LA MUJER LOCA / JUAN JOSÉ MILLÁS

por Nidya Areli Díaz

Para Juan

HISTORIAS LIBRESCAS

Por Nidya Areli Díaz

Quien crea en la casualidad, con lo que sea que ello significa, no me dejará mentir cuando aseguro, quizá con alguna reticencia, que casi siempre va de la mano de lo significativo. Esto es, no nos fijaríamos en las coincidencias si no tuvieran un grado de importancia en nuestras vidas, si no nos significaran algo relevante. Yo no creo en la casualidad; mas, por si acaso, les cuento que recibí por casualidad, de un desconocido, un correo electrónico el día de mi cumpleaños. Éste contenía el archivo de un libro electrónico; La mujer loca, versaba por título, y su autor es un tal Juan José Millás. Luego me voy a la red para enterarme de que el autor es un escritor valenciano nacido el 31 de enero de 1942, que ha sido traducido a un montón de lenguas diversas, y que su novela más popular se llama Papel mojado. A decir verdad la portada de La mujer loca, demasiado moderna para mi gusto, no me llamó mucho la atención, pues me evocó algo contemporáneo precisamente de lo que no leo y, sin embargo, el misterio del arribo me llevó a descargarlo pronto en el teléfono móvil para comenzar a leer o, por mejor decir, a curiosear.

7-La mujer locaDebo aclarar ahora que no tenía idea de que el sistema operativo del celular tuviera entre sus monerías un lector de libros que admite el formato Epub y, es más, tampoco estaba segura de que pudiera leer este extraño regalo en el aparato. El milagro ocurrió cuando traté de abrir el archivo y se me desplegó la opción de hacerlo desde Play Libros. Yo pinché ahí y, en efecto, se abrió. Luego quedé maravillada de la comodidad que me ofreció el sistema y de que había tenido esa posibilidad desde hacía mucho tiempo —años— sin que yo, simplemente, lo supiera… Es que no soy muy buena para lo tecnológico y, de manera específica, no utilizó mi teléfono —un aparato promedio con sistema Android— a su máxima capacidad. Eso no me causa angustia porque no lo creo necesario; yo de la tecnología busco las cosas que, siento, verdaderamente me serán útiles. Lo malo en este caso, era no saber.

Pues, en fin, que me pareció una casualidad maravillosa que un desconocido me enviase ese libro para que yo, al tratar de leer, descubriera una función que desconocía de mi teléfono; cosa que además me llevó a aficionarme y que me puso a leer tres libros más de corrido: La sombra del viento, de Zafón; La fiesta del chivo, de Vargas Llosa y La inmortalidad, de Kundera. Pero eso es otra cosa, no quisiera entrar en estos detalles. En principio de cuentas me interesaba resaltar lo mucho que puede cambiar nuestras vidas una cadena de coincidencias. Por lo menos mi vida de lectora varía ligeramente, pues ahora sé que puedo, para cualquier caso, llevar siempre un libro de emergencia en el celular.

Tengo una Kindle desde hace algunos años; una Kindle es un aparatito que sirve para cargar y leer libros electrónicos sobre todo en formato Mobi, y está muy bien; he sido muy feliz con mi Kindle, y la ventaja que me ofrece sobre el celular, es que tengo allí el Diccionario de la Lengua Española íntegro, y que no necesito Wi Fi para consultarlo. No obstante, un celular es algo que uno lleva siempre. Si se me olvida la Kindle, puedo ahora contar con el celular. ¡Hay que tener siempre un libro a la mano en el celular! Pero bueno, eso lo dice una lectora muy obsesiva; una que lee todo el tiempo que puede y en cualquier lugar donde puede. He de referir también, que prefiero los libros de papel, pero que, puesto que cargo siempre muchas cosas, reducir la carga nunca está de más. Finalmente, sabemos que hay muchas plataformas que permiten descargar libros electrónicos de forma gratuita y en diferentes formatos, esto es un punto a mi favor, cuando afirmo que basta la voluntad para tener una sana vida de lector, y que ni la condición económica ni el desconocimiento de buenos títulos —también hay plataformas como ésta que ofrecen recomendaciones— son impedimento.

Ahora bien, he dicho al principio que no creo en la casualidad; así que al comenzar a leer La mujer loca, lo primero que pude intuir es que ese libro había llegado a mi Bandeja de entrada por alguna razón, y que quizá Alberto Ruiz —así se llama el desconocido— tendría algo que decirme con su contenido. Fue así como conocí a Julia, una chica de veintitantos años a la que, debido a su amor por su jefe, un filólogo, le dio por ponerse un día a leer libros de gramática por las noches, y fue así como muy pronto, las palabras y las frases comenzaron a hablarle de sus propios problemas. Entonces, ésta, por principio de cuentas, es una novela sobre lengua.

“Yo no soy una frase” increpa a Julia sobre su problema existencial, se pregunta si es o no es una frase y por qué. Luego, la frase miente porque afirma algo que está mal: “Yo no soy una frase” en realidad sí es una frase, pues tiene sujeto, predicado, verbo, coherencia gramatical, y todos los atributos con los que debería contar. Pero La mujer loca no sólo trata de lengua y de cómo Julia se vuelve una especie de cirujana de frases y palabras, sino también de la eutanasia. Resulta que la chica ha decidido emanciparse de sus padres apenas consigue un empleo como pescadera, de tal suerte que va a dar al piso de una pareja muy singular: Serafín y Emérita; Emérita a su vez está confinada a una cama de uso clínico debido a una lesión en la espina dorsal provocada en una clase de yoga. Llego a este punto y me pregunto si Alberto Ruiz habrá querido decirme que me aleje del yoga por la posibilidad del remoto peligro que implica.

Emérita, luego de largos años del mucho sufrimiento que le causa el dolor que va en aumento, y de la plena certeza de que no hay marcha atrás, decide que está convencida de quitarse la vida. Serafín que no ha hecho más que cuidarla con devoción de santo, la apoya en la difícil decisión y Julia, luego de que se queda sin trabajo, se suma a la tarea de cuidar a la enferma. Un Millás, escritor y periodista que va a terapia —como yo—, pero a razón de un bloqueo creativo, se encuentra en el piso para documentar la decisión de Emérita, pero se interesa más por Julia, debido a que ella le inspira hacer una novela. Sus conversaciones giran, como es de suponerse, en torno a las palabras y las frases que la consultan para ser examinadas y curadas por ella. Mas, con todo, alucinado con la personalidad de Julia, Millás se da cuenta de que el elemento cohesionante de su narración con sus personajes, es Emérita, así que se acerca a ella con renovado interés. La historia da un giro tras una extraña confesión, y un vuelco más luego de la muerte de la enferma.

La mujer loca es una novela que tiene varias historias para contar, pero también varias temáticas para reflexionar, tales como la muerte, el amor y el lenguaje. El escritor mismo se vuelve un personaje más, y nos desvela sus propias inquietudes como creador… Pienso entonces: ¿A qué vienen esas cosas, esas personas, esos libros y esas situaciones que aparecen de pronto? ¿Existen las casualidades? ¿Son nuestras vidas meros accidentes o sucesiones de ellos? Platico con el psicoanalista sobre la novela y sobre el estado de Julia, y me dice que es esquizofrénica y que las personas de esta condición, en efecto, no ven a las palabras como símbolos, sino como cosas. ¡Entonces Millás conoce muy bien el tema de la esquizofrenia!, le digo. Él afirma. Ello me remonta a una escena donde Julia comienza a hiperventilarse, debido a un ataque de angustia ocasionado por la certeza de que estamos hechos y rodeados y condenados por los sustantivos. Caigo en cuenta de que Julia, con su condición, no anda tan errada y, no obstante, reflexiono también en torno al papel de los símbolos en nuestras vidas. Me pregunto si la propia novela, en mi Bandeja de entrada, venida de un desconocido, será acaso un símbolo. Pero, ¿símbolo de qué? No sé, le he dicho al psicoanalista que estamos hechos de lenguaje, que la lengua nos hace, y él, seguidor de Lacán, ha estado de acuerdo. En fin, gracias a Alberto por el regalo.

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