PROHIBIDA LA ENTRADA A MÚSICOS SIN TROMPETAS

por Eleuterio Buenrostro

Por Eleuterio Buenrostro

Esta historia, anticipo, tiene que ver con la reconocida canción de: “el niño perdido”, pero no con la invención de la canción misma. Inició como chiste, entre compas, al ver que la policía levantaba borracho a un trompetista.  Se ubica en el tiempo en que no existían las redes sociales que ahora nos conectan, salida de la tierra, de la misma en que Demetrio corría, loco, entusiasmado, entre calles, para alcanzar el camión que lo conduciría de la sierra de Sonora a Ciudad Obregón. De equipaje cargaba una trompeta, un par de canicas y la bendición de su madre.

Antes de llegar a la ciudad, fue acogido por un tío instalado en Hornos, un poblado donde se respira olor a coyotas y empanadas. El tío Eduardo Cuamea residía en el pueblo desde su adolescencia, y a la par de que trabajaba en el campo, visitaba Obregón acompañado de una banda compuesta por una trompeta, un clarinete, una tarola, una guitarra, un bajo sexto, una tuba y un acordeón. Al ver a Demetrio, jovial y expresivo, recordó su primer día, llegando también al pueblo.

Ni bien bajaba, Demetrio, del camión, cuando fue conducido a La cecina de Plano Oriente. Si el estudio no era una opción debía iniciarse en las labores desde ya, exigía la carta de su madre al tío. Sobre la caja de un pick up, Demetrio grabó el transcurso, experimentando la alegría de formar parte de un grupo musical. Se sorprendió de ver calles tan anchas y que discrepaban a las que había visitado en su imaginación, porque dispuesto a salir de su rancho sí estaba. Le habían anticipado que Obregón era una ciudad plantada sobre tierra caliente, que acogía el cauce del río Yaqui, el mismo que amamanta de música a sus hijos. Demetrio imaginaba, en aquellas palabras del tío Eduardo, que en cada habitante existía una semilla de musicalidad, y no se equivocaba del todo, al cruzar sus lindes y ver al danzante, vestido de venado, se entiende que la música está implícita en la región.

Todo era nuevo para Demetrio, desde ver que había personas que pagaban por la música, hasta ver que se admiraban de que alguien tan chico, como él, dominara la segunda trompeta. Cada que terminaba una tanda de canciones, compartían una caguama. El joven vivió la iniciación como si fuera un adulto y nadie negó que lo hiciera, pues su destino, el del revoltoso de la trompeta, ya estaba trazado al demostrar su aguante hasta el final de la velada.

Cuando daban a la salida del local, una persona los mandó llamar. Les pidió que le tocaran el niño perdido. El hombre se veía excedido en alcohol, y el cansancio del grupo les hizo anteponer que eran una banda chica y no acabalaban para tocar la canción, además de que el joven trompetista era inexperto. El tipo insistió colocando una pistola sobre la mesa, los músicos se vieron unos a otros y el tío Eduardo, tomando las riendas del grupo, no tuvo más opción que aceptar.

No sé si sepan en que consiste la canción de: el niño perdido, pero para generar dramatismo, al final, de por sí trágico, lo transcribiré. La canción, el niño perdido, es una melodía interpretada por banda, y es un son de pura música. Para lograr el ensamble, se solicita que un solista de trompeta se aleje de los demás integrantes, simulando ser el niño perdido; debe ser una distancia suficiente para ser escuchados mutuamente. Inicia en un arrastre de trompetas, tubas y tambores que le dan un empuje rítmico acelerado y detiene abruptamente para darle espacio al solista. En un grito melancólico, a la distancia, el niño perdido llora su congoja con el plañir de la trompeta. Al callar, el otro trompetista de la banda lo llama, desde su posición. El mozuelo responde desubicado, para coligar en un nuevo arrastre de instrumentos que erizan la piel. El acto se repite dos veces más, mientras el niño se acerca al grupo. En la tercera repetición del solo, el niño se encuentra con la banda, para terminar la ronda en una última y efusiva tocada en conjunto.

El tío Eduardo puso en alerta a Demetrio, a quien se le veía alegre y alcoholizado. Le ordenó que saliera del restaurante de la Cecina, asegurando que retardaría el inicio de la banda, para que pudiera huir. Demetrio se plantó ante su tío diciéndole que no se preocupara, que él conocía la melodía, y que al contrario, de hacerlo quedar mal, lo haría muy bien y que el tipo no tendría necesidad de utilizar la pistola. El tío lo miró condescendiente, sabía que Demetrio no tenía más posibilidades sino la de continuar siendo el buen músico que había demostrado. Siendo muchas las emociones, para un solo día, el tío Eduardo, aceptó.

Los músicos dejaron que Demetrio saliera del local, y aguardaron unos minutos. En ese lapso el chiquillo aprovechó para orinar en un árbol del barrio. Cuando volvió la vista, para tomar la trompeta del suelo, un policía lo esperaba para llevarlo a los separos. Para cuando la banda hubo marcado el compás inicial, Demetrio rondaba las calles de Ciudad Obregón, sobre un pick up patrulla, gritando, desde la ciudad hecha de música, el solo de trompeta, para el niño perdido.

Tan tan

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Eleuterio Buenrostro Calatrava, de profesión, escanciador de almas, es un ser inmortal insuflado, no nacido, el 14 de marzo de 2002 en Manuel Núñez. Sobre este último se sabe que es un seudoescritor intuitivo, que se escuda en heterónimos, y latinismos que desconoce, por falta de credenciales como escritor. Vino al mundo un 16 de julio de 1972, en Benjamín Hill, Sonora, cuando el tren de las seis de la tarde anunciaba su llegada. Fue entintado por los tipos de una vieja imprenta, perteneciente a su padre. Marcado en su niñez, se fue a bañar, desde los cuatro años, a las playas de Puerto Peñasco, Sonora, y a secar, desde los dieciocho, en el sol de Mexicali, Baja California, donde reinicia como escritor de tiempo incompleto. Colaboró a finales de los noventa en la sección de música, en la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado en la página Ficticia.com, y actualmente colabora en Sombra del Aire, siendo Eleuterio Buenrostro —su nombre de tinta y verdadero artífice—, quien guía su pluma desde el escondrijo. Non plus ultra.

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