Por César Abraham Vega
La promoción de la lectura siempre ha sido una tarea harto complicada, mucho más en un país como México, las bibliotecas públicas están literalmente abandonadas; los mismos bibliotecarios que las atienden, en su mayoría, ni siquiera tienen el hábito lector; más allá, esos mismos bibliotecarios no cuentan con la preparación académica idónea ni la inducción al puesto mínima requerida para desempeñar su trabajo, y no digamos nada respecto a lo que esos mismos bibliotecarios deberían de hacer en pro de la formación de nuevos lectores. Por otra parte, como bien lo ha expuesto Felipe Garrido, la situación en las escuelas, tanto públicas como privadas no es muy diferente, los maestros tampoco leen: “Buena parte de los maestros, incluso los dedicados a la enseñanza de la lectura y la escritura, no son, ellos mismos, lectores ni se sirven ellos mismos de la escritura. […]” (Garrido). A veces podría pensarse que el principal problema de la promoción de la lectura en nuestro país es la dificultad de acceso a la misma; sin embargo, si retornamos a Garrido nos damos cuenta que el acceso y el acercamiento a la lectura son dos problemas distintos que alejan a la par a los potenciales lectores del ejercicio de leer:
“[…] no basta con la sola entrega de libros para para que los maestros y los alumnos se acerquen a la lectura: Para la mayoría, la lectura es una actividad extraña. Bastaría mandarles balones de futbol o volibol para que los aprovecharan; pero no sucede lo mismo con los libros. Mientras que cualquier maestro o alumno sabe qué hacer con un bate y una pelota, no cualquiera sabe qué hacer con los libros que no son para estudiar ni para seguir el programa ni para leer (Garrido).
Creo que es importante atender el clamor de Felipe Garrido cuando propone que los maestros deberían erigirse como embajadores de la lectura y forjarse por principio de cuentas a ellos mismos como lectores asiduos y curiosos y en consecuencia a sus alumnos y a los padres de sus alumnos y a las familias… y así ir encadenando el amor por leer. Sin embargo esa es cosa nada sencilla.
Por otra parte, debemos tener en consideración la concepción que existe en torno a la lectura por parte de quienes “sí leen”; la lectura es para muchos de ellos, más allá de un acto de amor, de disfrute y apropiación de la lengua; una cuestión de superioridad moral. Y es una cosa que puede atestiguarse palpablemente en los pasillos y aulas de la Facultad de Filosofía y Letras, donde muchos alumnos y egresados, probablemente hasta yo mismo, hemos ejercido un hostigamiento “intelectual” en contra de quienes no leen, de quienes leen muy poco o de quienes leen lo que nosotros consideramos “indigno de leer”. Imaginemos entonces que sucede cuando un personaje así se embarca en la noble tarea de promover la lectura, lejos de triunfar, va a naufragar en su cometido y vacunará a los neófitos en contra del fabuloso acto de leer.
Leer es una cuestión de ejercicio individual del intelecto y cada uno de nosotros debemos y tenemos el derecho de apropiarnos de ello conforme más nos acomode; para ilustrarlo me daré la licencia de hacer una analogía un tanto insulsa al respecto: uno come como quiere y lo que quiere, sólo comiendo se aprende a disfrutar de los sabores, texturas, aromas y consistencias de la comida; hay, claro está, comida menos buena que otra, más saludable o más fácil de conseguir, alguna más sabrosa…, pero a final de cuentas el acto de comer es una cuestión de elección personal; y de igual forma hay modos de comer, algunos prefieren los cubiertos y otros las manos… en fin. Al final del camino, cuando uno se ha permitido disfrutar y saborear de todo tipo de comidas, es cuando uno es capaz de elegir y decidir lo que más le conviene a uno comer y la forma en que uno lo prefiere hacer.
Tamizando lo anterior, los “diez derechos del lector” que postula Pennac en su libro Como una novela son el pretexto ideal para deshacernos de todas las taras mentales que tenemos en torno a la lectura: 1. El derecho a no leer, 2. El derecho a saltarse las páginas, 3. El derecho a no terminar un libro, 4. El derecho a releer, 5. El derecho a leer cualquier cosa, 6. El derecho al bovarismo (apasionase con un libro, con un género, con un autor, con lo que sea) 7. El derecho a leer en cualquier parte, 8. El derecho a picotear (leer fragmentos de obras según nos plazca y convenga), 9. El derecho a leer en voz alta, 10. El derecho a callarnos (el derecho a dejarnos llevar por algo que simplemente nos gusta sin necesitar brindar o brindarnos una explicación).
Creo que estos postulados deberían estar muy presentes en las mentes de todos los que leen, de quienes quieren empezar a leer, pero sobre todo de aquellos que pretenden sembrar el semillero de la lectura, porque en ocasiones la actitud que asumen muchos lectores “avezados” es nefasta y crea una ruptura irremediable entre quienes leen y no leen, volviendo el ejercicio de la lectura no un acto gozoso del intelecto, sino una cuestión de calidad moral o de identidad, y créanme amigos, leer no tiene nada que ver con ser buena persona. Debo acusar que yo mismo como estudiante de letras he padecido el fuste “intelectual” de algunos de mis compañeros y hasta maestros que se escandalizan por cosas como si subrayo o no mis libros, si leo en fotocopias o si en voz alta leo fatal; y de hecho con la mayoría de ellos sostengo un interminable debate cuando defiendo la lectura en soportes digitales.
Probablemente todos nosotros, antes de promulgarnos superiores por ser lectores, debamos hacer un cuidadoso examen de conciencia y revisar las características mínimas que según Garrido, debería tener un lector, parafraseando son: a) Lee por voluntad propia (ni por trabajo ni por escuela), b) Lee todos los días (o al menos lo intenta de verdad) c) Comprende lo que lee (no porque sea un genio sino porque investiga y desentraña lo que no llega a comprender de primera mano) d) Puede servirse de la escritura (es capaz de comunicar clara y concisamente sus ideas de manera escrita) e) Suele comprar libros… Ahora entonces ¿cuantos de nosotros entramos en la configuración de ser un verdadero lector?
En la medida en la que podamos deshacernos de todas estas telarañas sobre lo que es o debería ser la lectura seremos más libres y capaces de disfrutarla y promoverla. Debemos, pues, bajar a la lectura de ese altar en que la tenemos subida quienes más o menos leemos y dejemos que quienes no leen le pierdan el respeto, el chiste, a final de cuentas, es que se acerquen a ella. Uno no es capaz de tomar decisiones libremente si no conoce al máximo posible las ventajas e implicaciones de las disyuntivas que se nos presentan ante la vida. No podemos elegir la buena literatura si no conocemos la mala y por eso debemos dejar que la gente lea y se enfrente a la lectura por sí misma, sobre todo a la literatura, que al fin para eso estamos nosotros, para fungir como guías, no como censores; aunque considero que también debemos ser responsables; retomando el ejemplo de la comida, nadie en su sano juicio y bienintencionado dará de comer algo a alguien sabiendo de antemano que la causará malestar estomacal o que a la larga le hará mal.
Partiendo de la idea previa, debemos de igual modo estar abiertos a que la gente también lea donde y como quiera, en un país que no lee, el que alguien lea por voluntad propia, sin importar el soporte en que lo hace es una bendita ventaja; dejemos para otros tiempos las discusiones bizantinas sobre si es mejor o no leer en pantalla o en papel, porque volviendo a lo que mencionamos más arriba, únicamente nos volveremos odiosos y petulantes para quienes intentan acercarse a lectura.
Debemos comprender que el acto de leer va mucho más lejos de la acción de pasar la mirada sobre las grafías de un documento, ponerlas juntas, interpretarlas y obtener el significado de ellas en su conjunto para obtener el discurso que guardan. La misión de la lectura es la conexión de realidades a través de los discursos, es la de hacerle comprender al otro lo que estoy diciendo, de que mis ideas se dibujen en su cerebro incluso cuando ni siquiera haya vivido nada parecido a lo que le cuento. Pero la virtud máxima de la lectura reside dentro de la detonación de reflexiones a través de la transmisión de ideas; y es aquí donde la lectura se supera a sí misma, porque no necesariamente tiene que estar escrita para “leerse”; cada charla, cada anuncio, cada situación de la vida, cada programa de televisión, cada post de Facebook, cada canción, cada acto humano tiene un discurso y un hilo narrativo interno; se puede leer todo, la cuestión yace en la capacidad de interpretación; y esto es algo que la lectura de textos (sobre todo los literarios) fomenta:
[…] la construcción de conocimiento, en un sentido profundo, puede partir de un texto, pero lo debe necesariamente desbordar para constituirse en conocimiento como tal. El texto puede ser un detonador del proceso de construcción, pero no se basta a sí mismo para permitir dicha construcción. (Hernández Hernández, Textos en papel vs. textos electrónicos:)
En este sentido, no podemos descartar o desacreditar las nuevas formas de leer y aprender, sino al contrario, debemos echar mano de ellas para reforzar el acercamiento a la lectura de quienes no leen. Quiero decir, en la actualidad gran parte de la población que no lee podría hacerlo desde su celular mientras viaja trayectos extensos en el transporte público ¿por qué deberíamos desalentar una práctica como ésta en vez de aplaudirla? Estoy seguro de que alguien que se acerca a la lectura por uno de estos medios, eventualmente, a fuerza de hacerlo una y otra vez, comprenderá la belleza y la virtud presente en un libro impreso.
Por otra parte, los medios actuales ofrecen una capacidad infinita de recursos que pueden reforzar y “amenizar” el ejercicio de la lectura; en una época en la que los jóvenes no son capaces de retener su atención en un objetivo más de cinco minutos, (ya sea un video al que pueden adelantar, retrasar, saltar a voluntad; o responder cualquier cuestión en tan sólo la velocidad de un tecleo) pedirles leer un mamotreto de más de trescientas páginas es una franca indolencia:
[…] los esquemas narrativos, tanto de libros como de audiovisuales (programas de televisión, cine, etc.) tienden a simplificarse, a coincidir, y a cambiar en pro de la brevedad (emisiones de 15-20 minutos) y de la predictibilidad para mantener las expectativas del auditorio mediante recursos específicamente adaptados a emisiones cíclicas de corta duración.
Invitando a su lectura, difícil de sintetizar, nos preguntamos en qué medida este tipo de cambios lingüísticos están siendo impulsados por el hipertexto y por los textos multimodales y, en consecuencia, en qué medida están cambiando las lecturas posibles o sólo se está ampliando la gama de textos y de prácticas posibles de lectura concomitantes. (Hernández Hernández, Textos en papel vs. textos electrónicos).
En fin, involucrarse en la noble tarea de promover y enseñar la lectura es meterse en camisa de once varas, alguien debe hacerlo, es cierto, pero es tan difícil y desalentador que muchos se quedan en el camino. Probablemente el sacrificio tienda a ser mayor que las satisfacciones obtenidas, precisamente por eso, como lo refiere Felipe Garrido, leer, pero además, promover el acercamiento a la lectura deben ser actos de amor; nadie que no ame verdaderamente la lectura puede iniciar a los no lectores en esta hermosa aventura.
Para finalizar me gustaría compartir un par de anécdotas sobre lo lamentable que es la situación en torno a la lectura en México y sobre quienes la promueven y sobre quienes deberían promoverla:
La primera trata sobre mi gran amiga y compañera, Nidya A. Diaz, quien se ha embarcado desde hace años en la misión de promover la lectura, lo hace por cuenta propia, con recursos propios y limitados; sin ningún tipo de ‘apoyo[1]’ institucional. En ese afán, en algún momento se acercó a una secundaria de su pueblo para hablar con los maestros de la escuela para que le permitieran invitar a los alumnos a que se integraran en un círculo de lectura que se hacía horas después de la escuela en un espacio de la biblioteca pública de la comunidad, que por cierto consiguió con mucho sacrificio, lidiando y confrontándose con la burocracia gubernametal; la respuesta que obtuvo por parte de los maestros y las autoridades del plantel fue todavía más burocrática; muchos docentes, incluso, se sentían amenazados ante su presencia y rebatían que no era necesario, que en esa escuela ya se promovía la lectura, incluso algunos de ellos de manera autoritaria le manifestaron que ella no iba llegar a enseñarles nada a los maestros; actuaban como si se les fuera a quitar algo. No necesito decir que las competencias lectoras tanto de alumnos como de maestros de esa escuela dejaban mucho que desear. Ciertamente sí existía en la escuela una serie de actividades en torno al reforzamiento de la lectura (claramente como un requisito programático dictado desde arriba), sin embargo se enfocaban puramente en la cantidad de palabras que podía leer en niño por minuto y no en la comprensión que podía obtener de un texto. El burocratismo y prepotencia de los que no leen pero deberían leer.
En otra ocasión; un compañero estudiante de la carrera de hispánicas nos mostró en la facultad, lleno de orgullo, uno de los títulos de la colección de los “Clásicos Verdes” de Vasconcelos que se reeditaron y se redistribuyeron por la SEP en el 2011; nos dijo que se había “apropiado” del libro porque en la biblioteca de una secundaria pública de la Ciudad de México (y de la que era empleado) donde lo “tomó”, no sabían valorar aquél tesoro bibliográfico; que además allí nadie lo leería jamás. Fueron palabras tremendas viniendo de un bibliotecario, pero como si no hubiera sido lo suficientemente desvergonzada su declaración, remató diciendo que si queríamos podía conseguirnos títulos de la misma colección; algunos compañeros ni tardos ni perezosos comenzaron a rodearlo para ofertar como si de una puja de subasta se tratase. El esnobismo de los que sí leen.
Mientras se perpetúen este tipo de omisiones y posturas, la promoción de la lectura enfrentará problemas mucho más serios de lo que nos imaginamos; el acceso y el acercamiento a la lectura no son los menores de esos problemas y eso que por sí mismos constituyen una cuestión harto difícil de resolver.
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FUENTES CONSULTADAS
Garrido, Felipe. El buen lector no nace, se hace. s.f.
Hernández Hernández, Denise. «¿Nuevas prácticas de lectura para nuevos tiempos?» (s.f.).
—. «Textos en papel vs. textos electrónicos:.» (2006).
Lozano, Lucero. «Didáctica de la lectura.» Didáctica de la lengua española y la literatura. s.f.
Pannac, Daniel. Como una novela. s.f.
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NOTAS
[1] México enfrenta un problema tremendo de desinterés por la lectura, pues su índice de lectores es bajísimo, según propias cifras oficiales, y cada año parece incrementar; los mismos gobiernos, federal, estatales y locales admiten y asumen esto como una emergencia nacional; sin embargo, esos mismos gobiernos no invierten en un presupuesto específico y suficiente en estrategias de promoción a la lectura, no contratan al personal capacitado necesario para resolver la contingencia y sólo atinan a disimular que están atendiendo la problemática brindando risibles apoyos económicos a voluntarios que ni siquiera comprenden ellos mismos, en muchas ocasiones, la trascendencia de promover la lectura. Para tratarse de una emergencia nacional las acciones que toman las autoridades para atenderla son menos que ridículas y ofensivas.
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