XXXVI. EL DESEO DE MORIR (3/3)

por Alejandro Roché

INTROSPECCIÓN

—Hubiera sido más fácil si hubiéramos empezado por ahí.

—Sí, hubiera, pero bueno, hemos llegado a la autodeterminación o la libertad de Cacaxtla para decidir suicidarse o no y sí, creo que el libertinaje no tiene nada que ver aquí.

—¿Y ya, eso es todo?

—No, Tyndas, llegamos al punto de que no es libertinaje y tampoco libertad; sino más bien una variante de la libertad: la autodeterminación. ¿No te parece un gran logro llegar hasta aquí?

—¡Mis polainas!, el suicidio está mal.

—Si está bien o está mal, eso es otra cosa, sólo teníamos la duda de si el suicidio era un acto de libertad o de libertinaje, y resultó que es un acto de la autodeterminación.

—¡Pero el suicidio es pecado!

—Vamos por partes, el suicidio es un acto de autodeterminación, y la autodeterminación es, digamos, una variante de la libertad acotada al individuo y para simplificar, diríamos que es un acto o una acción.

Todos asentimos.

—Si es un acto de libertad y este acto de libertad se concreta, fue un acto que pasó por la voluntad de Dios o mínimo él estuvo enterado y, al permitirlo, dio su consentimiento tácito, pues si estuviera en desacuerdo no lo hubiera permitido.

Nuevamente Tyndas agrega:

—Pero si lo permite, ¿acaso no es porque Dios le está dando la libertad de elegir entre la vida y la muerte?

—Podría ser, pero si Dios es un ser omnisciente, yo no considero tener la valía intelectual para inferir los pensamientos de un ser de tales dimensiones.

—Pues podrán decir misa, pero para mí es pecado y quitarse la vida es ir en contra de la voluntad de Nuestro Señor.

—Maki, en el mejor o peor de los casos que tu postura sea cierta, el acto de Cacaxtla es una acción que le afectará sólo a él y no veo el caso para detenerlo. Todos vamos a morir, por el simple hecho de vivir, y no por eso detenemos el acto de vivir, porque si así fuera, ¿para que engendrarnos, para que vivir, si respirar inexorablemente nos llevará a la muerte y…?

—Si no lo quieres detener, piensa qué haría la reina si estuviera aquí.

Jassiel se inmoviliza luciendo molesto, pero sonríe y pausadamente contesta:

—Bien jugado, o más bien diría: buen intento. Si ella estuviera aquí, probablemente apelaría al más puro sentimentalismo visceral, pero conociéndola, más bien recurriría a algún término legal, pero cualquier ley no debería afectar el ámbito privado o individual de las personas. La ley no debería tener facultad o afectar la autodeterminación de los individuos, si fuera así, ¿que clase de sociedad seriamos?, ¿fascistas?

—Jassiel, pero si no fuera por el ámbito religioso, por el civil o judicial, se debería ser capaz de intervenir en ciertas situaciones, como el suicidio.

—¿Pero por qué? Cuando se llega al suicidio la persona ya agotó todas las herramientas a su alcance.

—Así es. ¿Y no deberían presentársele otras?

—Sí, en eso estoy de acuerdo. ¿Pero y si no quiere? ¿Acaso no somos libres, o más bien, acaso no debiéramos ser libres, realmente libres en lugar de que a las personas se les trate como bebés que necesitan ser cuidados de sus actos?

—Pero es un suicidio, ya no hay vuelta atrás, no es como cometer un delito y después poder recibir un castigo.

—Pero al cometer un delito, afectas a un tercero, y en el caso del suicida —y Cacaxtla con la soga al cuello— ¿por qué no dejarlo ir cuando él quiera irse?, ¿acaso no somos libres? ¿Por qué la libertad debe limitarse?, ¿por qué no respetar una decisión tan personal, tan íntima, si no tenemos opción de venir al mundo, simplemente nos engendran y aquí nos tienen? Vivimos esclavizados a nuestros funestos vientres y controlando a sol y sombra nuestros instintos sexuales, más que libres, somos animales reprimidos y miedosos de la vida y de la muerte; elegir la muerte quizá sea de los pocos actos trascendentales de los cuales pareciera que podemos tener control, y aun así rehuimos hasta que ésta es inevitable y nos vamos como llegamos: marionetas de nuestra propia naturaleza.

—Jassiel, como siempre, tienes las palabras adecuadas. Yo no podría decirlo mejor, quiero irme feliz, en paz y mirando el sol; mirando la noche.

—Qué libertad ni que libertad, lo que vas a hacer es una locura y no, no me importa lo que digas, Jassiel, te respeto y todo lo que tú quieras, pero aquí sí no.

Y se dispone a detenerlo, pero Tyndas la sujeta diciéndole:

—Pienso igual que tú, que deberíamos detenerlo, pero también creo que tiene el pleno derecho natural, ya no digamos derecho legal o similar, sino el que la naturaleza misma nos da, el poder para decidir y si de verdad lo apreciamos, debemos respetar la decisión de irse en la forma que mejor le parezca a él.

—Tyndas, gracias por entender, aun en tu desacuerdo. Amigos, es un gusto escucharlos, pero me tengo que ir. Adiós, amigos, fue un gusto dar una última caminata.

—No, espera. No te puedes morir; tu vida me pertenece.

Cacaxtla lo voltea a ver con la interrogante en su cara.

—Sí, tu vida me pertenece, porque yo te salvé la vida. ¿Recuerdas cuando fuimos a Tezontepec y ahí escuchamos y vimos a la sirena?, ¿recuerdas que era muy bella, rubia, como un ángel, la mujer más bella en la tierra y tú, todo menso, caíste en su hechizo e ibas derechitito con ella y de no ser por mí ya estarías muerto? Por eso te digo: tu vida no te pertenece, tu vida es mía. A ver, Jassiel, ¿que dices a eso?

Jassiel con sus palmas en mímica crea un muro.

—Sin comentarios.

—¡Pinche Jassiel!, ¡para eso me gustabas!

—Maki, buen intento; yo también te aprecio.

Tyndas pregunta.

—Espera. En la taberna, si preguntan por ti, ¿qué les decimos?

—Díganles que me fui feliz, en una fresca mañana justo cuando el sol salía.

Y señalando al horizonte, el azul se nota más intenso y el sol a punto de salir, pero lo más inquietante es ver la sonrisa en su rostro y tambalear sus pies de tal manera que cae y las piedras ruedan, el cuerpo se convulsiona, pero la sonrisa no se va y su mirada no se aparta del sol. El cuerpo gira apartándolo, pero Jassiel se acerca a él y abrazándolo gira el cuerpo para mirar de frente al sol, y mientras al rostro se le dibujan un par de hoyuelos. Mira hacia el alba. Alcanzo a ver en el rostro de Jassiel secarse lágrimas en el pantalón de Cacaxtla, mientras lo sostiene para impedir que su cuerpo gire al tiempo que éste se retuerce en espasmos. Son segundos, instantes eternos, pero ahí estamos mudos, impávidos ante lo que no debiera de ser, pero es.

Chaneque baja las manos cayendo de rodillas, la cabeza baja, inmóvil y el sol libre continúa su rodar.

Silencio y más silencio sólo interrumpido por los sollozos de Maki. Jassiel suelta lentamente el cuerpo, la rama mece el árbol y emprende el vuelo una parvada de aves en dirección al sol.

Tyndas también suelta a Maki, también cae hincada llevándose la mano a la boca, como para tratar de callar su dolor, pero la angustia se desgarra impúdicamente desde sus ojos.

Jassiel se acerca a ella para ayudar a levantarla, pero airadamente lo rechaza.

—Pero hay un Dios que todo lo ve y esto no se quedará así.

Se santigua ante el cadáver. Camina.

—Jassiel, —y apuntándole con el índice— tú pudiste detenerlo.

—¿Detenerlo? ¿Por qué privarlo de uno de los mayores actos de libertad, de autodeterminación?

—Qué libertad ni que libertad ni que ocho cuartos —y señalando a todos— y ustedes también son culpables. Pero esto va a quedar sobre su consciencia, porque la mía está limpia.

—No, Maki, ese hombre ya estaba muerto, él ya lo sabía, nosotros apenas nos enteramos.

Se adelanta al camino. El resto con la cabeza semibaja la seguimos por unos pasos. Volteo. El cuerpo colgante de Cacaxtla gira en un sentido y luego en otro e incluso tengo la impresión de que levantará sus manos para bailar con el viento. Me despido con el pensamiento y sigo al grupo. Después alcanzó a Jassiel y pregunto:

—¿Si te lo hubieras propuesto hubieras sido capaz de detenerlo con alguna de tus múltiples ideas?

—Sí, quizás.

—Si hubiera vivido, ¿tú crees que pudo tener una buena vida?

—Sí, seguramente.

—¿Por qué no lo detuviste, si podías y había posibilidad de que tuviera una buena vida?

—Tener una buena vida es relativo. ¿Acaso murió inmediatamente después de nacer? Además el hecho de tener la capacidad de hacer cambiar de opinión a alguien, no te da el derecho de hacerlo y menos si es una decisión tan importante. Considero que si bien su medida es cuestionable, fue un acto consciente, un acto pensante, y eso ya es mucho decir de los seres humanos. ¿Cuántas personas comen, duermen, caminan, trabajan apenas instintivamente, poco más que animales, y hay alguien que salga con voz en pecho gritando la incongruencia o futilidad de sus actos?

Los pasos son cortos y con los rayos del sol a la espalda, se escucha el acompasado ritmo de un vals.

—Ya estamos cerca de la casa de don Bryan, vamos a llegar a tiempo para despedirnos.

 

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

TE PUEDE INTERESAR

Dejar un comentario