EL LIBRO VACÍO / JOSEFINA VICENS

por Marisela Romero

Por Marisela Romero

Plano, aburrido, patético: tres de los primeros comentarios sobre El libro vacío que se vertieron en clase. Me sorprendieron estas opiniones, sin embargo no debo mostrarme tan susceptible. Los primeros comentarios sobre un texto, siempre son impresionistas, reflejan cómo llega a cada lector. Y surge una interrogante: ¿las opiniones vertidas se referían al texto o al personaje? No lo sé, finalmente fueron las impresiones de otras personas y no me di a la tarea de profundizar en sus motivos.

9-El libro vacío-Marisela RomeroPara mí esta novela constituye una serie de aseveraciones existencialistas en equilibrio, pues muestra diversas actitudes ante la misma circunstancia de vida, mediante el diálogo de los personajes.

Primero me referiré al personaje principal: José García. Él es un hombre común, con un trabajo común, una vida y una familia comunes. Creo que su infortunio es la conciencia que tiene de lo que él considera una mediocre existencia, de su común circunstancia. Está cuestionándose constantemente sobre cómo ha transcurrido su vida, evocando momentos de su adolescencia que lo marcaron, eventos no menos desafortunados; todo para enmarcar su principal problema: la imposibilidad de escribir sobre un tema trascendente, interesante para todos, así, con esa ambigüedad.

Es tan común como sus compañeros de trabajo, su esposa, sus hijos, sin embargo él no se conforma como los demás, aspira a algo más, pero tampoco parece poder hacer mucho para modificar su vida. Quizá ésta sea su principal frustración, más allá de no poder escribir un libro interesante, no poder trascender su existencia. Con ciertas reservas debo decir que sí, esto lo hace un personaje un poco patético.

En cuanto al tema que busca —universal—, que interese a todos, considero que el asunto personal al que se enfrenta José García como escritor y como individuo, es muestra de un problema general de los muchos individuos que integran un grupo social determinado, de los albores de los 60. Una sociedad que se encaminaba a alcanzar un ideal de vida confortable, donde lo importante era haber logrado —al cumplir los 40 o los 50— poseer una casa, un empleo, afiliación al seguro social y determinados artefactos que reflejaran un nivel de confort —“estabilidad” le llama Josefina Vicens—, de este modo todo asunto personal que se tratara en un texto, refiere la realidad de un grupo, en una época determinada. Claro que ésta, es una visión de la que José García carece, de ahí que no considere importantes todas estas reflexiones y anécdotas, que, dicho sea de paso, suele tomar tintes morales, sobre todo por parte de José García, como cuando dice a su esposa:

Una noche que José lloraba, le pregunté:

—En esos momentos, mientras nos amábamos, dime la verdad, ¿pensaste en el niño?

Y ella me contesto con voz queda, acercándose a mí:

—En esos momentos no pienso.

—Yo tampoco —le contesté para no avergonzarla en su amor. Pero después, para avergonzarla en su maternidad inconsciente, igual que yo lo estaba en mi paternidad, dije con toda intención:

—¡Pobre niño!

Fue cuando ella repuso inmediatamente convencida:

—Pobre niño si en esos momentos hubiéramos pensado en él; creo que jamás nos perdonaría la premeditación.

Considero que con esta última frase, se equilibra el asunto moral. Asumiendo que se refiere al momento de la concepción de su hijo, por un lado José García se siente avergonzado de su “paternidad inconsciente” y asume que su esposa también lo está; ella por otro lado, considera atroz una paternidad (o maternidad) consciente, premeditada.

Y es que si algo está plasmado de estigmas en la sociedad de ese tiempo (y en la actualidad), es la maternidad; cierto que tiene un carácter biológico, hasta instintivo, pero se le ha dimensionado con dotes extraordinariamente sobre humanos, de tal manera que quien no entra en los estándares deseables, termina por ser descalificada y, sin exagerar, despreciada. La maternidad y la paternidad —independientemente del amor que se pueda construir en torno a los hijos— es meramente circunstancial.

Respecto al texto en su integridad, como obra, debo mencionar que es un excelente artificio, “poblar” las páginas del “vacío” que construye la autora. Irremediablemente me remite a la hermosa canción de Silvio Rodríguez, Unicornio, producto —a decir del autor mismo— de una desesperada pérdida de la inspiración para componer. Aunque quienes saben de creación, se percatan también del mito de la inspiración, es decir, que constituye una mínima parte en la confección de un texto, lo realmente denso es el trabajo, la disciplina el ejercicio concreto de la escritura.

Y en esta misma línea, Josefina Vicens nos habla de las vicisitudes a las que se enfrenta un escritor (o una escritora), y al mismo tiempo retrata la cotidianeidad de la gente común, la lucha de quien desea dejar de serlo y que muy probablemente no lo logra, consiguiendo únicamente perderse en la incertidumbre y la frustración.

Pues bien, querido lector, he aquí mi impresión de El libro vacío; espero que tenga la oportunidad de disfrutar su lectura y compartir sus impresiones o bien quedarse con el beneplácito de enriquecer su existencia.

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