EL ÁNGEL EXTERMINADOR (2/3)

por César Vega

Por César Abraham Vega

De igual modo, podemos observar que en la galería en la que se encuentran confinados los ‘tertulianos’, la escenografía del fondo está compuesta por una serie de puertas que resguardan tras de ellas algunos cuartitos que sirven de closets y dichas puertas están decoradas con retablos religiosos con sospechoso estilo medieval; de estos al menos tres son claramente diferenciables: en el primer closet vemos en alguna de las escenas que resguarda varios jarrones ornamentales, en la puerta del mismo se encuentra impreso un arcángel que con ambas manos clava una lanza en el suelo (no se alcanza a apreciar en las diversas escenas de la película donde esta puerta aparece, si en ese retablo existe alguna figura demoniaca vencida a los pies del arcángel) pero la imagen me remite claramente a los retablos de San Miguel Arcángel; este closet en particular es muy importante en el desarrollo de las escenas de la película, pues de los tres closets este es el más retratado y conforme avanza la trama se asume que dicho habitáculo termina siendo utilizado por los invitados como sanitario, ya que se les ve ingresar y salir de él con actitud pudorosa y disimulada.

El ángel exterminadorPrecisamente en una escena en la que el personaje de Silvia sale de este cuarto, se suscita un diálogo bastante peculiar e interesante sobre lo que supuestamente existe y sucede en aquél sitio:

Silvia: “–Al levantar la tapa he visto un gran precipicio y al fondo las aguas claras de un torrente”.

Ana: “–Sí, y antes de sentarme, un águila cruzó a unos metros debajo de mí”.

Rita: “–A mí, el viento me lanzó un gran remolino de hojas secas sobre la cara”.

Se lo dicen entre ellas, claramente excitadas.

“–Tengo frío”. –Responde Blanca, y se rompe el encanto para retirarse todas ellas de nuevo a su suplicio

En la puerta del closet que se encuentra en el extremo derecho de la habitación, junto al reloj, hay un retablo de un santo con hábito franciscano y un mamotreto en las manos con una estrella en la portada, dicha imagen muy probablemente haga referencia a San Antonio de Padua por su semblante juvenil y aparentemente lampiño; este recinto sirve de habitación a Beatriz, quien prácticamente todo el tiempo se aísla del resto de los convidados; seguramente por su condición de prometida de Eduardo, ‘socialmente’  obligada a guardar decoro hasta ser desposada; cometido que no logra, pues termina cediendo ante los incipientes abordajes pasionales de su prometido.

No creo que sea gratuito que el santo de la puerta pueda ser, factiblemente, San Antonio, abogado de los enamorados; pues es éste, quien impreso en esa puerta, ampara a los amantes y los aparta y protege del resto para que den rienda a su idilio, y es él mismo quien los esconde cuando estos (principalmente Beatriz, quien luce a cada momento, más y más deprimida) deciden suicidarse muy al modo de Romeo y Julieta. Dos de los invitados alcanzan a escuchar lo que podría ser su última conversación, mientras colocan en el tercer closet, el cadáver de Sergio Russell, quien cae en coma por una aparente afección cardiaca desde la primera noche del encierro, para posteriormente morir postrado en un sofá:

Eduardo: “–Aquí desemboca al mar ¡No llego!… Desciende más… ¡Ya! El rictus horrible”.

Beatriz: “–Amor mío”.

Eduardo: “– ¡Muerte mía! ¡Oh redil!”.

El último retablo; el del clóset central donde queda ‘sepultado’ Russell, corresponde a una virgen jocunda. Este closet es el más enigmático de todos, es un lugar verdaderamente sepulcral. Hay un punto en la película en que, sin motivo aparente, la puerta de dicho clóset se abre y uno de los brazos del cuerpo muerto de Russell cae asomándose, lo que provoca un desmayo en la única testigo femenina que presencia el hecho. Más adelante lo esotérico se presenta cuando Ana se encuentra sola, despierta, en medio del tinieblar, al filo de las tres de la madrugada, balbuciendo la Clavícula de Salomón y cuando la invocación final la mano de Russell se desprende de su cadáver y deambula por toda la habitación de una manera ominosa, persiguiendo a Ana y tratando de ahorcarla.

Este último episodio muestra junto a algunos otros, los referentes místicos existentes en la película y que ocupan un papel notable en el desarrollo de la trama; por mencionar los más relevantes tenemos a Cristian gritando “¡Vekam, Adonai!”, desesperado por obtener auxilio. Posteriormente tenemos a Cristian y a Alberto revelando su vena masónica al recitar el nombre impronunciable: “HIHHOH”. Ana en uno de los primeros momentos de la cinta, mostrando un par de patas de gallina en su bolso de mano, cuando intenta sacar un pañuelo para secarse el llanto provocado por la excelsa interpretación pianística de Blanca, y hacia los momentos finales estas patas y plumas vuelven a aparecer cuando reunida con Blanca y Silvia, se las muestra y explica: “Fue un presentimiento. Antes de ir a la ópera aquella noche, oí una voz que decía de modo insistente: Llévate las llaves. Llévate las llaves. En la cábala llamamos llaves a los objetos mágicos que pueden abrir las puertas del desconocido”. No logra consumar su ‘brujería’ porque aduce que así no puede leer, que necesita la sangre de un inocente. O bien, tenemos también los dos misteriosos episodios en lo que podemos ver que las ovejas se dirigen inocentemente al matadero cuando son guiadas por un pastor invisible a ser comidas por los cautivos.

También la ironía y el absurdo son dos ejes protagonistas de la historia que no podemos dejar de lado, al punto de que, a mi parecer, existen diálogos tan inconexos e irracionales, que parecieran sacados de alguna obra de Ionesco; tenemos por ejemplo un diálogo entre Raúl y el doctor Conde referente a la salud de Leonora, quien padece cáncer:

Pregunta Raúl a Conde: “–Cómo sigue lo de su cáncer, ¿hay alguna esperanza?”.

Dr. Conde: “–Por desgracia, ninguna. No le doy ni tres meses para que se quede completamente calva”.

Raúl responde en un tremendo absurdo: “–Tiene un buen cráneo”. Sin embargo, en este punto no obtiene ningún gesto ni comentario de desaprobación por parte del médico, sino al contrario, éste pareciera asumir lo dicho con tremenda naturalidad, tal como si hubiera comentado “es una desgracia”.

Posteriormente, cuando el doctor Conde evalúa el estado de salud del moribundo Sergio Russell, alguno de los convidados le pregunta: “– ¿Cómo lo encuentra doctor?”.

A lo que Conde responde: “–Dentro de unas horas, completamente calvo”.

“– ¿Perdón?, no entiendo”–, le increpan. A lo que el doctor responde: “–Quiero decir que le quedan pocas horas de vida”.

En otra escena, Raúl presenta a Leandro y Cristian, de quienes se asume que previamente eran desconocidos; dos desconocidos. Pero en una escena posterior se saludan como si fueran grandes amigos de mucho tiempo, y Cristian presenta a Sergio Russell con Leandro. En una de las escenas finales, Cristian y Raúl se enfrascan en una disputa en la que Raúl termina diciendo que lo ha odiado desde siempre, como si se tratara de enemigos de muchos años, cuando se supone que se acaban de conocer hace unos días.

Raúl protagoniza otra escena de absurdo, cuando a la mañana siguiente a la fiesta todos empiezan a preocuparse por el hecho de que ninguno ha intentado, siquiera, irse a su casa, a lo que Raúl comenta: “Vamos, señores, vamos, no hay que sacar las cosas de quicio; todos estábamos encantados: la música, la conversación cordial, el buen humor, no hay que extrañarse”, haciendo gala de sus buenos modos, aunque esto es únicamente en su discurso, porque mientras lo dice, está tratando de calzarse uno de sus zapatos y, al ver que no lo logra, reacciona y profiere todo extrañado: “¡Se me han hinchado los pies!”, justo inmediatamente después de pronunciar la palabra “extrañarse”.

Para completar el cuadro de los absurdos, podemos destacar la escena en la que Leonora le pide al doctor Conde que la acompañe a Lourdes cuando todo este castigo termine: “Cuando estemos en Lourdes, quiero que me compre usted una Virgen lavable de caucho. ¿Verdad que me la comprará?”. La virgen lavable de caucho es, en este sentido, la representación, trivialización y fetichización más sórdida de lo divino.

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