HISTORIAS DE CIGARROS

por Víctor Alvarado

Por Víctor Alvarado

Hace algunos años, en una tabaquería muy cercana, vivían dos cigarrillos.

Uno era de finos y rubios tabacos, se decía de aroma y cuerpo envidiables, tenía filtro; estaba engrandecido por su alquitrán y otros tantos atributos. Según él, era la envidia del resto, pues se creía el preferido. historias de cigarrosEl muy pedante y engreído se dejaba encender sólo con flama de combustible líquido, y no le gustaba mezclarse con cualquiera.

En la cajetilla adyacente, vivía el otro cigarrillo, cuyo hogar era humilde y frágil; estaba construido apenas de papel arroz. A pesar de ello, este cigarrillo poseía grandes cantidades de nicotina, y era tan valiente y audaz, que le importaba poco dar su vida y arderse con cerillos, o, según decían, con restos de algún camarada agonizante.

En aquel aromático estanco se rumoreaba de los míticos y descabellados presagios del Habano Supremo, y de que según estos, el gran día estaba próximo; por fin, de entre los habitantes de la tabaquería, surgiría el cigarro elegido; de una vez por todas, seríamos liberados del fatal destino.

En medio del ágora humeante, todos expectantes opinaban.

—¿Acaso serán cumplidas las profecías del Supremo? Se oía preguntar a don Chicote chirriando.

—¿A cuál de esos dos deberemos seguir?, ¿cuál será el enviado? Con vaporosa voz de boquilla, gritaba alarmada doña Pipa.

—Seguro, ese de allá es el bueno. Vean ese porte, esa calidad. De menos andará en boca de importantes. Convencido, masculló roncando Mr. Panetela.

—Cof, cof. Andan ustedes mal, cof, cof, muy mal, el elegido es el otro, cof, ha salido desde abajo, cof, cof. Dijo, tosiendo y temblando, el añejo camarada don Tabaco.

—¡Ajá!, mientras en la letrina no terminen destripados, ¡ajá!, porque a la cena no llegan, ¡ajá! Del hondo cenizal, se escuchó el eco del rugido sordo de una pobre colilla desolada.

—Ojalá hagan feliz a alguien. En festejo. En charla o cafecito. Alelados susurraban, tres puritos verdosos amigos.

Como en toda reunión multitudinaria, hubo opiniones divididas, deseos ideales, desastrosas conclusiones, exagerados augurios y falsas conjeturas.

Todavía recuerdo con nostalgia, como en aquella fogata alucinante sumida en el delirio, empezaron a correr las apuestas; ¡yo le voy al pobre, al pobre! Decía la mitad de los presentes; los demás replicaban ¡doble o nada al rico, doble o nada!

Y así pasó el tiempo, día tras día, noche tras noche, cajetilla tras cajetilla.

Se cuenta que llegada la hora y el momento precisos, las predicciones anfibológicas del Habano Supremo finalmente se cumplieron.

Y aunque nadie vivió para contarlo y nunca se supo verídicamente cuál de los dos cigarrillos fue el elegido, hoy se comenta, que uno dio tos y el otro cáncer.

Fin.

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