Por Marisela Romero
Para vivir cien años
más vale permanecer en el anonimato;
¡no! transparente. Mejor aún: invisible.
Vivir contemplando las flores,
deleitarse con el amanecer y el verdor de los bosques.
Arrullado por la corriente de los ríos cristalinos.
No pensar.
Pienso, luego existo; enseguida me matan.
Mejor no pensar.
Los jóvenes quieren, como mi espíritu,
bailar, cantar, pintar la libertad.
No quieren portar armas,
gritar porque terminen las injusticias.
No quieren, los obligan a hacerlo.
No quieren pasar veinte años de su vida
luchando por una justicia que no llegará.
No quieren convertirse en adultos resentidos
contra quienes los sometieron,
contra quienes les arrancaron el ímpetu pueril por vivir.
¿Y cómo verán el azul del cielo, el color del jade
si su horizonte está velado por la humareda de sus hermanos calcinados?
¿Y cómo gozarán el enervante perfume de las flores
si sólo se percibe el fuego de las armas?
¿Y cómo escucharan el canto del cenzontle
si su hogar está invadido por el estruendo de armas asesinas de niños-hombres,
de gritos exigiendo paz?
¿Y cómo amarán a su hermano el hombre
si los atan y amordazan?
¿Y cómo vivirán si los matan uno a uno?
¿Y cómo bailarán?
¿Y cómo cantarán?
¿Y cómo carajos pintarán su libertad?