Por Marisela Romero
Cuando era pequeña, solía fantasear a través de los espejos, donde la veían los niños que a ella le agradaban. Fueron varios los rostros para los que posaba al estar frente al espejo, mostrándose coqueta y encantadora. Algunos la pretendieron, sin duda había algo bello en ella.
Estas fantasías desaparecieron, no supo en qué momento de su vida. Quizá nunca terminaron realmente. Un matrimonio precoz, cuya única fuerza radicaba en el deseo físico y un sinfín de sueños basados en una historia rosa, la llevaron finalmente al desencanto. El amor por el resto de tus días, los sueños compartidos, la fidelidad, el respeto; ahora eran para ella conceptos inexistentes.
Derrumbada moralmente, aunque siempre trataba de reflejar temple y fortaleza, regresó al espejo de su adolescencia a encontrarse con sus recuerdos, con los rostros amables de quienes alguna vez la amaron; a tratar de concluir las historias pendientes, empezar nuevas; reconstruyéndose a sí misma, rompiéndose más en ocasiones. Siempre con un doloroso vacío. Los trajo a su mente, a su vida, a su ambigüedad. Ahora algunos de ellos se convertirían en parte de su historia, fuera del espejo.
***
Al pie del ventanal, por el que entraba apenas una mortecina luz, dejaba escapar sus sueños. Esperaba encontrar a alguien que alejara su soledad, pero al salir la recibía siempre la misma piedra al lado de la cansada puerta, el mismo charco de lodo, la aridez en el resto de la calle. ¿Cuántos años pasaron? Era apenas una pequeña espina que hería su memoria.
Recorriendo la calle de sus recuerdos, encontró a Alex, quien fuera su novio en los buenos años de adolescencia. Ahora que se volvían a encontrar, evocaban entre risas la manera en que habían terminado. Ella concluía un ciclo escolar y no había la más remota posibilidad de que continuaran viéndose, por lo que, con una singular mezcla de agrado y melancolía, decidieron liberarse uno al otro quedando como muy buenos amigos.
Se citaron en un café, y siguieron frecuentándose por un tiempo. Él escuchaba con atención lo que ella con entusiasmo recordaba de aquellos tiempos, y lo que desde entonces había sido su vida. Sin proponérselo, un día comenzaron a besarse, hacía mucho tiempo que ella no se sentía tan bien. Empezaron un hermoso romance. Conscientes de que no sería más que eso, fue suficiente para dar un poco de luz a su apagada vida. Una noche, o más, no recordaba con exactitud. Nuevamente Alex desapareció. Sin escenas dramáticas, rencores, ni despedidas. Un trozo de ella volvió a su lugar.
Entusiasmada aún con la experiencia conoció a Miguel, él era una persona cercana por circunstancias familiares, pero ambos se sintieron atraídos y aunque sabían que era grande el riesgo, decidieron dar rienda suelta a su aventura; que fue totalmente placentera, pese a que no había sentimiento de por medio, sólo deseo, y la emoción de un amor prohibido. Ella disfruto esos encuentros, haciendo uso de toda artimaña para lograr su cometido. Terminó sin remordimientos, como la emoción de un juego de feria.
Por Ernesto sentía gran admiración. En su momento lo amó profundamente, era su ideal. En él veía protección, el amor fraternal; pero el amor, no el deseo. Se encontró con él en varias ocasiones, sin concluir nada. Lo veía dormida, despierta, amándose. Nunca pudieron despedirse. Y cada vez que estaban juntos, era como si sólo ambos existieran en este planeta, no había tiempo, ni deberes que pudieran evitar sus encuentros. Y Sofía renacía con cada beso, con cada caricia. Y conservó su amoroso recuerdo.
Mauricio representaba una nueva esperanza. La promesa de una historia diferente. Tenían mucho que aprender el uno del otro, un poco con amor, un poco con verdad… dice Silvio. Con él reconstruiría sus sueños.
Una tarde caminaban despreocupados entre la gente. Aunque llovía copiosamente, llegaron sin prisa al ansiado refugio. Después de la fuerte tormenta sólo una leve llovizna los arrullaba, mezclándose el olor a tierra mojada con el viril aroma de Mauricio, deleitándola.
Era imposible volver a transitar por las calles, no podían permanecer más tiempo con sus ropas mojadas. Lentamente, ella empezó a quitarse la ropa, con un poco de vergüenza. No podía evitar el frenesí que escapaba de su cuerpo al desnudarlo. Él la tomó entre sus brazos recostándola con ternura en el blanco lecho, tan blanco como las nubes que afuera empezaban a disiparse. Y se amaron como si fuera costumbre.
***
Por un momento la cordura se apoderó de ella. Abrió por primera vez las cortinas, permitiendo la entrada al sol que iluminó el gris cuarto; se juró no volverlo a buscar, retomar su rutina, su deber. Observó con atención el árbol que hacía 16 años había plantado, mientras veía caer cada hoja, como cada otoño, como cada sueño. El viento acaricio con suavidad su cara, disipando la solitaria lágrima que escapó al cerrar los ojos. Nuevamente cerró las cortinas.
***
La sensatez fue vencida rápidamente. Entró a buscarlo. La ansiedad oprimía su pecho, como cada vez que se encontraban. Y ahí estaba él, deseándola, esperándola con esa profunda mirada que dominaba sus sentidos. Él tomó sus manos frías. Tomó sus labios fríos. Tomó su cuerpo frío envolviéndola con su calor… nuevamente.
***
Decidió conservar los rostros de su espejo, los amores de su mente, los amores de su vida. Aquel que destruyó sus sueños, que vigilaba celosamente cada uno de sus pasos, no podría descubrirlos jamás, porqué a él no le importaba lo que ella pensara o sintiera.
Por mucho tiempo tuvo la sensación de estar al borde de un abismo. Temía retroceder y marchitarse en el pasado. Temía que al avanzar cayera al vacío; pero ese amanecer, al ver disiparse las nubes en el horizonte, pintadas de suaves tonos rojos, descubrió que podía volar.
…
IMAGEN
Quimeras al viento >> Óleo >> Johnny Palacios Hidalgo
.