UN ESPEJO SIN USO

por Eleuterio Buenrostro

Yo que me jacto de ser de los mejores artesanos, me veo en la necesidad de justificar el porqué mantengo a mi magna obra cubierta y al encierro de un cuarto oscuro. El espejo, al que haré referencia, ha sido visto solamente por dos personas —yo y otro más—, los cuales daríamos fe de la magnificencia del mismo. No es que sea un vanidoso ni que quiera mostrarme como tal, la idea ni siquiera fue propia, me vino como encargo. Recibí la llamada de dos mujeres que me alertaban de un hombre excéntrico en busca de un pedido especial. Será un buen cliente, anticiparon, pero obsesivo en sus ideas. Después de ser advertido, sin más, colgaron.

Debo anticipar que soy un empresario que cuenta con una fábrica de espejos, los cuales distribuyo por todo el país. Un reflejo perfecto da luz al espíritu, es nuestro slogan, y nos distingue la calidad. La fábrica inició conmigo, como el primero de los obreros. La visión fue crecer y se ha mantenido desde entonces. Mi padre fue un herrero afanoso, que me enseñó su oficio a edad temprana. La idea me vino el día que fabricó un espejo casero para un marco en encargo. Quedé maravillado por su astucia y quise hacerlo yo mismo. Paralelo a la herrería, perfeccioné su técnica de crear espejos, hasta quedar satisfecho con el resultado.

El taller de herrería de mi padre me permitió estudiar fuera del pueblo. Regresé con una visión del mundo ampliada. Mi padre creyó que administraría su taller, pero mis planes eran otros, y se mostró decepcionado de que tomara un camino que no era el suyo. No vislumbró el alcance y murió sin saber de mi éxito. Llevé mi habilidad para crear espejos a otro nivel, hasta perder la capacidad de ser quien crea los diseños, dejando en encargo a otros, para que la fábrica siguiera su curso, posicionándome como dueño y con mucho tiempo de ocio. Por eso me sorprendí el día que al girar la silla, me vi frente al susodicho del que fui advertido. Habían pasado cuatro días de haber recibido la llamada.

Permítame presentarme, soy el señor Lux y tengo un pedido especial, se anunció. Su vestimenta era elegante, rematada en finos detalles. La serenidad de su cara le brindaba confianza, aunque había algo que lo desdibujaba. He viajado en busca del mejor hacedor de espejos y por referencias he caído en usted, dijo. Sus palabras denotaban educación. Traté de no mostrarme sorprendido de que no fuera anunciado por mi secretaria, pero recordaba la llamada que lo anticipaba excéntrico. No sé si sea a quien busca, contesté, pero haré lo posible por servir. Busco un espejo sin usar, anunció seguro. Le tendí un catálogo de los espejos mejor valuados. El diseño no importa, dijo rechazándolo, el único requisito es que no tenga uso, reafirmó.

Lo llevé a dar un paseo por las instalaciones, haciéndole constatar que el vidrio utilizado era el más claro y limpio, resaltando la calidad. Me contó que había visitado muchas fábricas y artesanos y que siendo un pedido tan simple, no daban en el punto. Su actitud parecía desesperada, pero nunca perdió el control. Lo dirigí a la parte más vieja de la fábrica, un lugar aislado, ahora sin uso, donde conservaba mi primera máquina para hacer espejos y las herramientas de mi padre; un sitio que visitaba cuando requería sentirme útil. Haciendo uso de mis técnicas, le hice un espejo de primera, otro de segunda, y los postré frente a él.

Se mantuvo en contemplación dubitativa ante el diseño de primera. El que se nombre de primera o segunda, no tiene que ver con la calidad, advertí, sino con la posición de la capa del plateado. Define si la imagen se refleja encima o bajo el vidrio. Para mi gusto los dos son perfectos, expliqué. Después de haber visitado a tantos, creo que usted va por buen camino, afirmó. ¿Ha visto ya su creación?, preguntó apuntando al espejo. Asentí afirmando que había constatado que no hubiera imperfecciones. Eso hace que su trabajo se venga abajo, aseguró, al reflejarse le dio un primer uso y falló en el trato. Me quedé sorprendido ante la idea de que un espejo que refleje su primera imagen será siempre un espejo usado.

Me sentí poseído de una ingravidez que no podía definir y mi rostro emuló ese algo que notaba de extraño en el señor Lux, obligándome a replantear la idea y dar una respuesta certera a su petición. Al verme dudar, sacó una tarjeta de presentación y me pidió lo llamara cuando lo tuviera. Permanecí en dilación, tomándome el pelo y dando vueltas al asunto. En apenas unos minutos me había transformado en la preocupación y desvelo de su rostro. No regresé a la oficina, permanecí en aquel espacio, a la espera de que el último ruido de la fábrica cesara.

Despedí al guardia de seguridad y cuando confirmé estar solo, hice un marco de hierro del cual mi padre estaría orgulloso. Le di una tonalidad bermeja, que parecía hecha de fuego. En una última vista del taller, apagué las luces y decidí poner a prueba mis habilidades más allá de lo posible. En la oscuridad, me moví mecánicamente, tomando tiempo para cambiar el vidrio en cada proceso. Parecía un artesano ciego, en pleno dominio de mi arte. Cuando creía haberlo terminado, lo deposité en el marco y, aún con las luces apagadas, lo cubrí con una bolsa negra, salí a la oficina y llamé al señor Lux para que regresara, temiendo que hubiera partido.

Llegó al poco tiempo de la llamada. Lo conduje a oscuras hasta el taller y lo postré frente al espejo, quitando la bolsa plástica. Cuando esté listo me dice para encender la luz y que usted sea el primero en verse, dije. Estoy listo, afirmó, y sin saber por qué, mi piel se erizó al escucharlo. Encendí la luz a espaldas del espejo que, a su vez, cubría al señor Lux de mi vista. ¡Tan perfecto y a la vez frágil!, expresó con voz serena, y sonreí. ¿Es lo que quería, entonces?, pregunté. Constátelo usted mismo, concedió. Me posicioné frente al espejo y observé una superficie de un negro concentrado, sin reflejo, que me ocasionó una sensación de abstracción y miedo.

¿Absorbió la oscuridad en la que fue hecho?, pregunté volviendo hacia el tipo. El señor Lux estaba posicionado paralelo y a la misma distancia que yo, vestía como yo, y era yo, sin ser mi reflejo, ya que permanecía en el lado de la realidad. Sonreía y su sonrisa era de insatisfacción, a pesar del logro. Quizás estés viendo la manifestación de la vanidad misma, me dijo; sin embargo, ¿qué sería de la creación si no dispusiera de ella?, agregó y volvió al otro lado, siendo ahora mi reflejo. Me acerqué hasta la superficie, me parecía físicamente a mi padre, pero no lo era. Mi reflejo, aun cuando visible, seguía obseso de una oscuridad interna y me hacía sentir vacío. Mi padre fue una sonrisa, motivación y bondad, pero sobre todo, se sentía pleno en sus logros. A él le sobraba ese algo que da brillo a ciertas personas y que llaman sencillez…

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IMAGEN

Evanescente >> Fotografía >> Francesca Woodman., Estados Unidos de América, 1958-1981.

Eleuterio Buenrostro Calatrava, de profesión, escanciador de almas, es un ser inmortal insuflado, no nacido, el 14 de marzo de 2002 en Manuel Núñez. Sobre este último se sabe que es un seudoescritor intuitivo, que se escuda en heterónimos, y latinismos que desconoce, por falta de credenciales como escritor. Vino al mundo un 16 de julio de 1972, en Benjamín Hill, Sonora, cuando el tren de las seis de la tarde anunciaba su llegada. Fue entintado por los tipos de una vieja imprenta, perteneciente a su padre. Marcado en su niñez, se fue a bañar, desde los cuatro años, a las playas de Puerto Peñasco, Sonora, y a secar, desde los dieciocho, en el sol de Mexicali, Baja California, donde reinicia como escritor de tiempo incompleto. Colaboró a finales de los noventa en la sección de música, en la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado en la página Ficticia.com, y actualmente colabora en Sombra del Aire, siendo Eleuterio Buenrostro —su nombre de tinta y verdadero artífice—, quien guía su pluma desde el escondrijo. Non plus ultra.

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