Para mi familia
Documento encontrado bajo los escombros durante la demolición de un antiguo edificio en la ciudad de México, el cuál permaneció abandonado durante casi 400 años. Dentro de la caja con la carta, se encontró un anillo con una garra punzante y un pequeño frasco que contenía un líquido carmesí.
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Mi historia trascenderá, algo que yo no haré. La decisión firme de finalizar el tiempo que se me ha prestado para mi existencia, se encuentra actualmente en los últimos respiros y latidos del corazón. La fuerza natural, así como la necesidad de relatar mi historia, son parte de esta construcción documentada.
Mi madre es quien ha tenido la responsabilidad de criarme, cuidarme y permitirme esta final decisión, a pesar del estado en el que ella y mi padre se encuentran.
Todo comenzó hace casi ochenta años. Tenía tan solo meses de nacido, por lo que no recuerdo nada sobre aquel desafortunado encuentro.
Una mujer deambulaba por las calles del centro. Pedía ayuda a gritos durante la madrugada de un martes cualquiera. De las rebosantes calles del centro nada queda, solo el silencio interrumpido por los gritos de mi madre. Lleva en sus manos una canasta, donde me transporta, a una tierna edad de meses de nacido. En el hombro una mochila con objetos necesarios para la subsistencia.
Detrás, la inevitable figura de un hombre entrado en años, fortalecido gracias al exceso del alcohol y a la perorata de la hombría sobre la mujer. No había nadie que lo detuviera.
Las endebles piernas de la mujer corrían y aunque sus tobillos estaban por quebrarse, su brazo fuerte sostenía la canasta junto conmigo. Las fuerzas le abandonaban lentamente, los gritos ahogados. Decidí en un extraño instinto, ayudarla con mi llanto. Cayó de rodillas. Se arrastró. Reptó. Rodó.
La canasta seguía firme sobre el suelo al igual que su brazo derecho con total fortaleza.
Al fin, el hombre llegó a donde la mujer, quien continuaba moviéndose ya sin fuerzas, pero intentando que aquello no terminara en tragedia.
Emití un llanto más fuerte, más por necesidad alimenticia que por pedir ayuda. Entiendan que tan solo era un bebé.
El hombre descargó una furia interrumpida contra la mujer. El vaivén de la canasta sobre el suelo comenzó. Por muy poco hubiese terminado en el piso, pero la firmeza del brazo de aquella mujer seguía sosteniéndola. No habría fin del ataque, no hasta hacer que aquella mujer cesara su respiración.
De la sombra nocturna descendió un ángel oscuro y se prensó del hombre con todas sus fuerzas. Sus gritos de terror se fueron ahogando con la sangre que le ahogaba por las heridas ahora realizadas por una criatura nombrada por los humanos de manera monstruosa. Otro ángel descendió del cielo a donde la mujer y le tomó el brazo. Con su fría mano, fue abriendo los dedos que aún con firmeza sostenían la canasta. Seguía llorando hasta que pude ver al ángel que me sostenía.
Ojos negros. Piel blanca. Chorreante sangre de sus labios. Un rostro alargado, tenue. Humano hasta cierto nivel. Los ojos negros fueron diluyéndose en la penumbra interna hasta dejarme ver unos cristalinos ojos cafés que con ternura me observaron.
La otra figura finalizaba la labor de desahuciar al hombre de todo rastro de vida. Al final, ambos me tomaron en sus brazos y desaparecimos en la oscuridad de la noche.
De mis padres obtuve lo necesario. La educación era lo más importante. Aunque de día contaba con personas que me cuidaban, era por las noches cuando mis padres jugaban conmigo, hasta un cierto nivel, en donde el sueño me vencía por completo.
Así pasó el tiempo, hasta que la curiosidad de un niño entrado en años decidió ir a la escuela y conocer a gente con piel viva y cálida, distinta a la blanca piel de mis padres. Salir a jugar. Realizar excursiones. Viajes por el mundo. La mayoría de dichos viajes con mis padres eran nocturnos y, cuando tuve edad, salía por mis propios medios.
En una ocasión, ya en la secundaria, comenzamos a estudiar Literatura. El profesor habló en aquella ocasión sobre la Literatura del horror y la encarnación de los vampiros. Cada una de las referencias dictadas durante las clases era sobre mis padres.
En la inquietud del tiempo, hablé por la noche con ellos. Mi ímpetu no podía con toda la información que debía procesar.
Mi madre fue la que habló. Me contó lo que ya les he escrito. Estuve mucho tiempo intentando asimilar las cosas. Escapé algunos días de casa. Mamá era quien iba a buscarme, pero papá la detenía. Tenía más años que ella, por lo que conocía más la juventud de un hombre mortal y todos los sentimientos que se agolpan y enfrascan en un cuerpo enérgico y una montaña de posibilidades en la mente.
Cuando volví a casa, ambos hablaron conmigo. Decidieron que un pequeño niño humano al cual le habían destrozado el inicio de su vida, no tenía razón para convertirse en un vampiro. Y aunque mi decisión era más por la aventura, ellos me detuvieron.
Mi corazón también la detuvo. Ser un vampiro tiene bastantes negativas, mucho más allá de “la vida eterna”.
Primero hay que levantarse a las 6:00 pm. Una vez que el sol se oculta, el vampiro debe salir a trabajar. Si, leyeron bien, están entre nosotros. No creerán que, como los vampiros de las películas, mis padres tienen un enorme castillo y fortuna. Bueno, ahora saben que ellos deben tener trabajos nocturnos. Esto debe ocurrir hasta un cierto tiempo, ya que hay que cambiar de residencia, de nombres, de lugares. Cuando la sangre artificial y el banco de sangre de los hospitales sospecha, bueno, es el momento de cambiar de lugar. Las víctimas son seleccionadas. Casi siempre, dice mi padre, son hombres solitarios que arruinan su vida y deambulan como no muertos drogados o alcoholizados. Pero no lo realizan de forma constante, ya que también esa sangre no es lo suficientemente pura.
Dice mi padre que a los humanos ya no los hacen como antes, y mi madre, más joven, le reprocha por esos comentarios.
No soy su primer hijo, pero si el único que comprendió aquella plática.
Me extendieron un frasco donde hay sangre de mi padre, de cuando fue convertido. Si alguna vez, en mi madurez mental, decidía ser un vampiro, estaba en la total libertad de beberla.
Mi corazón palpitaba. Mi madre, aquella noche, tomó mis manos y me dijo que habría mucho tiempo para entenderlo. El equilibrio del mundo humano y el de las criaturas era vital.
Mis padres no eran los monstruos de las películas o la literatura. Eran criaturas en un equilibrio constante, viviendo entre los humanos, bajo ciertas normas y libertad. Habían madurado lo suficiente para entender que todo en la naturaleza, natural o antinatural, tiene un equilibrio. Así lo comprendí conforme fui creciendo.
Terminé una carrera universitaria como doctor, pero siempre me gustó escribir. Visitaba constantemente a mi profesor de letras, quien para mi fue un padre humano hasta su fallecimiento.
Aquella noche exploté contra mamá. Sí, iba a convertir a mi profesor, quién mejor que él para ser un vampiro. Un hombre con tanta sabiduría, con pilas de libros por todas partes, con una mente abierta al cambio. No me lo permitieron. Aquel extraño elixir era solo para mí, para tomar una decisión sobre mi persona, no para otros. Comprendí en ese instante que la vida debe seguir su curso.
A la mañana siguiente escapé de casa. Salté las viejas tablas del edificio y me percaté solo entonces de que el sitio donde nos escondíamos era un viejo edificio abandonado del centro de la ciudad. Aunque embellecido por dentro y con todo lo necesario, la fachada de aquella casa olvidada por el tiempo y la gente, me hacía pensar que mi vida sería siempre esa: vivir en las sombras en sitios donde el hombre ya no quiere vivir.
Me quedé en casa con amigos, terminando de estudiar una maestría. Siempre escribiendo por las noches y trabajando por las mañanas.
Mamá llamaba siempre, pero no contestaba. Llegué a pensar que, si tenía poderes vampíricos, ella con facilidad podría venir a buscarme, pero nunca sucedió. Solo llamaba al móvil y era todo. Papá era reservado, justo, sabio, conocía el mundo, parecía entender cómo iba a terminar todo y, con tranquilidad, lo recuerdo acudiendo a la vieja mesa de noche, destapar un viejo vino de sus muchas reservas, y observarme leer un libro, mientras me pedía que le leyera algún fragmento antes de salir a trabajar. Los extrañaba. Pero tenía una vida mejor.
Con el tiempo, conocí a una chica en el trabajo, y pasó lo que suele pasar. Una noche, un tanto más decidio, cité a mis padres para que la conocieran. Ella no se asustó; le encantó la forma como mis padres honraban el rock gótico con sus atuendos, y cómo conservaban aun tanta juventud. La primera impresión siempre es la mejor. Hablé con ellos despúes de mucho tiempo. Las cosas iban bien. Mamá me sostuvo en brazos más tiempo que papá. Me extendieron algo de dinero, pero les dije que habría que arreglar más la fachada del lugar. Todos sonreímos. Nos despedimos aquella noche.
Nuestra relación había mejorado. Ellos, con sus cosas de vampiros; yo madurando y teniendo una vida con mi novia, mi mujer, mi esposa. No tuvimos hijos. Pero sí criamos muchos gatos.
Una tarde llamé a mamá, pero fue papá quien contestó. Mi esposa estaba muy enferma, la situación no iba a mejorar. A sus cincuenta años, el cáncer había invadido su cuerpo y no existía solución, excepto una.
Esa noche en el hospital, mamá se quedó en la sala de espera mientras papá sostenía en la mano derecha algo que no le había pedido. Extendió su brazo y abrió el puño, dejando caer sobre mis manos el frasco con su sangre. “Mereces ser feliz”, me dijo. Observé el frasco por un tiempo muy corto y se lo devolví. “Son las reglas de la vida”, le respondí.
Los tres nos fundimos en un abrazo. Papá se inmiscuyó entre las salas de espera y junto a mamá se llevaron sangre del banco y volvieron a la vieja casa con la fachada destruida. “Cambien de casa”, les sugerí. “Ese ha sido nuestro hogar desde que llegaste”, dijeron ambos.
La vida siguió su curso. Mi esposa yace en mis recuerdos junto con todos los gatos que adopté de las calles. He vuelto a casa después de muchos años. Me costó trabajo; la gente me miraba entrado a un sitio que era más escombro que edificio, pero al final, ese era mi hogar.
Mis padres platicaban en la mesa, bebiendo sangre de algún ebrio local, porque estaban más felices de lo normal. Mamá lo presintió más rápido y se arrojó a mis brazos envuelta en llanto. Papá se acercó más lentamente. “Ya es hora”, musité.
Todas las noches, en esta vieja mesa donde escribo estas memorias, me acompaña una copa de vino y, a un costado, el frasco con sangre, el cual jamás tocaré. Le dije a mamá que me educó como debía ser. Agradecía que no me hayan convertido en vampiro y que mi vida siguiese su curso, el cual, sin su ayuda, hubiese finalizado aquella madrugada, junto con el de mi verdadera madre, pero, esa mujer me protegió tanto como ellos. En su último suspiro, sostuvo con fuerza la canasta. Si existe una fuerza sobrenatural más allá para todos los que morimos, tomé la decisión de volver a ver a mi esposa y a mi madre natural en aquel sitio.
Estas son mis últimas palabras. Mis padres han mandado a hacer un ataúd parecido al de ellos, de nuestra familia. Construyeron una cámara debajo del sótano, donde, con una enorme pila de rocas, descansaré. Ellos partirán una vez que me haya ido, la gente comenza a sospechar después de tantos años y los trabajos nocturnos escasean.
Papá ha comenzado a estudiar Programación. Mamá se volverá jardinera y tendrá el jardín oscuro más grande del mundo y lo exhibirá a sus visitantes.
Para los padres no es fácil ver partir a sus hijos, y menos cuando estos con amor te rescataron y en su vida eterna, te ven partir, y para un hijo que no debió vivir, es menester conocer a su madre a la cual tampoco le dieron la opción de vivir su maternidad.
Basket to casket. De la canasta al ataúd. Me agrada más en inglés. Mis últimas palabras, en la memoria de un hombre criado por humanos sobrenaturales, de esos que no existen en la literatura y en la vida real. Me despido.
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Revelación o El relojero >> Remedios Varo (16 de diciembre de 1908, Anglés, España – 8 de octubre de 1963, Ciudad de México).
Lord Crawen, Jezreel Fuentes Franco nació el 29 de junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el IPN; luego, su pasión por la Literatura lo llevó a formar parte del Taller de Creación Literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán, y del impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en cuatro obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de Literatura del horror, en el auditorio del Centro Cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante” y actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.