonora música de mi estación preferida: La Pantera. En tanto que el radio sonaba quedamente, yo encendía a todo volumen mi cabeza dejando atronar dentro de mí, a manera de una furiosa tormenta marina, las grandiosas estridencias de Sir Michael Philip Jagger; explotar mi cerebro en imágenes eróticas evocadas por las rotundas bombas sexuales de James Douglas Morrison Clarke “El Rey Lagarto”; exacerbar todos mis sentidos sintiendo las caricias de aquel amor armonioso y sensual suscitado por el extraordinario registro de Janis Lyn Joplin “La Bruja Blanca” o brillar como un profuso sol rosa solferino que, aprisionado en la oscura cueva de los sórdidos pensamientos llenos de imágenes de la voluptuosidad de la Carrizo: su cabello largo y oscuro, su piel de dorado cobre y aquellos rojos labios que emitían una voz de español ardiente, se alimenta de las evocaciones nacidas de la ronca voz de Iggy Pop mientras él va derritiendo, cadenciosamente, en mis oídos las oscuras, líquidas y candentes notas de “Miss Argentina”.

Her skin is copper and her voice is Spanish red

Her vibe is golden ‘till her anger kills it dead

She wants the world to see

A body rich in harmony

A mouth cruel as death

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

She’s lovely, Miss Argentina

A masterpiece without a frame

She’s easy, Miss Argentina

But Venus is a dangerous game.

IMAGEN

Pintor y modelo >> Óleo >> Pablo Picasso

ENTRADAS RELACIONADAS

Historia parca >> Alberto Navia

Postales >> Iván Dompablo

Sofía >> Marisela Romero

.

TE PUEDE INTERESAR

Dejar un comentario