GENIO Y FIGURA, HASTA MI SEPULTURA

por Eleuterio Buenrostro

Por Eleuterio Buenrostro

Mi madre tenía voz de profeta, predijo que iba a terminar durmiendo en la calle y abría de comer basura. No sé por qué hablo de ella en pasado, cuando soy yo el que ya no está en su  presente. Véanla ahí, del otro lado del vidrio, esperando ingresar a reconocer al reducto en que me convertí. Se culpa de mis derrotas, a pesar de que intenté ser el mejor de sus prospectos. Su paso es lento, sabe, desde antes de entrar al recinto, que soy yo. 

Su instinto se lo confirmó semanas atrás, cuando en un espasmo repentino sintió que de los nueve hijos que tenía, ya solo cinco le quedaban. Ni bien había terminado sus quehaceres, cuando hablaba por teléfono a cuanto hospital, de la sección amarilla, encontró. ¡Busquen a mi hijo, sé que no se encuentra bien!, solicitaba, ajustando su brújula de preocupación, pero sus intentos fueron fallidos. Para cuando aceptó su desdicha, ya descansaba en un basural, descomponiéndome más de lo que estuve en vida. Tuvo que esperar dos semanas, para constatarlo. Recibió una visita de la CEMEFO. En caso de encontrarme perdido, favor de notificar a mi Madre, decía la única nota que no se atrevieron a remover de mi cartera y que ella leyó, como primera aceptación de su desgracia. Me hubiera gustado dejarle alguna nota adicional, un te quiero mucho aunque las preocupaciones que pasaste, por mi culpa, no lo demuestren. Nada es vano, hasta que ya no hay forma de resolver el problema, y este problema, al que llamaban la oveja negra, jamás tuvo solución. No te culpes a ti madre, terminaría. Con paso lento llega hasta la mesa metálica, que me soporta. Intentan ayudarla a quitar la sabana de sobre mi cuerpo, pero ella, haciendo uso de sus poderes maternales, no lo permite. Baja con lentitud para observarme a la cara, revisa mis dientes, fueron limpiados después de sustraerle la basura que había tragado y ella afirma, con sonrisa y lágrimas en sus ojos. Ordena mi cabello, peinándome de lado y vuelve a afirmar al constatar que me lo había cortado semanas atrás. Revisa mis tatuajes, y niega con la cabeza, pero acaricia el dibujo de su rostro, en el torso izquierdo. Es una imagen de cuando ella era joven; no se parece a la actual. Además de poseer los rasgos de la edad y las marcas de las desgracias que le hemos acarreado, posee la cara más triste que jamás haya visto. Se arroja sobre mí, para llorarme y no puedo más. ¡Perdóname Madre!, exclamo, desde mi perspectiva invisible, ella parece que escucha mi rendición. Levanta su cara, su aliento se ahoga y regresa en un lamento, desde su interior. ¡¿Que te perdone, dices, mal hijo?!, grita ante el asombro de los presentes y me golpea sobre el pecho lleno de orificios de bala. Te lo dije, reprime con desdén, te dije que te pusieras la chamarra, antes de salir, pero nunca me haces caso, termina y se aleja llorando.

IMAGEN

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Eleuterio Buenrostro Calatrava, de profesión, escanciador de almas, es un ser inmortal insuflado, no nacido, el 14 de marzo de 2002 en Manuel Núñez. Sobre este último se sabe que es un seudoescritor intuitivo, que se escuda en heterónimos, y latinismos que desconoce, por falta de credenciales como escritor. Vino al mundo un 16 de julio de 1972, en Benjamín Hill, Sonora, cuando el tren de las seis de la tarde anunciaba su llegada. Fue entintado por los tipos de una vieja imprenta, perteneciente a su padre. Marcado en su niñez, se fue a bañar, desde los cuatro años, a las playas de Puerto Peñasco, Sonora, y a secar, desde los dieciocho, en el sol de Mexicali, Baja California, donde reinicia como escritor de tiempo incompleto. Colaboró a finales de los noventa en la sección de música, en la revista Ahí Tv’s. Debido a la apertura que otorga internet fue publicado en la página Ficticia.com, y actualmente colabora en Sombra del Aire, siendo Eleuterio Buenrostro —su nombre de tinta y verdadero artífice—, quien guía su pluma desde el escondrijo. Non plus ultra.

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