FERNÁNDEZ A LA CONQUISTA DEL NUEVO MUNDO VIII

por Rafael González Alva

Paravaldo tendría que volver a esperar a Neriela hasta tarde, el Capitán le había ordenado algo de suma urgencia y ella no quería quedarle mal, pues con esta ya serían tres veces consecutivas las que lo habría sacado de apuros, y no era que esperara un ascenso o algo similar, Neriela sólo esperaba que tras este favor, su capitán por fin la empezara a ver como algo más que su subordinada. Paravaldo estaba bien para un rato, pues aún conservaba su cuerpo de cadete, pero Mariano, el cortés, el esforzado, el apasionado, el veterano de la Tercera Guerra, era lo que ella buscaba en realidad desde que fue su instructor en la academia.

La misión era sencilla, pero Mariano la había requerido a través de la red personal de Neriela, lo que evidenciaba una urgencia extrema. Le había pedido ir a la casa de un familiar, al parecer un cuñado suyo, para recoger algo que le daría la señora de la casa. Neriela no estaba segura de si debía o no usar su uniforme militar para realizar el encargo, pues en este tipo de favores el Capitán siempre era ambiguo en cuanto a considerarlos oficiales o personales. Finalmente, se decidió por el uniforme al recordar que el cuñado de Mariano era también militar y de alto rango. 

Al llegar a su destino, Neriela estaba sorprendida no tanto por la inmensidad de la casa, sino por la ausencia de la servidumbre en semejante emporio residencial. Desde la entrada principal, el lobby, el jardín, el estacionamiento y el pórtico frontal, sólo había tratado con un androide portero sin ver a nadie más, humano o mecánico. Cuando por fin llamó a la puerta tuvo que esperar varios minutos antes de oír los pasos de alguien o algo que se aproximaba con una cierta rapidez. En el vano apareció una mujer toda de rojo, alta, considerablemente más alta que Neriela, casi como de la estatura de su Capitán. Tenía el cabello ligeramente enmarañado y luchaba aún con su oreja izquierda por ponerse un pendiente de platino alfacentáureo. El casi natural porte de Aurelia hizo sentir algo incómoda a Neriela, que ya se arrepentía de haber optado por el uniforme militar. Aurelia apenas la miró y continuó con su faena.

—Tú debes ser la muchacha de Mariano, ¿cierto?

—¿Disculpe?

—Sí, vienes por eso, ¿no es así?

—Soy la Teniente Maríalupe Neriela. Vengo a…

—Sí, vienes por lo de Mariano… lo del Capitán Fernández, ¿sí? Mira, aquí está —Aurelia le entregó una pequeña bolsa, al parecer de cuero real, que Neriela aceptó incrédula, pues nunca había tocado cuero real y no daba crédito a que esa mujer, aunque adinerada, usara bolsas de cuero para un encargo cualquiera.

—Gracias, linda. Mándale saludos a tu jefe de mi parte y, bueno, ¿ya lo sabes, verdad? —Aurelia hizo una pausa y al fin miró a los ojos a la joven teniente. —Eres lista, puedo ver en tu rostro que lo sabes. No dudo de tu fidelidad a Mariano, no te hubiera mandado aquí si no lo fueras, pero por si las moscas, como dicen, mejor ten esto otro, ¿sí?

Aurelia abrió uno de los compartimentos en la casaca de Neriela e introdujo una cantidad generosa, como después lo comprobaría. Tras aquello, Aurelia no dijo más que un cortés “adiós” y con una sonrisa un tanto extraña cerró la puerta en la cara de Neriela. 

No era la primera vez que la Teniente trataba con gente privilegiada, pero algo en la persona, en la seguridad femenina de Aurelia no le gustaba, y sentía que se había portado como una novata. “¡Por Dios!, ¡incluso le di mi cargo y nombre completo!”, pensaba. Neriela salió lo más pronto que pudo de aquella casona y, para tranquilizarse, se propuso abrir la bolsa de cuero y ver qué había sido tan importante para que el Capitán la hiciera pasar por aquel infiernillo. Además, era ella, ¿no se había ganado ya y de sobra la confianza de Mariano? Con esos pensamientos casi automáticos, Neriela abrió la bolsa y pudo encontrar una caja negra cuadrada hecha de un material orgánico raro, rugoso y con vetas horizontales, con un grabado de una conocida marca de joyería marciana. Era un estuche improvisado para la presea M3-300 Xicoténcatl-Zapata a la veteranía cabal en la Tercera Guerra Interplanetaria que el Capitán había ganado en su juventud, sin méritos especiales, pero con el honor de haber sobrevivido a todas las batallas. Fernández nunca se desprendía de aquella medalla, era su más grande orgullo y la presumía incluso ante oficiales de alto rango, aunque más jóvenes y sin la experiencia interplanetaria que él tenía. Neriela no creía posible que algo así de importante para su Capitán pudiera habérsele olvidado en casa de su cuñado o en cualquier parte.

La teniente empezó entonces a reparar en el comportamiento altanero aunque ciertamente nervioso de la que sospechaba cuñada de Fernández y, mientras más entendía, más sus manos estrangulaban la improvisada caja de la presea militar hasta que la quebró. La base de la tapa quedó, así, al descubierto y tiró un papelillo que llegó a las botas de Neriela. “Un papel físico, una extravagancia tras otra”, pensó ella como tratando de calmarse. Mas, al abrir y escrutar el papel, cualquier intento por guardar la calma y recordar su lugar junto a Mariano Fernández perdió su propósito: ahora entendía bien que no era más que su alcahueta.

Lee aquí todas las entregas de Fernández a la conquista del Nuevo Mundo.

Rafael Alejandro González Alva nació en la Ciudad de México en 1993. Es Lic. en Diseño por la Universidad Autónoma Metropolitana y Lic. en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha trabajado en empresas y proyectos relacionados con el diseño gráfico y la literatura, de entre los que destaca haber sido parte del grupo de trabajo del PAPIME “Leliteane. Lengua, literatura y teatro en la Nueva España”, dedicado a la difusión y estudio de las letras novohispanas. Actualmente cursa el XVI Diplomado de Creación Literaria Xavier Villaurrutia, que imparte el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura desde 2010. En 2020 comenzó a publicar verso y prosa breves en medios digitales.  

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