ABDUCIDO

por Rosario Ortiz

En viaje familiar decidimos ir a acampar a los bosques de los Azufres, Michoacán. Para nadie es extraño que se trata de un mágico lugar. Yo conocí el sitio tal vez por los años setenta, cuando aún la Comisión Federal de Electricidad no pavimentaba los caminos. Así es que llegaba empanizado de tierra, todo el cuerpo. El premio era grandioso, aspirar verde sobre verde, en la Laguna Larga, que en realidad es una presa. Algo inolvidable. Era tan seductor ese sitio que parecía que las personas sumergidas en esa agua relajante, desaparecían en aquél espeso vapor, formando otras figuras que subían como espirales hasta mezclarse con las nubes.

En este verano de 2022, logramos reunirnos unos 35 familiares, entre niños, adultos, adolescentes, para visitar estos paisajes michoacanos. Decidimos por esta vez, no invitar amigos.

Fuimos recorriendo un camino de verde esplendoroso; los pinos y los oyameles se erguían majestuosos a nuestro paso. La idea era llegar a un lugar donde se levanta una gran escultura geométrica, donde por el año de 1975 mi padre fuera secuestrado por extraterrestres. Sí, como lo oyen, ¡por extraterrestres!

Con dificultad los vehículos fueron subiendo una empinada colina. Se tarda unas dos horas en llegar, más o menos. Como a las dos de la tarde, se encendió el fuego para la carne asada; otros, levantaban las casas de campaña, cerca del misterioso triángulo. Todo era algarabía mientras comíamos. Al rato comenzaron a jugar futbol, los niños a mecerse en improvisado columpio, los adolescentes reían sin causa aparente. Así llegó la noche. Alrededor de la fogata, con unas varitas se asaban bombones, con su olor dulzón ante las quejas de todos los jóvenes por la ausencia de Internet. Es increíble como les cambia el ánimo.  Luego empezaron los cuentos de espantos, hasta que uno de los adolescentes, Andrés, preguntó: ¿dónde fue donde secuestraron a mi abuelito los extraterrestres?

—¿A poco eso es cierto? —preguntó Ana Karen.

Yo, que soy la hija y la hermana mayor, debía explicarlo.

Pues sí, en el año de 1975, su abuelo don José acompañó a su primo Venancio a este mismo lugar. En aquel tiempo, el tío Venancio se atendía con una señora que aplicaba masajes y daba unas aguas dizque curativas, y que desapareció aquí mismo, secuestrada por extraterrestres.

Las carcajadas de los jóvenes se oían estrepitosas, incrédulas e irreverentes.

Su abuelo pensaba que era ¡pura charlatanería!, él les sugería que era mejor ir con el doctor. Pero acompañó a su primo y a otros tres amigos. La gente acudía y pasaba la noche allí tirada mirando las estrellas, escuchando el ulular de los búhos y muchos otros sonidos; otros pacientes llegaban por la madrugada. Como él no se iba a atender, renuente, los acompañó. Lo que él contaba he tratado de sistematizarlo, escribiéndolo.  Casi puedo contar de memoria lo que narraba mi padre:

Aquel día memorable ya no pudimos regresar a nuestras casas, a causa de la descompostura del vehículo y ante la imposibilidad de encontrar un mecánico en kilómetros a la redonda. Una tupida lluvia caía sobre nuestras cabezas. Era magnífico el paisaje. La lluvia cesó y se hizo de noche. Se sentía la presencia del Creador en todo su esplendor. Las constelaciones brillaban en un cielo, de un intenso azul, como el manto de la virgen. El canto de los grillos llegaban de los cuatro puntos cardinales. Las luces incandescentes de las luciérnagas brillaban guiñando. Entre más transcurría el espesor de la noche, los aullidos —no sé si de lobos— nos intranquilizaban el alma. El fuego de la fogata contrarrestaba el frío. Antes de que nos cayera toda la noche encima, me di cuenta que cerca resplandecía un triángulo metálico (—el mismo que se alcanza a apreciar desde aquí —les señalo); me entró la duda para saber qué significaba aquello. Dijeron algunos que allí se posaban los extraterrestres. ¡Gente ignorante! Pensé yo. ¡Quién va a creer esas tonterías!

Él seguía preocupado por no poder comunicarse con su esposa, quería regresar al pueblo, aunque fuera caminando. Le comentaron que eso era muy peligroso, podría ser asaltado o hasta asesinado. No le quedó otro remedio más que conformarse a pasar la noche aquí mismo. Su primo y sus amigos se pusieron a tomar una botella de mezcal. Para colmo, ¡él no tomaba!

—¡Qué aburrido debió haber sido el abuelo!…

—Cállate, Pepín, no seas grosero —le dijo mi hermano a su hijo. —Mejor que siga mi hermana con el relato.

Continuó hablando. Alrededor de una fogata comieron sus tortas “paseadas”, acompañadas de los chascarrillos de los hombres. Poco a poco, los fue venciendo el sueño, y sus acompañantes se recostaron sobre el pasto.

El olor a pino, a bosque fresco se esparcía por la fría y oscura noche. El abuelo seguía intrigado con el gran triángulo plateado. Lentamente, se fue acercando a él. A lo lejos se veían como bolas de fuego que caían del firmamento. Recuerdo cómo nos contaba:

Mientras me fumaba un delicado (todavía era la época que no cambiaba a fumar Raleigh, hasta que los pulmones se le fueron debilitando), cuando estuve frente a aquel misterioso triángulo, empecé a caer como en un sopor. Era una sensación como cuando se está soñando. De repente vi cómo se acercaba una especie de nave brillante y se posaba en el vértice de la figura geométrica. Sus intensos rayos me cegaron; luego bajaron una escalerilla de luz hasta donde yo estaba. Una mano esbelta de una hermosa mujer rubia como el sol, con una túnica blanca, me invitó a subir.

—¡Ah, vicioso el viejo!, ¿cómo que Delicados?, y se dejó llevar por la mujer hermosa, nada tonto el abuelo —irreverente, señala Dulce Ximena.

—Esto no es Instagram, Ximena. —Sigo relatando.

Como autómata ascendí hasta la puerta de la nave en forma de espiral. Telepáticamente se comunicaban conmigo. Oí una voz que era como la del jefe, dándome la bienvenida a su nave. Me dijo que sabían que tenía una esposa y ocho hijos —en ese momento, después serían catorce—, que ellos necesitaban llevar seres humanos para su Galaxia Sideral, donde no había guerra, ni odios, ni abusos, solo paz. Llevando humanos para allá, estarían dando a luz nuevos seres que regresaran a la tierra a enseñar a los terrícolas y que pudieran dar el salto cuántico. No sabía ni sé qué era eso. Ya se había prolongado demasiado en el tiempo el aprendizaje de estas criaturas testarudas y necias, afectando la energía de otros mundos. Entendí que se refería a los seres humanos. Por sus irresponsabilidades, el planeta azul se estaba calentando, su ambición no tenía límites. Yo estaba como hipnotizado, subyugado por esas ideas tan superiores a las que teníamos acá en este planeta. Si era así, me agradaba la idea de ir con toda mi familia. Si deveras existía un mundo así de benévolo, debió ser creado por Dios. Los problemas acá, eran infinitos y muchas veces no tenían solución y la vida parecía absurda, sin sentido.

—Yo creo que no sólo fumó Delicados; pero fue un viajezote el del abuelo —opina Diego.

La espiral metálica se movía vertiginosamente —sigo contando—, yo estaba como en una sala plateada, escuchando una suave música. Cuando el jefe alzaba la mano, esparcían unos aromas embriagadores, mi nariz desconocía aquellos increíbles olores; en la tierra no existían. Enfrente de mí pasaba la luna, las galaxias, arco iris, estrellas, constelaciones.  Mi cuerpo era una pequeña partícula que se expandía al infinito. Mi mente llenaba toda la tierra. Razonaba que tal vez, ya estaría muerto, ¿o qué sería aquello?, ¿un premio, un castigo?

—¿Y hasta cuándo regresó? —interroga Daniel.

No sé cuánto duró la experiencia —afirmaba mi padre—. A la mañana siguiente desperté frente a la pirámide plateada. ¿Había soñado? Unos extraterrestres me llevaron a otros mundos. Yo a ellos los vi poco, no fue necesario, por la manera telepática que tenían de comunicarse. Así es que no los podría describir. Sólo sé que eran seres muy hermosos físicamente, superiores a nosotros. ¿Cómo contar una experiencia así? ¿Quién me creería? Pensarían que había perdido la razón, que quería hacer negocio con este relato, que estaría loco o borracho. En confesión, sólo al señor cura le conté. Me dijo que había sido una experiencia cercana a la muerte. No lo creí, estaba más vivo que nunca, aunque muchos días anduve como ausente, parecía un autómata.

—Me hubiera gustado conocer a mi bisabuelo —añade Regina.¿Por qué no nací antes de 1989, año de su muerte?

—¿Qué tal si dormimos frente al triángulo plateado?, en una de esas tenemos un viajecito como el abuelo —señala irreverente Andrés.

—Sí, pero no traemos Delicados. —Carcajeándose, se vuelven cómplices, los nietos adolescentes y jóvenes.

—Pero yo sí! —dice Ana Karen, abriendo su mochila para sacar el encendedor, cuando del cielo descendían unas luces brillantes.

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La noche estrellada >> Óleo, 1889 >> Vincent Van Gogh

Rosario Ortiz es una mujer que ha tratado de entender el mundo por distintos caminos: las ciencias sociales, la epistemología, la semiótica, el estudio del arte, de la caricatura, del arte plumario. Se asume como lectora. Le conmueve la miseria, la soledad existencial. Le angustia el paso del tiempo, ese que se desliza como arena entre los dedos. Muchas veces ha sido nadie, temiéndole al nunca y a la nada.

La vida la disfrazó de editora, librera, promotora cultural y profesora universitaria. Le interesa escribir para nombrar las cosas que la asombran; le seduce el ejercicio de la escritura para enfrentar al enemigo que viene de adentro.

Ama a Cortázar, a Rulfo, a Camus, a García Márquez, a Benedetti, a Cervantes, a Breton, a Miguel Hernández, a Saramago, a Gioconda Belli, a Sor Juana, a Enjeduana, a Umberto Eco; Silvio, Serrat, Zitarrosa, Mandela, Rius, y todavía más…

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