Por Roberto Marav
A todos los amantes separados
Yo, que descendí a la profundidad de mi ser,
fui nombrado en la lúcida transparencia del sol
y entre las aguas turquesas del mar
que descubrieron mi cuerpo impoluto
a las corrientes pacíficas del tiempo retraído,
deposité la ofrenda amorosa de mi corazón perdido.
Arribó, desde la lejana forja primigenia,
mi voz acrisolada de matices crepusculares.
En silencio, inundó los corredores laberínticos
de arena y sal desbordados en mis pupilas
allanadas de soledad y melancolía.
Solo entre la ausencia, aislado entre los confines
de un anochecer taciturno,
mi retiro fue separado de toda duda
compulsiva a repetir el abandono de mi navío.
Sólo la Luna fue testigo de mi alumbramiento.
Solamente yo, que caminé hasta la orilla
de la fuente vivencial y renovada,
solté un juramento enlazado en el paraíso
hacia la disolución material
de esta forma de esperanza.