UN MÉTODO PELIGROSO

por Rosario Ortiz

Yo sabía que aquella cita podría ser muy emancipadora. Temía enloquecer o llegar directamente al suicidio. Le dije a mi esposo Pablo que iría a visitar a una amiga. No teníamos secretos entre nosotros, sólo que en esta ocasión prefería contarle el asunto después de lo sucedido.

Nuestra vida había estado llena de experiencias plenas y en libertad. Mi vida sexual era completamente libre. Por eso mis relaciones con hombres o con mujeres cabían dentro de mi moral. Estaba convencida que eran parte de la naturaleza humana, sólo que los prejuicios sociales ponían frenos a los instintos profundos del ser humano. En ese momento sostenía relaciones con una mujer y su esposo. Podía verla a ella y tener una intimidad plena. Con él, era la fuerza, la admiración, la posesión intensa.

Ese día, llegué a la suite del hotel reservado para la ocasión, unas horas antes. Pude descansar, tomar un baño de tina, perfumarme, calmarme, preparándome para el inusual encuentro. Elegí un vestido rosa pálido muy parecido al de una niña. Me entallaba en la cintura. Sus pliegues se deslizaban sobre mis caderas. Su escote dejaba ver dos senos firmes y seguros. Zapatillas rosa mexicano ceñían mis pies. El almizcle se esparcía por todo mi cuerpo. En el rostro apliqué maquillaje muy tenue, dando un aspecto casi infantil. Prácticamente estaba lista para recibir al personaje que me visitaría. El confort de la suite, sus espacios y decorado me hicieron sentir tranquila. Miré a través de las cortinas translúcidas. La gente caminaba por la calle; los autos pasaban veloces. Un sol radiante descansaba en el cenit. Ya sólo faltaban unos minutos…

Cuando llamó a la puerta perdí mi serenidad. Entró con paso firme y majestuoso. Su cálido abrazo me remontó a la niñez. Los dos lloramos emocionados. Había terminado su silencio eterno.

No sé cómo pasaron aquellas horas. Galante, destapó el champagne y brindamos en copas espumosas. Tuve oportunidad de observarlo. Aunque me doblaba la edad se conservaba muy bien. Esbelto, piel apiñonada, labios grandes carnosos, largas manos varoniles, de pianista. Los destellos de sus profundos ojos negros recorrían mi cuerpo. Seguía siendo un gran seductor.

Los minutos pasaron lentos. Mientras escuchábamos “Europa” de Carlos Santana, me atrajo hacia él y comenzamos a bailar cadenciosamente. Sentía su cálido aliento muy cerca de mi rostro. Comenzó a besarme el cuello, las mejillas, y a acariciarme el cuerpo. Aturdida me dejaba llevar. No supe cuánto tiempo pasó, hasta que, desinhibido, comenzó a desnudarme, mientras murmuraba frases soeces: que si mis nalgas eran perfectas, que si mis tetas las quería mordisquear, que quería llegar al centro de mis ríos, que si era su puta, que me penetraría sin falsos remordimientos.

Cuando me abrazó intensamente por mi espalda sentí su miembro erecto, apuntando a mi ano.  Ahora no recuerdo todo. Cuando ya estaba por consumarse el acto amoroso, entonces lo rechacé y le exigí que se marchara, como había hecho él cuando abandonó a mi madre y a todos sus hijos, cuando éramos niños.

Mi psicoanalista me dijo que se trataba de una compensación…

Noviembre 2020 / Morelia, Michoacán

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IMAGEN

Mujer sentada con la pierna doblada >> Egon Schiele., Austria, 1890-1918

Rosario Ortiz es una mujer que ha tratado de entender el mundo por distintos caminos: las ciencias sociales, la epistemología, la semiótica, el estudio del arte, de la caricatura, del arte plumario. Se asume como lectora. Le conmueve la miseria, la soledad existencial. Le angustia el paso del tiempo, ese que se desliza como arena entre los dedos. Muchas veces ha sido nadie, temiéndole al nunca y a la nada.

La vida la disfrazó de editora, librera, promotora cultural y profesora universitaria. Le interesa escribir para nombrar las cosas que la asombran; le seduce el ejercicio de la escritura para enfrentar al enemigo que viene de adentro.

Ama a Cortázar, a Rulfo, a Camus, a García Márquez, a Benedetti, a Cervantes, a Breton, a Miguel Hernández, a Saramago, a Gioconda Belli, a Sor Juana, a Enjeduana, a Umberto Eco; Silvio, Serrat, Zitarrosa, Mandela, Rius, y todavía más…

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