ALTERIDADES Y AMORES PROHIBIDOS[i]
Por Nidya Areli Díaz
No está demás mencionar que La dualidad de Humbert Humbert del escritor Rafael Salvador, tiene en su haber un antecedente literario imprescindible que es Lolita de Vladimir Nabokov, aquella novela de mediados del siglo pasado que retó a las “buenas conciencias” de su época debido a su trama; es decir, un hombre de cincuenta años se enamora de una adolescente de doce, nada menos que su hijastra, y este amor, desenfrenado y pasional, deja en su haber una esquela de pequeñas y grandes catástrofes, domésticas en lo pequeño y humanas en lo inmenso, para devenir en la más absoluta soledad y en aquella pregunta vieja que todos nos hacemos a la hora de presenciar la vida en su discurrir, cruda como es, y que es ¿por qué?…, ¿por qué los sucesos?, ¿por qué uno lleva al otro?, ¿por qué el tiempo?, ¿por qué las pasiones?, ¿por qué?…
Pero ahora salgo de la novela para entrar en materia poética y revirar la atención a lo que en realidad nos ocupa, una colección de estampas y una secuenciación de imágenes y sucesos, encarnados en este poemario, en estas estrofas, en estos versos, de los que hoy venimos a hablar. Me parecía importante mencionar el antecedente de esta obra, pero no menos importante es puntualizar que es también una obra independiente y que poco o nada requeriría de la anterior. Es decir, nos encontramos ante la historia ―que lo es―, en verso, de una serie de pasiones y acontecimientos… Quizá no empleo correctamente la palabra “historia”, pues en todo caso podríamos también hablar de una “documentación” de las sensaciones, “documentación sensitiva” sería.
Y es, en honor a la propia narrativa del libro, una documentación sensitiva paralela a la Lolita de Nabokov, pero que escribe otro, Rafael Salvador, en pos de su propia experiencia estética y de su propio horizonte cultural, por no hablar de lo personal. Aunque, ¿puede prescindirse del aspecto personal cuando se habla de la obra poética de un autor?… Dejando la pregunta en el aire, entremos, pues, en materia, para abordar algunas minucias formales que siempre es importante mencionar. La dualidad de Humbert Humbert es una colección de poesía en verso que consta de tres partes, “El tiempo detenido” es la primera; “Binomio” la segunda parte y “Última noción parlante” la tercera.
En “Tiempo detenido” cada poema se va intitulando con el número de lugar que ocupa, del uno al catorce, sucesivamente. “Binomio” en cambio, está compuesta por diecisiete poemas que ostentan un título propio y sustantivo. La última parte, “Última noción parlante” exhibe dieciséis composiciones también con títulos sustantivos. Siguiendo en el orden de las matemáticas, la sumatoria nos da el robusto total de cuarenta y siete, más el prólogo que también es un poema en verso, cuarenta y ocho; es decir, nos arroja un poemario nutrido, trinitario en la forma y dual en el nombre. Me quedo acá con las cuestiones aritméticas; aunque no me gustaría dejar de notar, en cuanto a lo formal, que si bien, el libro es un conjunto de poemas mayoritariamente en “verso libre”, aparece por ahí, un poco perdida entre cada parte, una trinidad de estrofas clásicas, paralela a la propia trinidad formal; así, espabilando el ojo veremos un soneto, siempre meritorio y muy propio de quien domina la técnica; una décima, muy anclada en la tradición popular, y una serie de Haikus tan orientales y exóticos como pueden resultar.
Y ahora sí, saliendo del aspecto formal, podemos abordar someramente, no de someras ganas sino por somero tiempo, algunos de los bellísimos resplandores de esta obra; es decir, unas cuantas imágenes que nos den una idea del trabajo global.
Rafael Salvador saluda y encomia al lector con un prólogo en verso; sus versos prologan versos y, a la manera clásica, invita a la lectura de su libro. Declara que “Hablar consigo mismo escribir la palabra / cuya silueta es venganza del espacio” son sus propósitos principales, como autor de una obra poética. Lo demás es historia, acaso sean esos los propósitos universales de cada poeta en el orbe. “Todo sucede dos veces / incluso el insomnio continúa”, de ahí La dualidad de Humbert Humbert. Ahora bien, “con escaso vocabulario / sobra lengua para decir / la vida es un pleonasmo”; es decir, el poeta declara su incapacidad para hacerse de la lengua y, sin embargo, ésta le es suficiente para decir lo que es la vida; un pleonasmo, una repetición, un laberinto que se repite sucesivamente cual fractal, si se quiere ver a la manera borgiana.
¿A quién le habla el autor? O, mejor aún, ¿cuál es esa voz que canta? Muchas voces pueblan las páginas y a muchos personajes se les habla; se le habla al final del día a un lector ávido; se le habla a Lolita, a las dos Lolitas; esto es, a la Lolita del Humbert de Nabokov, y a la Lolita de un poeta que se llora, dual, reflejado en la historia del otro. Quizá haya una tercera Lolita, repetida una infinidad de veces en cada lector. Del mismo modo las voces hacen eco en dualidad infinita, rebotan, se multiplican; Habla Humbert, habla Rafael, habla una mujer perdida en el espacio, quizá la misma Lolita, las Lolitas, en donde “cada hoja narra al mundo / nuestro estado de vida como tema”, según el mismo poeta…
La dualidad continúa, es un libro que declara el amor, pero se trata de un amor prohibido, ¿quién no tiene un amor prohibido?, ¿un amor desde la sombra?, ¿un amor políticamente incorrecto?… Pero al amor no le importa, el amor no oye, el amor simplemente ama, se derrama, contagia al mundo. Habla Humbert: “Hoy domingo / camino en busca del parque de los enamorados, / territorio donde cada quien vive su verdad. / Ellos hablan con la vista / al deslizar sus manos en los sexos, / no sé qué decir a ese contagio”.
No obstante la independencia de este poemario, no es posible dejar de notar a la Lolita de Nabokov, para quienes hemos tenido el placer de gozar de aquella obra. Humbert le habla a menudo a la niña de doce años pero —seré repetitiva—, Rafael le habla a la otra Lolita, a la suya, y el lector, al cantar, pues toda obra poética se canta al leerse en voz alta, le habla a la propia: “Todo en pleno aparecer. Siempre / comienzas lo que he terminado / y dejas derramar tus atributos a detalle, / estás en mi cabeza llena de dudas / que todavía encapsula lo benévolo de lo prohibido”.
La Lolita de Nabokov pone de relieve el deseo carnal, la locura, de un hombre de cincuenta enamorado de una niña de doce. Pero también deja ver al amor, que no por ser prohibido es menos amor. Así, La dualidad de Humbert Humbert reescribe el caso, reinterpreta, se vuelve verso, y Humbert cobra una nueva voz, recapacita, ensaya su asunto desde otra perspectiva: “Creo creer que no estoy viejo / mi frente presume arrugas, mis ojos ya portan lentes / también me han salido nuevas canas, / uno es su música si le da por cantar”. El protagonista afirma y niega, la palabra es mágica y sagrada.
Llama especial atención el último poema de la primera parte. La voz es de mujer, ¿quién es la mujer? Es una mujer que habla sobre su marido, una mujer que parece joven, pues refiere a otra que “trabajó mucho cuando era de mi edad”. ¿Lolita? No estamos seguros, pero es una mujer que se siente a menudo la víctima de un abuso, se pregunta: “¿Por qué este horror del que no puedo desatarme?”, y declara: “Se lo he contado a mi marido, / se lo he contado muchas veces, / pero él me reclama, me repela, / me dice que soy yo, y no ella”; es decir, la víctima. Notemos que nuevamente se patentiza esta dualidad, pero esta vez, en ella, se asienta una otredad inminente, pues hablamos de una víctima que Es desde otra. Las estrofas se tornan de pronto narrativas, casi prosaicas y se va tejiendo una historia —siempre sí— entre verso y verso. El Humbert de Rafael Salvador cobra vida propia y va recorriendo su propio camino.
De la segunda parte del libro emerge “Un haiku para Dolores Haze”. Quizá prevalezca en ésta la voz del poeta; es decir, el poeta tiene algo que decirle tanto a Lolita como al mismo Nabokov. El poeta no es Humbert, pero se refleja en él, la alteridad se patentiza de nueva cuenta. A Nabokov hay que encararlo, piensa el poeta, y en su andar le canta: “Escándalo soez, / amenaza reincidente / a mi yo deshabitado / le pasará lo mismo. / Cuando suceda lo que ha de suceder”; se afirma entonces un diálogo con el Nabokov que escribe Lolita, pero también con el Humbert que ama a Lolita. La dualidad Humbert-Nabokov se vuelve trinidad con Rafael, y se potencializa al infinito en el lector; todos hermanados en la herida de un amor prohibido, escandaloso, socialmente violento.
En el poema “Ruidos” el creador se coloca como espectador del mundo, observa con sigilo, un tanto ajeno al bullicio, a las cosas de la gente, se reafirma así como poeta; observar es oficio de escritor. “Advierto ruidos, / a través de sus palabras y sus ropas; / selecciono su desplazamiento / que evidencian la mísera moral, y salen del closet a limpiarse / de lamentos y demencias. / Fieles, suntuosamente orgullosos / se acercan para reír en su sonido / y roban del entendimiento / su única voz”. También, como eternamente ha sido, se evidencia la hipocresía de una sociedad descompuesta, sociedad de individuos irracionales, mecánicos y tristes, donde “el miedo a sufrir y perder personalidad / produce criaturas venenosas”.
La última parte, sin duda la más emotiva, está pletórica de figuras, de sonidos, de texturas, de sensaciones…, se reestructura el lenguaje para dar paso a un nuevo universo; acaso en la reinvención de la palabra, se reinvente la propia historia, la documentación de las sensaciones y las imágenes a las que ya nos hemos referido, Rafael encara a Lolita, Humbert encara a Lolita, el lector mismo lo hace, en una sucesión interminable:
Lolita arruinemos la felicidad de las telenovelas
que la esperanza es sólo para los pendejos
sanemos la belleza humana
oprimiendo las muecas de la angustia
no quiero ser una obstrucción
queda comentar
que soy un hombre célibe entrado en sueños
y yo nunca sueño
los momentos no duran siempre
y siempre es una palabra complicada
donde se fuga el problema del letargo
con antelación viví de fatuo
el derecho de las cosas fugases
las palabras son pueblo
que postulan la memoria
no soy más el otro déjame caminar
que la tristeza no me ha encasillado todavía.
Obra consultada
Rafael Salvador, La dualidad de Humbert Humbert, México, Ediciones Yesca, 2013.
[i] Texto leído el 12 de octubre de 2015 en la XV Internacional Feria del libro en el Zócalo.