DÍA MUNDIAL DE LA POESÍA

por Víctor Alvarado

Por Víctor Alvarado Arzamendi*

Buenas tardes a todos.

En nombre de este grupo de amigos, agradezco al director del Museo Legislativo, el Maestro Elías Robles Andrade, y a su equipo de colaboradores, por esta invitación y oportunidad para participar en este día de fiesta.

Señoras y señores:

La primera idea que se me vino a la cabeza cuando me invitaron a conmemorar el Día Mundial de la Poesía, fue, invadido por un entusiasmo desmesurado, la de poder esbozar en una breve línea de tiempo, toda la poesía universal.

Es decir, intentar resumir en unas pocas líneas y en un corto tiempo, una reseña histórica que hablara de poesía, de autores, y de su importancia dentro de la vida cultural, social y política del mundo, para luego, en menos de diez minutos poder compartir esa misma exaltación, aquí con ustedes.

Vaya proeza tan ambiciosa para un simple aficionado a la poesía. Y creo que aquí es importante mencionar que mi gusto por la literatura ha ido siempre encaminado más hacia la narrativa, concretamente a la lectura de cuento y a la escritura de algunos ejercicios literarios en este campo.

Sin embargo, ha sido a través de la lectura de la poesía que, en diferentes momentos y encrucijadas de mi vida, he tenido la opción y fortuna de optar por la ruta hacia el infinito mundo de posibilidades que ofrece la literatura: teatro, cuento, ensayo y novela.

Con la misma emoción inicial y como primer paso, siguiendo una metodología de lo más simple, pretendí enlistar, obedeciendo a un razonamiento cronológico, algunas de las principales épocas o escuelas literarias, lo que implicaba, evidentemente, no sólo el intentar enumerar los tópicos sino considerar acaso civilizaciones, centurias y latitudes, por lo menos.

Como paso siguiente, viendo ya frustrada de primera intención mi idea debido a su evidente complejidad, opté por pedir ayuda en la Academia y en alguna que otra referencia bibliográfica. Un profesor me recomendó por lo menos cinco libros que se acercaban un poco a la ambiciosa pretensión.

De visita por la biblioteca hallé más de treinta libros de antologías poéticas de los más variados autores y países; poesía norteamericana, latinoamericana, hispanoamericana, poesía europea, de España, Francia e Italia.

En formato electrónico encontré el libro Las mil mejores poesías de la literatura universal, y otro más intitulado Las cien mejores poesías (líricas) de la lengua castellana, digitalizado de la tercera edición de 1910, con obras, ni más ni menos que escogidas por Menéndez y Pelayo, además de otras cuantas compilaciones de otros poetas.

El primer libro clasificó sus mil poesías en diferentes bloques, iniciando por los poetas anteriores al cristianismo, siguiendo con los del siglo uno al diez, los del siglo once al quince, los poetas del siglo dieciséis y diecisiete, los del dieciocho, los de la primera y segunda mitades del diecinueve, y los de finales del diecinueve y principios del veinte.

Entre los autores más representativos encontré a Salomón, Homero, la poetisa Safo, Píndaro, Lucrecio, Horacio, Dante, Maquiavelo, Shakespeare, Milton, Blake, Leopardi, Víctor Hugo, Baudelaire, Emily Dickinson, Nietzsche, Oscar Wilde, Ada Negri, Pessoa, y ningún autor ni obra de la lengua española.

El segundo libro, comprende, de acuerdo con el gusto y admiración del erudito, de manera más o menos cronológica, “lo mejor de la literatura española antigua y moderna, excluyendo a los autores vivos”, hasta la fecha de su primera edición en 1908, donde se incluyen obras de Góngora, Lope de Vega y Quevedo, entre otros.

Para mi sorpresa, en casa encontré una edición del año dos mil, de Melquiades Prieto, todavía empacada en celofán, de la Antología de la poesía española e hispanoamericana, cuya selección clasificó sus poemas en cuatro grandes etapas: la Edad Media, los Siglos de Oro, la Ilustración y el Romanticismo, y el siglo XX, siendo éstas, a su vez, subdivididas por corrientes, siglos y años.

En este último libro, cuya clasificación se tornó esencialmente académica, destacan algunas Jarchas de los siglos once al trece, fragmentos del Cantar de Mío Cid, obras de Alfonso el Sabio y Jorge Manrique, para avanzar después hacia los Siglos de Oro con poemas de Garcilaso de la Vega, Luis de León, Juan Ruiz de Alarcón y Sor Juana Inés de la Cruz, y luego continuar con la Ilustración y el Romanticismo, con autores como Cadalso, Andrés Bello, José Zorrilla, Rosalía de Castro y Manuel Gutiérrez Nájera, para finalizar con el Siglo XX, donde se incluyó a Unamuno, Rubén Darío, Amado Nervo, Tablada, Lugones, Antonio Machado, López Velarde, Girondo, Vallejo, Huidobro, García Lorca, Borges, Nicanor Parra y José Emilio Pacheco, entre otros grandes.

Vaya dificultad en la que me había metido luego de habernos ofrecido por parte de los organizadores, toda la libertad para elegir el tema de nuestra participación.

Así fue que, después de una breve hojeada y la correspondiente lectura de algunas introducciones, prólogos y poemas al azar, me di cuenta del complejo trabajo realizado por los antólogos y compiladores, pero también reparé en que al final, además de considerar a los autores y sus obras en un plano temporal, y a su vez dividirlos y reagruparlos de acuerdo a otros criterios, a veces académicos, de épocas o vanguardias, prevalecía siempre su gusto.

Decidí así, replantear mi estrategia, y tal vez escoger alternadamente, bajo alguna técnica azarosa, algún país de cada continente, dando así la importancia debida al Día Mundial de la Poesía, para después del resultado, estar en posibilidad de seleccionar arbitrariamente y por puro gusto algunas obras y poetas.

Me vi impedido para continuar con mi empresa, por lo menos como original y ambiciosamente la había concebido.

Hice una pausa, me cuestioné, además, acerca de todos los poetas vivos o muertos del siglo XXI que no se habían considerado en las antologías revisadas, miles y miles de obras y poetas que escriben en todos los idiomas con sus respectivas y sonoras voces, y que ahora, gracias a las comunicaciones pueden hacerse públicas y es posible acceder a ellas en unos cuantos clics, a través de las diversas plataformas, blogs y redes sociales, sea de manera escrita o en su propia palabra.

¿Y qué decir de los poetas indígenas del mundo, cuyas admirables creaciones se escriben y siguen recitándose en sus lenguas maternas, o de las obras de oriente en cuyas cosmogonías se albergan otros universos aun sin explorar?

Siguieron pasando los días, me di cuenta de que todo ese arrebato disminuía junto con la descabellada idea de poder condensar todo en una breve línea de tiempo, y cada vez veía más frustrada mi tarea.

Entonces, volví a Internet, ¡Bendito sea el Internet!, y encontré una conferencia que me vino a clarificar el panorama.

Era el discurso La poesía, impartido por Jorge Luis Borges el 13 de julio del 77, en el teatro Coliseo de Buenos Aires, disponible en audio en versión completa y en texto, editado y recortado más tarde, en el libro Siete Noches.

En esta conferencia, además de hablar de lengua, de idioma y de algunas hermosas definiciones acerca de la poesía, Borges nos comenta de cómo, hasta entonces, en países como Japón, China, la India:

…y en el oriente en general, no se estudia históricamente la literatura ni la filosofía, pues ellos no podrían fijar la cronología de los autores, en cambio, se estudia la filosofía diciendo: Bergson discute con Zenón de Elea, Hume discute con Platón, Parménides está discutiendo con Bergson. Es decir, se ve todo como simultáneo.

Pese a ello, Borges no resta importancia a la clasificación para su estudio de la poesía en occidente.

Sin embargo, cree que ese juicio de los orientales es el verdadero, y que no hay historia de la literatura japonesa, de la literatura china o persa, de la literatura de la india, porque todo eso les parece a ellos una frivolidad.

Y aquí abro otra cita del maestro: “El estudio de cronologías, en todo caso, les parece ajeno a la literatura, a la poesía, lo que buscan es, la poesía misma”.  Es así que nosotros, continua Borges, “…podemos sentir la poesía inmediatamente, y que luego, el hecho de saber si es antigua o contemporánea, si se escribió esta mañana o hace dos mil años, es aleatorio.” Y concluye: “…he citado versos de Virgilio, los versos de Virgilio son admirables aun escritos esta mañana”.

Para resumir, después de mis lecturas y de escuchar las lúcidas y sosegadas palabras del maestro, me di cuenta de que la poesía entonces va más allá de su vehículo; la palabra, que es más que técnica, figuras y tropos, clasificación de métricas a veces forzadas y licencias, párrafos y versos, bibliografías y tomos, temas sociales, políticos o universales; la poesía es más que clasificaciones de aula, que manifiestos y posturas.

La poesía, y en esto siempre coinciden autores, antólogos, estudiosos y algunos críticos, está constituida por el ritmo, como dijo José Hierro, el escritor español: “El ritmo es lo que hace a la poesía persuasiva y no informativa”.

Y es, justo ese ritmo, el que palpita por nuestro ser a través de la palabra, escuchada o leída en nuestra mente, y que viaja como música y trasciende; la poesía es una experiencia estética, y como tal, debe sentirse. Hay que sentir la poesía como se siente el amor, como el sabor de las frutas y los vinos, sin lugar a explicaciones o definiciones vanas.

La poesía se vive y se siente, debe sentirse y disfrutarse como otra forma más de la felicidad, creándose, recreándose y transformándose en cada uno de los lectores, en cada uno de diferente manera, en el tiempo y en el espacio, trayendo los recuerdos para vivirlos nuevamente, para conmovernos, para regresarnos y para llevarnos a viajar por la memoria.

Al final, después de este breve recuento, me pude dar cuenta de que la poesía está dispuesta y transformada desde el avanzar del tiempo, desde las estrellas y la luna, inmersa en el fuego y el mar, en el amor, en la vida y en la muerte, y que es capaz de revivir en nuestra imaginación y pensamiento cualquier recuerdo de alegría o melancolía.

Entonces, entre la preocupación por no avanzar en el proyecto y el tardío descubrimiento de mi profunda ignorancia en materia histórica de la poesía, me pregunté qué era lo que estaba haciendo y cuál era la razón para querer compartir mi pasión por la literatura, concretamente por la poesía.

Me contesté toda clase de respuestas, algunas un tanto utópicas, otras más bien enfocadas a mi asombro por la lengua y las técnicas empleadas por los autores al momento de componer sus obras.

Y al cabo de una semana, me contesté, creo que, de una manera más humilde, pero no por ello tan simple: estoy aquí porque en algún momento pude sentir la poesía. Y ese hecho aparentemente fútil y fortuito, cambió mi vida para siempre.

Entonces, recapacité, valoré mis posibilidades, hice una pequeña reflexión y me puse a recordar si en verdad ese hecho había cambiado mi vida para, de ser así, poder compartir la experiencia con ustedes.

Por ello, para finalizar, aquí me permito ejemplificar, no con un poema sino con una breve anécdota, mi primera experiencia con la poesía, ocurrida en los límites de mis diecisiete años.

Recuerdo que fue una tarde lluviosa, en estas mismas instalaciones. Trabajábamos en equipo en un proyecto legislativo. Un asesor, que además era maestro de economía en el politécnico, y años más tarde se convirtió en mi amigo, me llamó a su oficina. Me dijo, ven, Víctor, vamos a tomar un descanso, por esta semana ha sido suficiente, el próximo lunes podremos continuar.

Preparamos café y comenzamos una charla, me preguntó si me gustaba leer, le dije que poco (cuando en realidad no leía), porque había libros que me llamaban la atención pero cuando comenzaba a leerlos no los entendía, y luego, al cabo de unos días, abandonaba. Creo que, para esa fecha, no había leído un libro completo de nada, ni siquiera aquellos que por encargo nos hacían en la vida escolar.

Luego me volvió a cuestionar, me dijo que no podía seguir por la vida sin un propósito, que, a través de la lectura, los seres humanos no sólo adquieren conocimientos para aprovechar su inteligencia, sino que resultaba preciso cultivarse y vivir; leer, escribir, viajar, comer, ver películas, escuchar música, y que todos teníamos derecho de gozar los frutos de la civilización.

Creo que en ese momento me hizo pensar. Luego continuó su perorata, a manera de queja, diciendo que eso no resultaba tan fácil porque a veces, la gente, no estaba interesada en la cultura, sino al contrario, estaban empecinados en disfrutar la inmediatez de las banalidades, concentrados más en trabajar para generar dinero en un tiempo determinado, y para más tarde, gastarlo en sus necesidades, en un lapso más corto de tiempo.

Al cabo de otros minutos, el maestro fue a sentarse un tanto ofuscado, y me dijo que lo olvidara, que me olvidara de todo, y que mejor nos sentáramos a leer un poco. Abrió un cajón de su escritorio y tomó un libro gris, lo abrió al azar y me dijo: qué te parece esto, y comenzó a leerme un poema que contaba la historia de un hijo y el recuerdo que tenía éste de su padre.

A lo largo de varias páginas, quedé atrapado de las palabras. Me estremecí porque parecía que el poema hablaba de mí y del recuerdo que yo tenía de mi fallecido padre. Fue tal el impacto que se originó en mi memoria, que pude recordar pasajes de mi infancia que creía estaban ya enterrados.

Me vi profundamente conmovido y comencé a llorar y llorar desconsoladamente, pero no sólo de tristeza, sino también de alegría y de felicidad.

El maestro, sorprendido un poco, no dejó de leer, continuó atinada y melodiosamente su lectura.

Ahí sentado en un sillón ejecutivo, dentro de una oficina sin ventanas, aquella tarde lluviosa me sentí por primera vez más vivo que nunca. El maestro, a través de la poesía, me condujo en el viaje como guía, con el ritmo de la poesía con cada verso y estrofa como compañía, y fui andando por ese sendero, para mí, hasta ese día desconocido.

En mi mente vi a mi padre, lo vi conmigo y con mi familia, lo vi en un barco, y en un bosque, y en un restaurante, y sentado en una butaca, sonriendo y mirando una película en el cine, y también lo vi abrazando a mi madre y a mi hermano.

Al final, lo vi despedirse con la promesa de encontrarnos en otro lugar y en otro tiempo.

Como si todo hubiera estado perfectamente sincronizado, el maestro asesor terminó de leer, cerro el libro, y en ese instante sonó el teléfono. Contestó, dijo alguna palabra, colgó y salió del cubículo. Nunca se habló de lo ocurrido hasta este momento.

Tiempo después reinicié mi vida escolar y comencé a disfrutar un poco más de la vida.

Muchas gracias.

*Discurso pronunciado el 21 de marzo de 2017 en el marco del Día Mundial de la Poesía, durante el evento “Expresión poética” en el Museo de la Cámara de Diputados, México, CDMX.

ILUSTRACIÓN

Expresión poética. Día Mundial de la Poesía. Fotografía del archivo de Víctor Alvarado Arzamendi.

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