NOCHE

por Iván Dompablo R.

Por Iván Dompablo

La lluvia toca suavemente a la ventana, el respirar acompasado, casi tranquilo. De vez en cuando un leve gemido, un sobresalto en el pecho te hace acariciar su mejilla, abrazarla un poco más fuerte. En vano tratas de imaginar su pesadilla jamás asible, monstruo de cien cabezas que siempre se recompone, ¿cómo atacarlo si está dentro de ella? A veces en la desesperación más terrible has concentrado todas tus fuerzas para asestarle el golpe definitivo y después salir huyendo.

Te imaginaste bajo la lluvia corriendo al lado del río embravecido que se lleva nuestra mierda al mar, imaginaste el contacto frío del agua y tus lágrimas calientes, imaginaste la desesperación del arrepentimiento sin salida, pero ¡sorpresa! tu golpe siempre acertó en la niña asustada que se deshacía de dolor, luego tu arrepentimiento, el asco, tus maldiciones contra un dios en el cual ya no creías, al cual ya no podías volver por más que te esforzaras en mentirte. El rostro en el espejo que te mira con los ojos inyectados de sangre, la voz interna que dice que tienes que seguir incluso sin motivos, aunque todo este perdido desde el comienzo.

Un sudor tibio cubre todo su cuerpo y en los espacios donde el tuyo lo toca, la humedad los une. Por vez primera, sólo por un breve momento te sientes pleno. El cuerpo tibio, el aroma de su cabello en el que te internas como en un bosque donde se puede respirar con tranquilidad mientras ella duerme. Lluvia que repta en los cristales. Impúdicamente estudias cada uno de sus gestos, reconoces con las manos ese espacio ajeno que, lleno de asombro, miras resplandecer en la oscuridad. Afuera los camiones de carga pasan arrancándole estertores al silencio, los imaginas como rectángulos distorsionados en color sepia que conforme se alejan disminuyen en proporción.

El tiempo que no perdona nada avanza y, conforme presientes la llegada del día, la angustia va aumentando. Cerdo satisfecho, te dice la conciencia y tu felicidad se escapa, te saca la lengua. Las nubes negras, los buitres melancólicos, los niños de la calle, los cerdos que desde el pulpito adormecen al rebaño, sus camionetas de lujo, tu abuelo viejo que dice que ya no tiene fuerzas para levantar la cosecha. Todo por dos mil pesos

La gente enloquecida por el poder, el aprender a bajar la cabeza hasta que les llegue su oportunidad de destrozar cráneos, ¿de sentirse vivos?, toda la angustia la llevas arrastrando sin que por ello se deshilache un poquito, ¿cómo vas a vencer si te enseñaron a no hacer trampa aunque ellos siempre la han hecho? Suena la alarma, sólo un breve tic que de inmediato callas, te liberas de sus brazos, ella te busca como un gatito ciego, la cubres, le das un beso y sales sin esperanza.

IMAGEN

La noche estrellada >> Óleo, 1889 >> Vincent Van Gogh

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1 comentario

Alma 21/10/2015 - 18:16

“El tiempo que no perdona nada avanza y, conforme presientes la llegada del día, la angustia va aumentando”. BOOM… genial n.n

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