Por Víctor Hugo Pedraza
El tiempo,
con sus recovecos,
permite recorrer sus sendas,
misteriosas,
algunas,
sublimes,
otras,
siempre,
fulminantes.
Son creadas de formas inimaginables,
incongruentes.
Se filtran entre sueños
o sobre el remanente de otros tiempos
que asemejan destellos incoherentes,
desconocidos.
Sus signos, incomprensibles,
se pierden en la inútil transcripción
de perfiles rotos
como las almas desojadas
de quienes dicen entenderlos.
Suponen huellas, quimeras
y eslabones.
Creen reconocer cada espasmo
o suspiro divergente,
convexo,
alucinante.
Dictan teorías,
clavan dogmas,
enferman de vanidad,
precisan orgullos que se estrellan contra sus pupilas
derramando en sus palabras
el más fiel monstruo de la destrucción:
La soberbia.
Aquellos entendidos,
desconocen,
como su costumbre dicta,
los colores de la flor,
el Hado,
En tanto el tiempo,
sus sendas resguarda,
las guarda para aquellos
que cierran los ojos,
se reconocen
y libres…
Deciden caminar.
2 comentarios
Muy bella forma de describir los caminos de la lucha compartida, de esas veredas nacidas de la vida y esas sendas alquímicas que transforman y trastocan.
Gracias Amiel.
Esas sendas cuando transforman, cuando son lucha, son entonces, los sueños que se persiguen y de los que ya no se puede dar macha atrás.
Te agradezco el tiempo para leerme.
También ando en Twitter: @victorhugo202
Saludos.