Por Víctor Alvarado
Con este, es el quinto intento de escribir unas buenas líneas, dame dos o tres minutos y tal vez lo logre.
No sé cómo, cariño. Tal vez intentando el gastado truco de imaginarme caballero y estar con tantas mujeres en quienes inspirarme y traer a una de ellas a mi rinconcito y esperar el golpe de las olas del pensamiento y los inquietos deseos que afloran para, de repente, como súbita erupción, explotar en cientos y miles de chispas plagadas de sueños pastel sobre el lienzo no amarillo de la espera, sino blanco de esperanza, superblanco; como si fuese a escribir música. Como era antes, cuando escribía memorablemente todo.
Ahora, querido, nada se me ocurre, ¿qué debo hacer? Estoy sola, excitada y me siento incomprendida, inepta. Llevo la sangre inquieta, la hume-dad hirviente y sin ápice de creatividad. Incapaz de darme placer como lo hacen mis amigas, como lo hacen todas. ¿Tendré que llamar al hombre de la otra noche para salir de nuevo, y fingir que fui atraída complacidamente hacia el paraíso, y solo llegué de rodillas a la alfombra sucia de un cuarto naranja como pulquería, y con asco alcancé a escupir lo pútrido de mi memoria, lo dulce y amargo —delicia repugnante—, y entonces, huir desesperada al mismo cuarto naranja como pulquería, e hincada en la misma alfombra pringosa, sollozar encolerizada y ahogarme en tardíos rencores para sacarlos del fondo de mis entrañas, con lo que yo hubiese querido fuera agua bendita?
No, porque nunca se salió. Con nada se salió. Se quedó conmigo el muy galante, el muy hermoso se quedó. El hombre tan perfecto se quedó, con sus raíces moralmente ideales se quedó. Y para qué, si no pude ni rasguear una letra.
No era tan señor, lo digo con honestidad, sino un joven al que con artimañas mentí, lo obligué a hacerme suya, lo seduje tramposamente con falsas esperanzas. Le exigí inyectarme esa fuerza necesaria —ardiente pócima— para cargar por fin mi lápiz con un ingenio bastardo y arrastrar los surcos de una creatividad ausente, enterrada antes que nacida, ida, desmembrada. Y de nada sirvió.
No es bueno llorar, darling. Lo sé, es tiempo de ser feliz y de gozar.
¿Será posible acaso, valerse de tretas para hallar inspiración tras el opaco velo del placer etéreo? No es posible. No.
Lo mejor será zambullirme en el escusado de mis recuerdos, jalar la palanca del desengaño y de una vez por todas olvidarme de este cuaderno sin futuro, de estas hojas virginales que para nada servirán; se las daré al que pase primero y me haga sentir de nuevo la mujer más grande y delicada, y me dé la oportunidad de arrastrarle finamente, con esta pluma vacía, dos o tres renglones en el pecho.
Palabras coherentes, sumamente coherentes. Solo dos o tres, o cinco renglones. ¡Cinco líneas! ¿Es mucho pedir?, ¿alguien se atreve?, ¡te reto!, ¿te interesa?
Deseo deslizar la tiza en el instante preciso, en el justo espasmo, en la contracción efímera, en ese relámpago se alcanzan las ideas, —penetración forzada, apasionante sumisión perpetua, excitación incontrolable— ¿o no? Sí, estoy segura, en esos intervalos tan cortos y largos, y cortos y largos otra vez, espeluznantes e increíbles, alucinantes y dolorosos, inacabables, deleitables, breves y fortuitos, ahí, ahí se logran las ideas. Solo ahí.
Ven, acuéstate, espera un poco. Ahora vuelvo. Iré a mi refugio y volveré lista para ti. Mientras, piensa como me llevarás allá, tan lejos, sin tren bala ni nave espacial; recuerda que en estos mareo y tiendo a devolver.
No te vayas, ahora vuelvo. Traeré algo que sé, te gustará. Mientras, escucha esa música de mis adentros, esa suave y purulenta de violines tristes. Y por favor no te muevas, ahora vuelvo con algo seguramente irresistible para ti; transparente y color rosa. En lo que vengo, ve recordando ese lugar de nubes y espejos prometidos, lleno de pozos sin fondo donde puedo defecar lo que me da dolor de una vez para jamás sentirlo.
¿Estás listo, vida eterna? ¿Puedes escuchar? ¡Agita la batuta y dale fuerte! ¡Que se sienta un cambio por fin!, y los tambores, ¡tráelos y retúmbalos hasta mis tímpanos! ¡Adecéntame, friégame!
Ayúdame, déjame estar alrededor tuyo y tomarte, sacaré de ti esas ganas de comerme. Permíteme fluir en la espontánea libertad, en la idea más esperada, en la tinta negra de mi vida, en la oquedad resanada de mi alma.
Espera un minuto, no te muevas, aguanta unos segundos, creo que por fin se me ha ocurrido algo, espera, espera, no te detengas, ni te vayas, me vendré pronto en lo que escribes cinco líneas para mí.
Te suplico un “Ya no te odiaré”, un “Regresa cuando quieras”, tal vez un “A veces te deseo”, un “Una vez me acorde de ti” o un “Algún día lo sabrás”, cualquier frase, te ruego.
Cinco líneas dame, solo cinco, cinco líneas escríbeme, te las cambio dolorosamente y por lo que más quiero.
*Jesús Hidalgo cooperó con cinco versos y diez billetes para Julia Eliza.