Por Tania Susano
El viento azotaba las láminas del techo, colándose dentro de la habitación. La niña no se podía dormir, y ya casi era la hora en que llegaría Nacho.
–Anda, ya duérmete, si no tu papá no te va a traer lo que le pediste… ¿Qué le pediste?
Por la tarde había hablado con Ángel. Le dio el número de giro y le dijo que eran ciento cincuenta para el gasto y ciento cincuenta para comprar la loseta y pagar al albañil.
Después de un rato, la niña dormía. Justo a tiempo, Nacho hacía rato que había silbado. Dejó la lámpara prendida y salió.
.
Entraron al otro cuarto, que funcionaba como cocina.
–Te tardaste. Pasó Doña Eufrasia y tuve que hacer como que caminaba para abajo.
– ¿Pero no te vio?
–No.
–Deja caliento café.
–Mejor caliéntame a mí.
La agarró por la cintura, se la acercó. Le dio unos besos torpes y se apresuró a desabrocharle el pantalón.
–Te hubieras puesto falda.
–Quieres todo fácil.
–Pues…
– ¿Ya?
.
–Espérate, ahorita te vas. Deja caliento el café.
–No, mi mamá me está esperando para levantar el pedido del refresco, mañana pasa el camión.
Se estaba acabando de abrochar el cinturón, cuando tocaron a la puerta de la cocina.
–No vayas a abrir.
– ¿Quién?
Afuera se escuchaba el murmullo de voces y el ladrido de los perros.
–Soy yo, Susana, Doña Alfonsa.
–Tu mamá.
Nacho rápidamente se metió debajo de la mesa.
–No abras.
–Sí, dígame, Doña Alfonsa.
–Vengo a visitarte, ¿no me invitas un café?
–Ya es noche, mañana si quiere, ahorita estoy haciendo cuentas.
–No te hagas pendeja y abre. Dile a Nacho que salga.
Nacho debajo de la mesa, suplicaba que no abriera.
–Aquí no está Nacho, señora.
–No te hagas, yo lo vi cuando entró–, dijo Eufrasia.
Doña Alfonsa se puso a tocar la puerta dando gritos, llamando a su hijo y exigiendo que abriera. La gente que pasaba se había detenido, y algunos vecinos salieron convocados por el alboroto.
–Deberías salir.
–No, no abras, dile que no estoy aquí.
–Abre la pinche puerta, Susana.
Susana no tuvo más remedio que salir, tratando de cerrar la puerta tras de ella, pero la mujer se abalanzó y entró. Levantó el mantel y le exigió a su hijo salir de debajo de la mesa.
–Vámonos pa´ la casa.
Nacho se puso la sudadera y salió arreado por su madre, con la cabeza agachada y sin decir una palabra.
–Ya ni la chingas, es primo de tu esposo, pinche zorra.
Susana no dijo nada. Sólo sentía la mirada de todos.
.
Ya cerca de las cinco de la madrugada pudo conciliar el sueño. Se le pasó la hora de levantar a los niños para ir a la escuela. Además, no tenía pensado salir de su cuarto ese día, pero tuvo que hacerlo para ir a preparar el almuerzo.
Pasado el medio día llegó su hermana y le mostró un papelito.
–Tiraron hartos en el campo de futbol y el viento los está regando.
–Pues vamos.
Agarró a sus hijos y salieron.
–Hay que juntar todos esos papelitos–, les dijo.
Y ellos corrieron apresurados, como si fuera una carrera, un juego, a juntar los papelitos que remolineaban y se esparcían por el campo y el camino.
– ¿Qué dice aquí, mamá?
–Nada, hijo, tú levántalos y échalos en esta bolsa.
…
IMAGEN
Mis demonios >> Óleo >> Gabriel Astaroth
…
OTROS CUENTOS
No se precisa de íncipits, quizás un final feliz >> Eleuterio Buenrostro
Agua de ajolote >> César Abraham Vega
…
Tania Susano es egresada de la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Profesionista independiente en la enseñanza del español, la Literatura y el Fomento a la Lectura. Lectora en voz alta de los montajes Las Insurrectas de la Literatura; La Tierra Que Nos Dieron, conmemorando al escritor Juan Rulfo y El Amor, recital de poesía y música. Docente del Diplomado Interdisciplinario para la Enseñanza de las Artes en la Educación Básica, que dirige el Centro Nacional de las Artes.
.