7. LA PERFECCIÓN (2/3)

por Alejandro Roché

ABRAXAS

En tanto Alétse acaricia a su esposo, él, absorto en sus espejismos, apenas percibe los dedos sobre su rostro, que son retirados por Deizkharel con un gesto de molestia. Ahora ya olvidó sus ansias de paternidad. No quiere apartarse de esas incoherentes imágenes, se extasía en ellas, las disfruta, se adormece lentamente. De súbito, los espectros se resquebrajan en un sinfín de esquirlas, el silencio lo envuelve, es ensordecedor. Desea gritar para perturbar la quietud, mas sus labios solo emiten vocablos carentes de sonido. Todo esto le provoca una devastadora desolación, ahondándolo en las tinieblas, donde la soledad le abruma, haciéndolo caer de rodillas. ¿En el suelo? Quizás sea el cielo. No existe arriba ni abajo; únicamente él. Es ahora cuando recuerda aquellas frases aprendidas en la catequesis que narran la creación de la tierra, donde no existía materia, solo Dios, y probablemente él es Dios… o quizás el demiurgo de SAXARBA. “¿Pero quién o qué es SAXARBA?”

Dentro de sí no halla respuesta; en cambio, torrencialmente se precipita sobre su conciencia la pesadilla de su juventud, lo sucedido en la Catedral, aunado a lo vivido esta noche, conjugándose todo ello en un ente inexplicable. Complicándose aun más la situación, lo aborda la idea de que él podría ser Dios, o quizás el Demonio. Poco a poco imagina que es éste último, quien tentó a Eva y a Adán. Pero no, él no puede ser un Demonio porque fue bautizado…, aunque la idea, pensándolo bien, no le parece tan mala; es más, tal vez en un tiempo remoto lo fue. Piensa en todo caso que si fuera otra persona, sin duda alguna tendría que ser Dios; tal anhelo ha pasado muchas veces por su mente, es agradable pensar en ello, su poder no tendría límites. Con esta vanidosa idea, Deizkharel en su alucinación extiende las palmas sobre su cabeza y una luz brota de ellas, revolotea a su alrededor, él la sigue con la mirada, sonríe al emerger una prodigiosa fuerza naciente desde lo más profundo de su ser y fluyendo a través de sus venas se esparce en todo su cuerpo. Siente el poder absoluto, si acaso existe un Dios, tiene que ser él, no hay duda. Antes, quizá fue un Demonio y tenía la capacidad de destruir, pero tal satisfacción jamás podrá compararse con la sensación de crear. ¡Bendito placer exclusivo de Dioses! Ahora él es todopoderoso y se jacta al contemplar su primera creación, al tiempo, esa luz detiene su cabrioleo enfrente de él y de su centro brotan sonidos.

—Deizkharel, haz pecado contra Dios, te envaneces de ser creador, cuando tu naturaleza te priva de tal gracia. Deizkharel el vanidoso, el hijo del Demonio encarnado, quien intenta salvar su alma, que al igual a la de su padre, ya esta condenada desde el principio de los tiempos. Huiste de los brazos de tu padre para arrojarte a los pies del Dios carente de nombre y, postrado, imploraste el perdón de tu alma que hiede en los avernos. La sabiduría divina decidió ponerte a prueba y mira dónde has caído, te autoglorificas del poder heredado de tu padre e, ingenuamente, lo comparas con la energía creadora. Mas, a pesar de todo, la Misericordia del Señor te concede una oportunidad más de redimirte. Mediante tal gracia, mi Señor te manda a contener al Demonio SAXARBA, súbdito fiel de Satanás. Debes contener su llegada entre los mortales, pues tu padre le concedió poder sobre Ángeles rebeldes, y tal hecho solo puede provocar el acabose de la humanidad. Vuelve a ser mortal, haz a un lado tus siete esbirros y permite al espíritu de Dios guiar tus acciones.

En tanto Alétse, con tal muestra de desencanto por parte de su esposo, se levanta de la cama, camina hacia el espejo para observarse, primero con orgullo —la imagen que contempla es de una mujer alta, delgada, rasgos finos y por las miradas de los hombres, sabe que aún posee el atractivo femenino deseable en el sexo opuesto—, pero luego, cuando algunas arrugas le gritan que su juventud se desvanece y su hermosura la abandona, siente su vientre enjutarse, pues cada mañana se angustia al ver un día más posarse en su rostro, y ello le aterra, puesto que cada luna llena intuye la maternidad escurrírsele entre las piernas

Aún así, prefiere no pensar en ello. Suspira y se imagina encinta con atuendos maternales, experimentando a cada instante la evolución de un feto en ser humano, palpando dentro de sí la expresión sublime del amor entre ella y Deizkharel.

Evade la realidad, suspira nuevamente frente a su reflejo en añoranzas de amamantar a un bebé para brindarle lo mejor de sí. Pero siendo insoslayable su entorno, se conforma falsamente esperanzada, contemplándose a futuro en un hogar idealizado; utopía que fomentó desde niña jugando a la familia.

Alétse, cabizbaja, regresa con su marido para nuevamente acostarse a su lado. Mientras otras aprehensiones violentan su tranquilidad. “¿Habrá otra mujer?” Esa es una pregunta que no puede apartar de su mente. No lo cree posible, él siempre ha sido fiel y se lo ha demostrado; sin embargo, siempre existe el riesgo de una primera vez.

Por otro lado, los problemas de su trabajo podrían ser la causa de su estado, o tal vez es el cansancio de tantos viajes en los últimos días, pero todo ello no la convence, además no es la primera vez que presenta este comportamiento y quiere pensar que todo es causa de la plática que tuvieron el día de ayer.

Entre supuestos y fobias divagan los pensamientos de Alétse, cuando Deizkharel entre labios le dice a su consorte que acuda a abrir la puerta. Ella reacciona incorporándose, sus pies descalzos tocan la alfombra y buscan las sandalias para enfundarse en ellas. Pero el timbre suena insistentemente, a lo que decide ir descalza.

Una vez que ella sale de la habitación, Deizkharel, levantándose de la cama, camina hacia el espejo empotrado en la pared. Observándose de arriba abajo se hinca frente de si.

Una desesperación le invade, una insensibilidad le acaricia la piel, palabras como “SAXARBA”, “principio”, “fin”, “elegido”, “Dios”, “Demonio”, “hijo”; revolotean en su cabeza entremezclándose imágenes, sonidos y palabras que conforman un rompecabezas a través del tiempo. En instantes se ve a sí mismo en lugares desconocidos y a la vez familiares, convergiendo todo ello en SAXARBA, un Demonio que debe matar. “¿Y por qué?”, se pregunta. No halla razón de peso, solo una voz interna le grita que tan solo actué dejándose llevar por lo que le dictan las voces, debe entregarse a sus instintos, aún cuando estos se contrapongan a la lógica. Sin embargo, aunque la necesidad de matar a ese Demonio se acrecienta, desconoce la forma de darle muerte. Luego, si hallara la manera, ¿Tendría el valor para hacerlo?… Aunque todo esto probablemente solo son invenciones suyas, ¿sería posible que su inventiva se proyectara a tal grado y fuera la única causante de este ambiente? Quizás esto se deba a la conjunción de todos los sucesos vividos. Aunado a ello, ahora insólitos presentimientos lo abordan, sus miedos se acrecientan, una soledad nace dentro de él y corroe sus entrañas. Ahora es cuando desea una madre para refugiarse en sus brazos, en estos momentos Alétse seria el sustituto perfecto, ¿pero realmente ella es esa mujer que él necesita? Probablemente no lo sea; mas, a su lado halló un respiro a la asfixia que aún hoy le ahoga.

Alétse llega y ve a Deizkharel hincado frente al espejo, no le sorprende esa actitud, pues en ocasiones se aísla del mundo y no deja que nadie entre en sus pensamientos. Cuando se conocieron, él era bastante extraño, un joven introvertido, pero poco a poco fue cambiando su actitud, hacia tanto de ello que por poco lo olvidaba. Deizkharel era un hombre solitario, abstraído y, según él, Alétse fue la razón del cambio. ¿Pero cuánto puede cambiar una persona? ¿Cambiaría por amor? ¿Sería posible? Ella lo ama, y él a ella también, o al menos eso quiere creer, pero no desea vivir en la interrogante.

—¿Me amas Deizkharel?

“!Oh, Dios! Esa pregunta de nuevo ¿Por qué tiene que repetirse lo mismo?” No obstante, ahora podría sincerarse y externarle sus verdaderos sentimientos, el problema es ¿qué siente por ella? Le da miedo, y no quiere ver a Alétse, pero opta por voltear y ver a su mujer, porque sabe que quizás solo así hallará la solución a este cuestionamiento que lo atormenta.

Al quitar la mirada del espejo, lo primero que ve de Alétse, son sus pies desnudos a ras del suelo. “¡Pero que hermosos pies!”, piensa para si Deizkharel. Siente una atracción hacia los pies de su esposa, una devoción, un fetichismo. En ocasiones le desagradan, mas en este instante irradian frescura, hay belleza en sus formas nunca antes apreciadas como hoy. En pos de seguir las líneas que se pierden en una bata azul, la mirada sube hasta encontrar la cara da Alétse.

—No veo el caso de tu pregunta. La única forma en que podría no amarte es dejar de ser yo…

“¿Y ahora por qué dije eso?”, se cuestiona Deizkharel, y la respuesta la encuentra en sus deseos de ser padre. Tal vez por ello, ahora esa mujer le es tan seductora, atrayente, graciosa, tierna y, siendo espontáneos sus deseos, agrega:

—Tengo ganas de ti. Quiero tomarte en brazos, sentir la calidez que emana de tu cuerpo —Con mirada fija en los pies de su hembra, gatea hacia ella e inclina la cabeza hasta que sus labios tocan los dedos de Alétse.

—¿Qué haces?

—¡Quiero hacerte el amor! —Responde Deizkharel, mientras una de sus manos sube por el tobillo izquierdo de Alétse y sus labios propinan pequeños besos al empeine del pie.

—¿Ahora?… Tenemos visitas.

—¿Qué importa? Que esperen.

Alétse siente un hormigueo recorrer su espalda excitándola al punto de querer dejarse llevar por las sutiles caricias de su esposo, de ese hombre que hace tiempo no la toca. “!Ahora no es él momento!”, le grita su mente, y para acallar la razón, la piel grita aún más fuerte, estremeciéndola en el deseo, pues su cuerpo reclama las manos masculinas que están a los pies de ella, dispuestas a saciar tantas noches de celibato, pero contiene sus ansias y da un paso atrás:

—¡Tenemos visitas!

Él la mira con ojos suplicantes:

—¡Por favor, te deseo!

—¡No! Además tú tienes la culpa, para qué lo invitas.

—¡Quiero hacerte el amor! ¡Por favor!

Alétse se inclina para levantarlo y, antes de estar completamente de pie, él la toma entre sus brazos, la besa y le sugiere:

—Hagamos el amor enfrente de alguien más. ¿No te gustaría?

Al principio la idea la excita, pero antes de que esta cobre fuerza, su moral toma el control empujando con las manos a Deizkharel.

—¡Estás loco! No lo voy a hacer frente a un desconocido.

—¡Quiero hacerte el amor! ¡Tengo miedo! ¡Abrázame! ¡Necesito sentirme dentro de ti, te amo y no quiero perderte!

Entrelazados, Deizkharel llora en silencio, la intranquilidad lo aprisiona, presiente una catástrofe, en su mente un cúmulo de recuerdos se apilan en ideas monstruosas y, simultáneamente, una fuerza desconocida penetra en él ahuyentando todo temor, el pánico se ausenta… o tal vez solo brinda una tregua para arremeter con mayor fuerza y asestar el ultimo golpe.

Segundos después se separan, y sin decir palabra, Deizkharel camina a la habitación contigua con Alétse tras sus pasos. En la sala, el huésped se encuentra frente al modular ajustando el volumen, escucha los pasos, voltea y alegremente saluda:

—¡Deizkharel, mi buen amigo! No me olvidaste ¿O sí? Puse un poco de música, espero que no les moleste.

—¡No! Por supuesto que no, Dadahellux. Mira te presento a Alétse, mi esposa.

***

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

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