Por Caro Sabine Gutiérrez
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La antena que vigila las aves
escucha murmurar las tórtolas
atardece y amanece al rojo
como los sabios que se hincan
en cuevas a oír la oscuridad.
La jacaranda de primavera
eleva frutos para ser pisados,
pasa la escoba en las fragancias
que se pierden por estorbo.
La tierra estrujada transmuta a huellas,
deja los pasos avanzar
del trabajo a la oficina, se ausentan los dedos,
se sobrevive el caminar
y se gozan migajas de pan
como la paloma gris en las escuelas,
el almuerzo de los padres en sus hijos;
Ser los nuevos rastros del pasado.
Derriban los libros archivados el silencio,
murmuran bibliotecas una historia;
tinta que colorea cortinas al viento
donde pasa la ventana errante al calendario,
marca los días de reflejos y sale el bambú,
el jugo de la uva olvida sus viñedos prósperos.
Los perros olfatean a los canes
y a la vez, a sus cachorros,
aceleran las patas, sus correas suenan,
perciben el cinturón fragmentado
de las piedras, del molusco, de la arena, del volcán.
Las minas se quejan de perder
los bienes que sustentan un nombre
porque los aros demuestran dominio
de correas sujetadas al vacío.
Atrapan naturaleza de verde esplendor.
Admiran la esmeralda de roble,
pero los focos no iluminan
y los soles no son focos.
Queman las pestañas al mediodía.
Deslumbrarse duele.
El sol se oculta a las pupilas.
Pero se escuchará el maná,
alimentará latidos de la boca de la guitarra,
el cráter ardiente del corazón
que la carne lleva al aullido,
a esa figura de madera.
El sudor de la arcilla marca
el son que canta cada vida.
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IMAGEN AL EXTERIOR
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