SOLO – SOL – SO – S –

por Alias Torlonio

Sol. Es lo único que veo. Recuerdo tratar de leer las letras de la página de un libro y las palabras se modificaban en otras similares, perdiendo primero el significado original, luego también el traspuesto. Y la somnolencia tan bestial impidiéndome hasta pensar en respirar. Por un momento me sentí como si estando dormido en la cama, me hubiese orinado: un segundo de lucidez entre el placer y la culpa. Insoportable. Como un baño de agua caliente que acaba hirviendo; ahí estaba sin poder notar los dientes, ni los pies, ¡ni nada! Una sucesión acelerada de paisajes nunca vistos se apelotonaban en mi retina, o tal vez sólo en mi mente. Vértigo. Aquella sensación se apoderó de mí como el zumbido de una abeja, antes lejano y ahora junto a mi oído, luego dentro de mí; e igual olía a rosas que a excrementos. Mi única queja. Fue después de esto, creo, que tuve ocasión de, en el mismo momento, oír al mismo tiempo todas las piezas compuestas para piano de Haynd, Beethoven, Chopin y Bach (las que yo conozco, que vienen a ser casi todas); así sonaban las sonatas del primero y del segundo junto a las baladas del segundo y del tercero con las mazurcas y los valses de éste, más todas las fugas del cuarto, con la particularidad de poder incluso asegurar que algunas de estas últimas eran ejecutadas en piano forte. Lo más extraño es que el hecho de poder distinguir cada pieza mientras todas sonaban a la vez, siendo más de cientos, no me causó ninguna extrañeza. No hay una palabra para significar esto. Si en cuanto al caos hablamos de maremágnum, para tan vasta integración armónica cabrá mentar lo contrario al pandemónium, algo marepifánico. Marepifanía. Un tsunami epifánico De la misma forma inclusiva vi la cara de todos los diablos desenmascarados alguna vez por mí, así como las de muchos otros que, hasta el momento, me eran desconocidos. Tremendas. Estas jetas iban salteadas sin ningún incomodo con los rostros de todas la mujeres que he amado; todo este plantel de morrocotudos y caritas angelicales estaba rodeado por mis veinte gatos tumbados, durmiendo en círculo, tocándose unos a otros por las puntas de las manos y los pies; todo el conjunto formaba, mirado bien, un mandala cuya emanación latente esclarecía hasta el menor detalle el sentido de mi vida ¡y también del universo! Entendí de sopetón un tremendo conocimiento abstracto. Intransferible. Sólo deseaba ser aplastado por aquella sensación de máximo sopor, hasta quedar mi parte eterna exenta, y muerto mi cuerpo; el caso es que aun pareciéndolo, no resultaba tan fácil. Todos los sucesos de mi vida estaban allí, ante mí. Imaginad: todas las cicatrices de mi cuerpo resplandecían vivas, reverberando fecha, ubicación y motivo de cada una. Sobrecogedor. Aquel abandono entraba y salía de mí rítmicamente hasta que, transido tome la vez y empecé a salir y a entrar de mi cuerpo con la misma frecuencia; aquello era el abatimiento y el desapego más absoluto, algo catastrófico y a la vez tan placentero. Pensé que debía llamar a alguien por teléfono: a un amigo, o a un familiar, a urgencias no. Nada más pensarlo, una mano, tal vez mía, del tamaño de un roble centenario, quedó flotando sobre mí. Desproporcionada. Se me ocurrió también, como precaución, entrar en casa pero lo que ocurrió es que el salón, o mejor dicho, todo su mobiliario, salió atravesando los muros de piedra, si es que allí seguían, mezclándose con los árboles: un ciruelo, un manzano, un peral, robles, arces y unos cuantos saúcos. En otro momento pude ver mi cama cubierta de ortigas y tréboles y yerba de pastor. Si las miraba fijamente, algunas tejas del techo se evaporaban en el cielo degradando su color rojizo a naranja, después a amarillo, luz, y luego nada. Desastroso. Entendí que no me había dado un ictus o un derrame cerebral o algo aún peor si cabe. Intuí además que todos nos encontrábamos en aquel momento bajo una mano desproporcionada, cada uno con la suya, del tamaño de un cobertizo, mirando cómo el suelo se desintegra a borbotones; por decir algo. En un instante caí en mi familia y en una fracción de segundo me obligué a no pensar en ellos, temiéndome lo peor. Incertidumbre. Entonces rebosó de mi centro un sentido de responsabilidad inaudito, además de un amor por todos los seres y por todas las cosas, incorruptible e incondicional; ¡un amor tan grande!, capaz de provocar el espanto y la huida de aquellos que dudan o sólo se entregan a medias; tan descomunal que los secretos dejaban de serlo, haciendo subir las mentiras a la superficie, tal como flotan los cadáveres de los desaparecidos. Las sospechas desaparecieron en el aire de la misma forma como antes vi desaparecer las tejas de la casa. Todo ello provocó una sensación ambivalente, tanto de infinitud como de descabalgamiento. Hallándome en el centro del resplandor que todo lo había traspasado, se me pasó por la cabeza que las plantas iban a querer agua; también me prohibí esta idea. Tarde. Una riada de absoluta desidia lo inundó todo; vi la ropa blanca de mi cama flotando sumergida como si volase a cámara lenta; realmente mi porción del mundo quedó de esta manera, suspendida, también los pensamientos. No sé si llevábamos así dos horas, dos días o dos semanas, me era imposible ajustar la noción del tiempo porque se había esfumado como tantas otras cosas, como el sentido proprioceptivo, no tenía ni norte ni sur, ni arriba ni abajo ni centro. Sólo esa luz que digo del sol.

Ustedes que acaban de leer esta crónica tan personal sobre este extraño suceso, por el que habrá pasado tal vez un siglo, si no varios, se preguntarán qué es lo que nos pasó: si es que sucumbió la Tierra bajo una deflagración solar masiva, o si simplemente un pulso magnético de proporciones bíblicas interceptó el planeta, sumergiéndolo en el caos, o por qué no, bien pudimos ser víctimas de la última estupidez terrorista experimental del grande y único Narcoestado Globalista Corporativo Federal. No lo sé. Espero que ustedes, siendo, presumo, gente mejor y más preparada, hallen por sí mismos la respuesta a esta cuestión. Lo que sí sé es que después de todo aquel galimatías perceptivo, de aquella extraña agonía mezclada con aquella especie de renacimiento, hubo una escisión tajante e irrevocable, la Tierra se disoció en dos partes o planetas alternos, quedando una sección como ya estaba, en el mismo sitio y, por decirlo de algún modo, con sus viejas manías y defectos; la otra sección se ubicó también en el mismo lugar pero en una octava superior, o más alta en todos los sentidos, lo que imposibilita que ambas partes puedan encontrarse, y menos todavía mezclarse, aun estando ubicadas en la misma plaza. Pienso que, vista toda esta creación por donde fluctuamos desde esta perspectiva, me aventuro a afirmar que todo el universo se encuentra en un mismo punto, sitio, plaza, lugar o camino, quedando unos mundos aislados de otros sólo por su diferente densidad o frecuencia vibratoria. Esto último no es más que una fuga de mi mente. Si me permiten una broma para finalizar, les diré que la buena noticia es que finalmente yo me salí con la mía sin necesidad de litigar mis objeciones fiscales ante ningún jurado: nunca más volví a pagar impuestos, por nada. Dichoso. Hecha esta afirmación estoy seguro de que podrán adivinar con facilidad a qué parte de la escisión planetaria fui a parar.

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*Este documento fue encontrado en el monte del Trasgu, ubicado en la montaña central de la región boscosa del norte, a 30 carreras del mar Asturcn, escrito a mano con una punta de grafito sobre un pliego cuya mezcla es demasiado rudimentaria y primitiva [por tanto de escasa calidad], de celulosas y materias vegetales anormales y variadas, cuidadosamente doblado dentro de un pequeño cofre de plomo con una tapa de dos bisagras y un asa, sin inscripciones, enterrado de manera superficial bajo una pila de trece piedras planas e irregulares de grosor variable [litobandejas sin grabados, adornos o inscripciones]. El estilo de la grafía es de línea de zarcillo suelto y punteado, típica del periodo pretelepático, anterior al periodo espasmódico-solar grutesco.

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Sketch014 – Flor 1-4-18 – II >> Pintura virtual >> Alias Torlonio

Alias Torlonio, David García. Pintor. Disléxico. Ermitaño. Bosquimano. Vegetariano. Íbero. Guerrero pacifista. Extraterrestre mientras no se demuestre lo contrario. Nombrado en 2018, 14o Rey Natural de los Gatos del Bosque. Se declara objetor de conciencia desde 1982, apartándose para siempre de la industria militar, el estercolero político y los infiernos religiosos.

Frases poco conocidas de de Alias Torlonio: El silencio pule el alma. Los malos son tontos, los tontos son buenos, los buenos son listos, los listos no tanto. La miseria viene de la mente; la abundancia sale del espíritu. Me da igual un traje a topos que un campo de minas.

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Descarga aquí de manera libre La aurora de los vampiros, de Alias Torlonio,

por cortesía del autor.

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