LOS CANTOS DE MI GRITO I

por Nidya Areli Díaz

Por Nidya Areli Díaz

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No prosperan más los cantos de mi grito,

ni el augurio del dolor

ni la muerte

ni las horas.

Eras llanura apacible donde quise caminar.

Eras el credo absoluto

de mi fe tardía y yerma.

Eras un beso de sol

desangrante de tan vivo.

Yo era el correr las angustias

perseguida

perseguida

del sinfín de mis tormentas

perseguida.

Mas las tardes me enseñaron a pensarte;

trasquilaba yo las nubes

fantaseando tus rescoldos.

Construí naipe tras naipe

nuestro reino del futuro

e iconográficamente

quise apresar la figura

acanelada de tu aroma,

ésa de ocaso apacible

medio cálido y nuboso.

¡No sabes cuánta amargura

saber que no fueran nuestras las estrellas!,

e ignorar ―qué frustración―

perfecto procedimiento

o técnica perfectible

para mirarte a los ojos.

Quise amarrarme a tus ramas

y arrancarme las raíces

aferrándome a tu andar;

mas no alcanzaron mis alas

para arribar a la cima de tu cima,

ni me alcanzaron los brazos

ni la fuerza de las uñas

ni la potencia del grito

ni el furor de mi agonía.

Quise todos los silencios

y toda la algarabía.

Invoqué mis siete voces

y a mis talentos imberbes.

No conoces, tú, la fuerza de mi rabia,

pero espuma macilenta me volví de carecerte.

No sospechas los umbrales de mis llagas,

ni el huracán en que truecan

los motores de mi pecho.

Quise tanto, tanto quise,

mas es contraproducente

tanto querer tanta dicha.

Llené mi pelo de flores

y mis pies de mariposas,

me puse a cantar cual ninfa

que vieras cual puedo ser.

Mas no miraste mis gracias

sino emprendiste la marcha

como presa horrorizada.

…¿Y yo?

Yo sola y estupefacta

vi inundadas tan de pronto

de plañideros quebrantos

mis pupilas.

Soy úlcera inacabada,

incapaz de levantarme

de este charco de congoja.

Como bestiezuela hambrienta

me fui detrás de tu rastro

y agónicas mis entrañas

tuvieron hambre de ti.

Pero te fuiste, te fuiste,

ido estás

y no regresas

ni vas nunca a regresar.

¿Cuántas dichas no dichamos?

¿Cuántos soles nos perdimos?

¿Cuántos cantos de sirena te brotaron de la voz?

¿Qué intrincado ilusionismo me tendiste cual saeta?

¡Qué crueldad y qué tristeza!,

eras liebre y cervatillo

y al final saliste lobo

y el más fiero cazador.

El alma desmenuzada

traigo ahora

y las entrañas hambrientas

y el silencio

y el recuerdo de tu voz.

Nunca más seré la ninfa,

seré un espectro doliente

y el mar todo en agonía,

marasmo de los abismos

intrincados del infierno;

seré un témpano de hielo

y una estrella macerada;

seré luz en la tiniebla

y una sombra matutina.

Quise tanto, tanto quise,

que de estallar universos

tratando de impresionarte

sólo te quedó la huida.

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