Por César Abraham Vega
—Apá, Apá… levántese ya.
—¿Uhg? ¡Ah! No… no quiero Martha, ¡no quiero!
—Ándele, papá, se nos va a hacer tarde; nada más lo cambio y se va para abajo a desayunar. Mientras yo me baño rapidito y alisto para irnos ya; ya ve que si nos tardamos las fichas se acaban. Ándele, papá, no sea malito levánteseme ya.
—¡Carajo, Martha! Ya deja… deja, yo me cambio solo… ya.
—Pero, papá, se vaya usted a ca…
—¡Qué tu puta madre! ¡No soy un escuincle, Martha, ¡déjame ya! ¡Yo sé vestirme!… ¡Ya métete a bañar! ¡Ya yo me encargo! ¡Chingá!
—Sale, Apá, te cambias bonito, ¿eh? Te pones tu sombrerito y te abrochas bien bien tu pantalón.
—Qué tu puta madre! ¡Ya déjame en paz!, yo sé cómo vestirme, déjame en paz.
…pinche chamaca pendeja, como si no supiera cambiarme, como si no supiera hacer mis cosas por mí mismo, estaré viejo pero no pendejo; como si no hubiera sido yo el que la vestía hasta los siete, a ella y a su rependejo hermano, como si no hubiera sido yo el que les dio estudio a ambos, el que los llevó a la escuela, el que les dio de todo, y les hubiera dado más, ¡les hubiera dado más, caray!, de no ser por el puto azufre que me jodió enteritos los pulmones, y el Zamudio ese, ¡maldito hambreado! Chingándose la pensión de todos el muy ojete, el muy cabrón, pero no hay dinero que soborne a la guadaña; el día que se clavo el muy puto ¡ah!, qué bonito me reí yo.
Será el sereno, a pesar de las jodas, sigo bien fuerte, aunque sí estoy cansado, pero es el mundo el que me cansa; me cansa tanta chingadera. El mundo de antes no era enfermo, había tanta cosa buena, tanta muchacha bonita y tan seria, hasta la ropa era de calidad y a la medida, no como estas pinches chingaderas de camisas que parecen de papel y… ¡ah cabrón! Cómo aprietan, que si lo digo yo, pura chingadera y además bien caras, ya no alcanza pa ni maiz.
Si hasta antes la rata era de otra calaña, puro respeto, cuándo iba yo a creer que le robaran a las señoras o a los niños, si hasta a los médicos y a los profesores se las perdonaban, no como ahora que hasta a las viejas matan por arrancarles el monedero o el celular. ¡Pinches putitos rasca colas! Pero que se metan conmigo los jijos de la chingada y yo si les saco la calabaza con el fogón. Si hasta antes el trabajo era distinto, de verdad, uno se partía las manos piscando el jitomate, labrando la madera, cargándose las reses en el rastro, picando la piedra en la cantera, curtiendo la piel, arando la tierra; no como ahora, como el pinche nieto Cesarito que ya cree que por picarle a la chingadera esa de la computadora trabaja mucho el muy cabrón. Trabajos los de antes y trabajadores los de entonces, no que ahora… ya tiene un rato que todo se jodió. ¡La juventud! ¡La juventud! Ahora les vale madres todo, todo lo quieren fácil, como decía mi compadre Filemón: peladito y a la boca.
Aunque hay cosas en mí que sí van cambiando, pa qué me hago el güey, sí me doy cuenta, si estas escaleras son tan distintas, y no han cambiado nada, si son las mismas de esta casa que construí con estas manos que ya me tiemblan, a mí que ni la voz me tembló ni una vez sola ante el patrón o el capataz, yo que siempre fui tan cabrón y encabronado para todo…, y ahora me cuesta tanto bajar y subir las escaleras. Las escaleras sí son las mismas, tan igualitas como siempre, lo que sí me acabé son las rodillas con el chingado futbol, ¡pero qué rechulo jugaba!, ¡hubiera sido campeón! Pero te conocí, Lupe, y todo se jodió.
¿Por qué te fuiste, pinche Lupita? Me amargaste la vida completita, canija mujer. Me dejaste solo con los escuincles y yo que ni sabía cocinar un huevo, ni planchar un calzón o una camisa; sí, ahora sé bien que los calzones no se planchan y las camisas se planchan al revés, excepto las mangas porque… ¡Jódete, Lupe! ¡Jódete donde estés! Segurito ya estás muerta. Pa ni falta que me hiciste, yo solito me basté, cabrona, yo solito lo logré. ¿Cómo la ves? Fíjate en la Marthita, ya es toda una mujer, aunque nomás de verla me hierve el buche porque es tu espejito, mujer, igualita. ¡Carajo!
¡Carajo! Sí, estoy viejo, ¿y qué? Ya se me acabó mi veinte, esto ya fue. Hasta el puto gerber me sabe a mierda; nada que ver cuando comía papilla estando yo chilpayate, o cuando me hartaba de helado a los seis, o cuando corría detrás de las mariposas a los ocho y ni cansaba mi corazón, o cuando volaba en mi biciburra a los once, o cuando mi ser explotó pa dentro al besar a la Moni a los dieciséis, o cuando cogía como toro hasta seis palitos al hilo cuando tenía yo veinte, o cuando moría de feliz al recibir mi pago a los veintitrés, o cuando el mundo se hizo bien chiquito y bien chulo cuando la Lupe se vino a vivir conmigo a esta casa, o cuando nació la Marthita que sentía que el sol amanecía solito para mí y pa nadie más; y el orgullo que no me cabía en el cogote por la dicha de que nació varoncito mi condenado Mauricio… Pero ahora…, ya ni los arcoíris son los mismos…, ya ni el atardecer es tibio, ya ni el sol brilla, ni la lluvia moja igual que antes; todo se jodió, ahora todo es doler de huesos, todo es la tos nocturna, todo es echar de menos, todo es dejarse ir, morirse a cachos y andar emputado con todos por lo mismo sin saber qué es lo que hice por mí. No, señor. Pero aún me siento algo fuerte y mientras no muera no me dejaré morir.
—¡Ay! ¡Papá! ¡¿Qué has hecho?! ¡Ay papá, no! ¡Mira…!
—¿? ¡¿Qué ching…?! ¿Qué?, ¿qué hice? Me estoy tragando el puto desayuno que dijiste ¡¿Qué más querías que hiciera, pendeja?!
¡Tú dijiste!
—¡Sí, papá, pero no! ¡No, papá! ¡Qué asco! ¡Te comiste toda la muestra para tus laboratoriales!
—¡Qué tu puta madre! ¡Si serás pendeja! Pues tú lo dejaste a mi alcance; yo pensaba que era el puto gerber, pendeja! ¡No seas cabrona si hasta le dejaste la etiqueta! ¡Yo cómo iba a saber que era mierda si bien sabes que todo me sabe a lija¡… ¡Si yo pensaba que era la puta chingadera esa de ciruela que siempre me das pa desayunar!
—¡No, papá, si el gerber está en la mesa! Hasta te dejé una cucharita en la manteleta. ¿Por qué haces esto, papá? Hasta siento que lo haces a propósito, hasta parece que lo haces para molestarme… ¡Si hasta puse la muestra arriba de la alacena! ¿Cómo te ibas a confundir? Y sí ¿eh? Nomás me jodes los días, ya no vamos a ir al hospital, ya te tragaste tu muestra. A veces te odio tanto, papá. No sabes ¡Mayra, Mayra! ¡Ayúdame; hay que bañar a tu abuelo, ya hizo otra chingadera más!
-¡No!… ¡¿Yo por qué mamá?!
…mientras no muera no me dejaré morir… sin dignidad.