II. EL DEFENSOR CHILANGO

por David Gutiérrez

Por David Gutiérrez 

La alarma del celular despertó a Néstor Godínez en el departamento que rentaba. Giró en la cama y se quejó de dolores en espalda y brazos.

-¡Rayos! ¿Qué pasó ayer? -se preguntó-. ¿Por qué me duele tanto el cuerpo? ¡Parece que corrí un maratón!

Entonces recordó la vertiginosa aventura del día anterior en que combatió contra el Trovador Lujurioso para defender a su compañera de trabajo Ilse García, y aún no podía creer que hubiera sido verdad.

-Parecía la historia de un cómic de esos de superhéroes gabachos como el Hombre Araña y esas cosas -pensó-. Seguramente fue un sueño o recuerdos producidos por los tragos del bar. Olvidaré todo y me voy a bañar porque es viernes y debo ir a trabajar a la revista, pues la coordinadora editorial Cintia nos amenazó con que no faltáramos.

El comunicólogo se levantó con dificultad por sus dolores y fue al baño, tocó la puerta y su roomie Marco Montero, un chico moreno y delgado de barba, respondió:

-¡Me estoy bañando, Néstor, no tardo!

-¡Pensé que hoy ibas más tarde a la universidad!

-Hay conferencia temprano. ¡No la hagas de tos!

Néstor resopló, fue a la sala, se tumbó en el sofá y encendió la pantalla. Minutos después escuchó que Marco salía del baño y Néstor corrió y entró allí. Mientras Néstor se duchaba, Marco se despidió desde la puerta de entrada del departamento:

-Nos vemos al rato.

-¡Es viernes! ¡Espero que no vengas a hacer escándalo en la sala con tus compañeros en la noche!

-¡Oooh, amargado! Pues a veces sucede.

-Entiendo, pero tú casi cada semana lo haces. ¡No manches!

-Relájate, Néstor. ¡Adiós!

Marco cerró la puerta tras de sí y Néstor se dijo mientras terminaba de ducharse:

-Sólo porque no me alcanza para rentar yo solo un depa, pero en cuanto progrese lo haré.

Salió del baño y se vistió de prisa. Cuando tomó la chamarra que usó el día anterior, tocó sin querer el antifaz azul turquesa con plumas de ave arriba y la letra “D” en el medio. El chico se asustó y lo dejó caer.

-¡No puede ser! -se lamentó-. ¡No fue un sueño! ¡Realmente este antifaz de los mil infiernos me lo dio la señora de intendencia ayer en la revista!

Néstor estaba tan consternado que dudó en ir a trabajar. Se sentó en el sofá con la cabeza entre las manos y pensó:

-Si no regreso a la revista tal vez pueda enterrar lo que pasó ayer porque, ¿qué tal si vuelve a suceder? ¿Qué tal si me encuentro con el Trovador Lujurioso que quiso abusar de Ilse y tengo que combatir? En cambio, si voy a trabajar estaré pensando en lo que pasó con temor a que otra cosa suceda. Y además me pregunto ¿por qué tuve que ser yo?

El chico tomó de mala gana el control remoto y encendió la televisión. Cambió algunos canales y se detuvo en uno donde un telediario repetía una noticia desde el edificio donde la noche anterior Néstor había peleado contra el Trovador Lujurioso.

-Estamos desde el lugar de los hechos -explicaba un reportero-: en este viejo edificio de la colonia Roma de Ciudad de México, acaba de tener lugar una pelea entre el héroe que acaba de nacer, a quien la gente de la ciudad ha bautizado como el Defensor Chilango, contra un misterioso villano que, según su cuasi víctima de anoche, la joven Ilse García, dijo que se le conoce como el Trovador Lujurioso.

Néstor se llevó las manos a la cara y se lamentó:

-¡Pfff! ¡Ahora ya hasta salgo en las noticias! ¡Es demasiado!

Volvió a mirar la televisión cuando escuchó la voz de Aidé declarar en el noticiero:

-El músico que tocaba en el bar donde estábamos secuestró a nuestra compañera de trabajo Ilse García para abusar de ella sexualmente. Pero afortunadamente llegó el Defensor Chilango y la rescató.

-¿Y cómo está la señorita Ilse? -inquirió el reportero.

-En estos momentos va al Ministerio Público a dar su versión de los hechos. Está fuera de peligro. No sufrió lesiones graves. Pero quiero pedirle a las chicas de la ciudad que tengan cuidado con el Trovador Lujurioso; es un tipo atractivo y talentoso que canta rock en bares y antros, y seguramente intentará violar a más chicas seduciéndolas y secuestrándolas.

-Gracias por el consejo, señorita -agradeció el reportero, se volvió a la cámara y dijo-: En este momento, amigos televidentes, les dejamos una imagen del Defensor Chilango que pudo captar una cámara de la calle.

En la televisión apareció una imagen congelada donde se veía al Defensor saltando en los toldos de los coches para alejarse del edificio. Destacaba el brillante antifaz azul con plumas. En eso, Romeo, un gato negro que a veces visitaba a Néstor, entró por la ventana y brincó hasta el sillón a su lado.

-¿Cómo ves todo esto, amigo? -dijo Néstor acariciándole la cabeza-. Está de locos, ¿no? Pero ¿sabes qué?, debo ir a trabajar porque la renta, la comida, la ropa y tus croquetas no se pagan solas. Así que espero no volver a tener que usar este condenado antifaz, que dejaré aquí, y voy a la revista.

Romeo ladeó la cabeza mientras escuchaba a Néstor. Enseguida se estiró y saltó por la ventana. Acto seguido el comunicólogo salió hacia la revista dejando atrás, en el piso, el antifaz.

Rato después llegó a la oficina donde Maic terminaba de contar a la coordinadora editorial Cintia lo ocurrido la noche anterior.

-¿Y dónde estabas tú cuando pasó lo del Defensor Chilango? -preguntó Cintia a Néstor.

-Yo-yo -tartamudeó Néstor- salí del bar a hablar por teléfono, pero al ver el borlote mejor me fui a mi casa antes de que cerraran las avenidas.

-¡Pfff! -resopló Cintia-. Valiente amigo tenemos. Y oye, Néstor, ¿ya terminaste de hacer la corrección de estilo a la noticia de Belinda? ¡Necesitamos mandarla ya!

-Ya-ya casi la termino. Dame unos minutos y te la envío.

Néstor corrió a su computadora, la encendió y empezó a trabajar. En eso llegaron Ilse y Efra. La chica tomó su lugar, cruzó las piernas y encendió su computadora. Cintia se le acercó y le preguntó:

-¿Cómo estás después de lo de ayer, Ilse? ¿Todo bien?

-Sí -respondió la chica-. Sólo tuve que ir a hacer la declaración al Ministerio Público. Ya sabes, pura burocracia.

-Me alegro porque tenemos muuucho trabajo -concluyó Cintia y regresó a su lugar.

Mientras tanto en una tienda del barrio de Tacubaya, una señora regordeta a quien los vecinos conocían como la Oaxaqueña atendía su pequeña tienda de abarrotes. Había nacido en Oaxaca pero cuando era pequeña sus padres emigraron a Ciudad de México y, contra su voluntad, tuvo que instalarse en la metrópoli. Se casó y enviudó años después, quedando como madre soltera de cinco hijas y doce nietas.

Era una tarde en la que un pintor de brocha gorda trabajaba en las paredes de la tienda de la Oaxaqueña.

-Ya están las paredes exteriores, doña -informó el pintor-. Y ya casi acabo las interiores. ¿Me da permiso de ir a comer? Ahorita regreso a seguirle.

-¡Asssh! -protestó la Oaxaqueña-. Tenías que ser chilango: eres igual de huevón que todos ellos. Todo lo quieren peladito y a la boca. En cambio los oaxaqueños somos muy trabajadores y no nos quejamos de todo ni hacemos marchas por cualquier pretexto.

-¿Y entonces por qué no se regresa a Oaxaca, doña?

-Porque tengo a mis hijas y nietas aquí, y además la mayoría de gente que conocí allá cuando era niña ya ha muerto. Nadie me reconocería.

El pintor se rascó la cabeza y dijo:

-Bueno. De todos modos yo voy a comer porque ya tengo harta hambre. Regreso en una hora.

-Pues vete. ¡Total! Una tarde más perdida. Dices una hora pero vas a regresar hasta dentro de dos o tres, ¡o ni vas a volver!

El pintor salió silbando. La señora acomodó algunos artículos.

-Ya me dio sed. ¡En esta mugrosa ciudad siempre está el sol pero con viento frío! ¡Me lleva! ¿Dónde dejé mi refresco?

La Oaxaqueña buscó entre unas cajas de cartón en la trastienda y tomó una botella de plástico con un líquido negro.

-¿Será éste? Pues es la única botella.

La señora bebió. Segundos después el pintor entró corriendo a la tiende y gritó:

-Doña, ¿no vio una botella con líquido negro? ¡¡La dejé en la trastienda!!

Enseguida escuchó una explosión y se escondió tras unos costales de azúcar. Momentos después emergió un ser gigantesco y amorfo con trenzas de hierro blancas, ojos profundos y prominentes arrugas.

-¿¡Qué-qué diablos es eso!? -gritó el pintor aterrorizado.

-¡Por fin tengo la fuerza que necesitaba para destruir esta asquerosa ciudad! -exclamó el ente con voz de ultratumba-. No sé cómo sucedió pero ahora nadie me detendrá. ¡Destruiré esta ciudad con todos sus habitantes desordenados y simplones! ¡Ja, ja, ja, ja!

El ente volteó y descubrió al pintor, quien temblaba hecho ovillo. El ente extendió una trenza con la que lo levantó del cuello hasta el techo de la tienda. El hombrecillo trataba inútilmente de liberarse mientras se asfixiaba.

-¡Vaya, vayaaa! -dijo el ente-. Mi primera víctima. ¿Tienes algo qué decir antes de morir?

El pintor lanzaba ruidos guturales mientras movía brazos y piernas tratando de liberarse. Con gran esfuerzo apenas pudo emitir:

-El Defe-fensor… El De-fe-fen-sor Chi…

-¿Qué rayos dices? -rugió el monstruo y lo dejó caer al suelo, donde entre estertores el pintor apenas pudo decir:

-El De-defensor Chilango nos va a proteger.

El ente estalló en una carcajada y exclamó:

-¡Sólo te perdono la vida para que avises a ese tonto enmascarado que lo reto a un duelo! ¡A ver si en verdad defiende a los tontos chilangos! ¡Ja, ja, ja, ja!

El monstruo salió a la calle haciendo temblar la tierra con sus pesados pasos, y destrozó una moto con sus trenzas. Enseguida ordenó al pintor:

-¡¡Vamos!! ¿Qué esperas? ¡¡Ve a chillarle a su defensor para que intente evitar que yo destruya esta ciudad!! ¡Después de terminar con ese enclenque destrozaré a todoooos! ¡Ja, ja, ja, ja!

El pintor salió corriendo, sujetando su gorra Comex para que no se le cayera, hacia la comisaría de policía de la calle José María Vigil, mientras la Oaxaqueña lanzaba siniestras carcajadas ante el asombro de los transeúntes.

En la revista Farandulería, Efra se despidió de Ilse para ir a trabajar a la constructora que quedaba a unas calles, ya que era ingeniero civil pero se pasaba la mayor parte del día en la oficina de la revista junto a Ilse. Cuando el chico salió, Maic fue al lugar de Ilse y conversó con ella diciendo algunos chistes que la hacían reír sin parar.

El día transcurrió normal en la revista. A las dos Néstor salió a comer solo. Por lo regular, los diseñadores iban en un grupo y los editores en otro, pero en esa ocasión Néstor fue a una lonchería que había visto cerca porque a nadie de sus compañeros le gustaba el menú. El chico comió mirando la televisión. A ratos reflexionaba el porqué de lo acontecido la noche anterior con el Trovador Lujurioso pero ya con menos intensidad y preocupación. Se aliviaba imaginando que ya nunca más tendría que usar el antifaz de plumas, y decidió olvidar poco a poco los hechos y seguir con su vida normal. Al salir de la lonchería vio que venía caminando la señora de intendencia por la misma banqueta.

-¡Oh, no! -dijo para sí Néstor-. Espero que no me diga nada respecto del antifaz. Pero si me lo cobra se lo pago y me olvido del asunto para siempre.

La señora se detuvo frente a él y saludó:

-Joven, buenas tardes y buen provecho.

-¿Cómo diablos supo que acabo de comer? -pensó Néstor y saludó-: Buenas tardes y gracias, señora.

-¿Y tiene mucho trabajo?

-Más o menos. Ahora, si me disculpa…

-¡Pero claro que lo disculpo, joven Néstor!

El chico se incomodó y le preguntó:

-Oiga, ¿cómo sabe mi nombre? ¡Yo nunca la había visto antes de entrar a la revista!

-Ji, ji, ji. Lo sabrá muy pronto, joven Néstor. Mejor dígame qué le ha parecido el antifaz.

Néstor llegó al tope de la irritación y respondió bruscamente:

-Creo que lo olvidé en algún lugar. ¡Total! Y a propósito: dígame cuánto le debo por el antifaz para pagarle y cerrar el asunto porque debo ir a la oficina.

-No se inquiete, joven Néstor, no se inquiete. Sólo le recomiendo que cargue el antifaz siempre porque puede necesitarlo en cualquier momento.

Un escalofrío recorrió al chico e inquirió:

-¿Cómo que podría necesitarlo? Explíqueme por favor.

-Muy pronto lo sabrá, ji, ji, ji. Y no me debe nada. Al contrario: la ciudadanía le debe a usted porque México necesita un héroe.

El chico resopló, dio media vuelta y siguió su camino. La señora agregó en voz alta:

-Pronto el Inventor Cocoloco hablará con usted, joven. No se preocupe. Que tenga buena tarde.

Néstor la ignoró y siguió caminando tratando de descifrar las palabras de la señora sin conseguirlo. A pesar de cierto temor, seguía resuelto a olvidar el asunto y a evitar a esa misteriosa persona en adelante.

El pintor de brocha gorda tocó la puerta de la comisaría policial de Tacubaya en la calle José María Vigil. Después de varios intentos, el comandante Pérez, que era gordo, pecoso y traía gafas oscuras, se asomó por una ventana y le preguntó:

-¿¡Qué quiere!?

-¡Oficial, le pido apoyo! -respondió el pintor con desesperación-. Una cosa muy rara está haciendo destrozos cerca de aquí, por la calle Martí.

-¡Vete de aquí, loco! -respondió el comandante Pérez-. No sé qué hayas fumado pero la policía no tiene tiempo de atender mariguanos.

El policía metió la cabeza por la ventana y en eso se escuchó una explosión cerca. El pintor sujetó su gorra y tres policías y el comandante Pérez salieron disparados de la comisaría.

-¿Pero qué rayos pasa? -preguntó el comandante-. ¿Qué fue eso?

En eso sonó su radio y contestó:

-Adelante, pareja.

Todos guardaron silencio unos momentos hasta que volvió hablar por el radio:

-R10, pareja. Estamos en R11y ahorita nosotros K3.

El pintor lo miraba confundido.

-¿Cuáles son las indicaciones, comandante? -preguntó un policía.

-Debemos hacer un R8 por un K5 en la calle Martí esquina con avenida Revolución -contestó el comandante Pérez.

-¿Qué tanto dice? -preguntó el pintor.

-¡Pide las unidades! -ordenó el comandante Pérez a uno de sus subordinados. Se volvió al pintor y le dijo-: Veo que no eran alucinaciones tuyas. Un extraño ente acaba de destrozar una patrulla en la calle que dijiste: Martí.

-Le dije, oficial -contestó el pintor-. ¡Es un monstruo que quiere destrozar toda la ciudad!

-¡Explícanos cómo sabes eso! -ordenó el comandante.

-¿Pero si le digo la verdá me deja ir?

-Sí. ¡Habla o te remito!

-Es que un señor químicofarmacéutico me pagaba por llevar sustancias raras a un laboratorio. Creo que él las preparaba y se las vendía. A mí me pagaba por llevar los líquidos de las sustancias en botellitas sin que nadie se diera cuenta, todo bajita la mano. Me había encargado ir a dejar hoy en la tarde una de esas fórmulas raras. En la mañana estaba yo pintando la tienda de una señora a la que le dicen la Oaxaqueña, la de la esquina de la calle Martí con Revolución, pero cuando yo iba a ir a comer unos tacos y luego al laboratorio a dejar la sustancia que llevaba dentro de una botella de plástico de refresco, me regresé a la tienda porque la botella se me había olvidado, y cuando entré vi al monstruo y ya no estaba la señora. El monstruo es muy grande y fuerte, y me amenazó con que pidiera a las autoridades que llamara al Defensor Chilango. Esa cosa también me advirtió que iba a destruir la ciudad.

-¿Y el líquido que ibas a llevar? -preguntó otro oficial.

-No sé -respondió el pintor-. Ya no me dio tiempo de buscarlo porque salí corriendo de la tienda cuando el monstruo me amenazó con unas trenzotas de hierro.

-¡Qué cosas tan raras! -exclamó otro policía-. ¿Y qué era ese líquido que llevabas al laboratorio?

-Les digo que no sé -respondió el pintor-. A mí sólo me pagaban por llevarlo. Oí decir al químicofarmacéutico que era ácido nucleno no sé qué más.

El comandante Pérez reflexionaba acariciando su mentón y declaró:

-Podría haber sido un ácido nucleico por lo que dice éste. Pero lo raro es que precisamente cuando ese líquido estaba en la tienda, ahí apareció el monstruo.

-Espero que no sea lo que pienso, pero tal vez la señora Oaxaqueña tomó el líquido por equivocación y algo le pasó porque ya no la vi -comentó el pintor cabizbajo.

En eso llegaron dos patrullas a las cuales subieron los oficiales mientras el comandante decía al pintor:

-Bueno, como sea. ¡Lo importante es que, por haber destruido una unidad policiaca, vamos a remitir al payaso ése!

-¿Ya me puedo ir? -preguntó el pintor mientras un tumulto de gente pasaba corriendo en dirección contraria adonde se había escuchado la explosión, hacia avenida Viaducto.

-¡Vete de aquí y no te quiero volver a ver! -rugió el comandante Pérez mientras subía a una patrulla que quemó llantas.

IMAGEN

Hombre con máscara >> Óleo sobre lienzo >> Zack Zdrale 

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El Defensor Chilango I. David Gutiérrez

XXIX. Lo que uno sabe. Introspección >> Alejandro Roché

Abraxas. La libertad >> Alejandro Roché

David Gutiérrez nació en Ciudad de México en 1975. Se licenció en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Es editor, músico y novelista. Colabora para distintas editoriales dentro de la producción de libros de texto para nivel bachillerato de México. En 2016 publicó su primera novela, Asesino en Facebook, con Edelvives México. Presentó dicha obra en distintos foros y medios como la Feria Internacional del Libro del Zócalo 2016; FILIJ 2016; Feria del Libro del Palacio de Minería 2017; MVS Radio, Diario DF, Relax 104.5 F. M., Radio Ciudad Capital, y Zona Adictiva. Ha sido columnista en las revistas CROM y Palabrerías. Actualmente prepara otras novelas para su publicación.

 

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