7 PECADOS Y 2 ANAS: LA CAÍDA DEL PATRIARCADO

por César Vega

7 pecados (2019) es el título de una puesta en escena producida por Tlacuache Títeres bajo la adaptación y dirección de Sergio Aguilera, cuenta con la ejecución histriónica de las actrices Emilia Reneé y Gabriela Espinosa, quienes son las depositarias de la animación de las dos Anas y del resto del elenco titiritesco; el diseño musical corre a cargo de Diego Pérez y en conjunto constituyen un nuevo acierto de esta compañía que ya en alguna otra ocasión hemos reseñado en Sombra del Aire.

La propuesta parte de la ópera original (en realidad se trata de un ballet chanté) intitulada Die sieben Todsünden (Los siete pecados capitales) escrita por Bertolt Brecht y musicalizada por Kurt Weill, publicada y estrenada por allá de 1933; no queremos ni necesitamos abundar en el contexto histórico y en la vida de esta obra; muy seguramente se ha representado en innumerables ocasiones en sendos teatros y foros a lo ancho del orbe y a lo largo de sus casi cien años de vida; el quid del asunto que me trae a hablar, hoy aquí, es sobre el cómo hace una compañía de teatro en plenos años veinte del siglo veintiuno para tener las agallas de desempolvar un clásico vetusto y venerable; revivificarlo y resignifircarlo con todo y aquellos postulados tan monolíticos y en apariencia tan anacrónicos en el fulgor más cegador de una época que relumbra de liberal… porque lo hicieron, y además con títeres, ¡vaya propuesta!

Las protagonistas, Ana I y Ana II son en realidad dos caras de un mismo personaje que a su vez son una representación del género femenino entero contrapuesto contra lo que podría decirse que son los tres grandes males del siglo XX: El capitalismo, el machismo (patriarcado) y el clasismo (la opresión y segregación del otro); y bueno, es aquí donde se inserta a la perfección la propuesta de Tlacuache Títeres.

No podemos pensar que con la culminación del siglo veinte los males antes mencionados terminarían siendo conjurados y fulminados de un plumazo; no, para nada, somos los herederos de esa maquinaria mercantilizadora que ha probado trabajar de manera formidable y excepcional en pro de algunos pocos a costo del sacrificio del resto de todos los otros. La sociedad actual está tan a gusto con su sistema de producción y modo de vida aparencial y aspiracional y sin embargo tras bambalinas se sostiene ese confort y libertad a base de la más encarnizada explotación del hombre por el hombre; aunque para ser más justos con la propuesta de Brecht y la adaptación de Aguilera, esta explotación es en realidad de la mujer por el hombre.

Una sociedad moralizante, hipócrita, viciosa y psicópata que pontifica y apela por un lado a los más altos ideales como la gran felicidad, el amor verdadero, la inquebrantable libertad, la irremplazable autodeterminación y la definitiva emancipación del yo en pos del bienestar; pero que al mismo tiempo encubren el hedonismo voraz, la lujuria y el adulterio, el orgullo y la soberbia del libertinaje, la egoísta y caprichosa voluntad de pasar sobre todo y sobre todos  en pos del éxito individual.

Cada Ana encarna un lado femenino complementario, por un lado tenemos a la Ana racional, centrada y juiciosa que trata a toda costa de existir ajustándose a los paradigmas sociales que se esperan de ella; aunque evidentemente eso es imposible, pues seguir el guion que la sociedad masculinizada ha escrito para las mujeres culmina en la invisibilización y sometimiento de las mismas. En la otra mano, literal, tenemos a la otra Ana, la mujer visceral, irascible, dueña de sí misma, perseguidora de sus deseos. A partir de esta postulación discurre el curso dramático en el que los antagonistas de estas dos caras de Ana son el núcleo familiar tradicional, los valores sociales arcaicos y hegemónicos, la misoginia, el machismo y la monetización de cada aspecto de la vida posmoderna. En este punto es donde se inserta el conflicto mayor; cada uno de los pecados capitales hacen de la mujer su víctima preferida, más o menos de la siguiente manera:

Soberbia. En la obra, el pensamiento heteropatriarcal se ofende ante la aparente soberbia de las mujeres cuando Ana declina entregar sus favores sexuales a alguno de los hombres que se lo solicitan, aún a pesar de los múltiples ofrecimientos materiales que le llegan a hacer; cada vez el precio de su honra se vuelve más impagable; de igual manera, la visión hipócrita de los machos asume que en la lucha por saciar la necesidad de emancipación femenina existe un dejo de soberbia al concebirse mejores que los hombres sin comprender que esa búsqueda es en realidad por allanar un punto de igualdad.

Avaricia. Cuando se habla de avaricia, tanto el autor como el director logran exhibir el ridículo doble rasero en el que cae el pensamiento machista, pues cuando las dos Anas en contubernio trazan un plan para beneficiarse económicamente por el intercambio de favores sexuales, hay en ello un dejo de conveniencia y ambición egoísta por parte de las mujeres y eso está mal visto; sin embargo, los hombres entran en su juego, pues comprenden que el único medio para vencer la aparente soberbia de las mujeres que no se acuestan con cualquiera es por medio del dinero y prebendas materiales.

Lujuria. El pensamiento machista asume como un pecado de lujuria el hecho de que Ana ejerza su libertad sexual; cuando sus pretendientes pagan sus favores sexuales con dotes, dinero y joyas no ven nada de malo en ello; sin embargo, el escándalo subyace cuando Ana decide acostarse con un hombre que le gusta sin recibir nada a cambio más que el puro disfrute del placer sexual. Cuando es descubierta en el ‘acto nefando’, Ana se ve involucrada en una reyerta que culmina en un multihomicidio, del que se sugiere socialmente que la perversa instigadora es Ana por ser una mujer de muchos hombres y su conducta pecaminosa ha roto el ‘status quo’ de la sociedad neoliberal.

Envidia. Este pecado se caricaturiza cuando Ana II se percata de que Ana I tiene un amante; a partir de ese momento la segunda Ana empieza a codiciar las ganancias de la primera y también se obsesiona con su enamorado hasta el punto en que se empeña a toda costa por llevarlo a la cama. Ana II no envidia en realidad las cosas y los amantes de la primera, lo que en realidad envidia es el valor que tuvo para sacudirse el yugo opresor del patriarcado y hacer por primera vez algo para satisfacerse a sí misma echando por la borda los paradigmas sociales que de ella se esperan. Es decir que lo que envidia es en realidad su libertad y lo comprende cuando al involucrarse sexualmente con el amante de la primera Ana no accede a una verdadera satisfacción existencial.

Gula. Este pecado está descrito en una escena harto atroz; en un juego perverso un sujeto gordo paga el peso en oro de las dos chicas; sin embargo el negocio radica en que entre menos pesen más se paga; al mismo tiempo en la escena se coloca una mesa llena de comida suculenta de la que se atasca por momentos el tipo obeso. En intervalos, el sujeto deja la escena para dejar a las Anas a merced de la tentación por la comida, están famélicas; añoran la comida con desesperación y cuando les es posible comen bocados a escondidas y con tremenda avidez; cuando son descubiertas el sujeto las conmina a subir a una báscula y al no dar el peso máximo permitido por una mujer, el gesto del tipo es de burla y desaprobación; en un acto desesperado Ana I se induce el vómito para arrojar lo que acababa de comer, dar el peso necesario y recibir su pago; el tono burlesco e ironizante de la escena es de vítores y fanfarrias por haberse amaestrado en el jueguito perverso de que por ser mujer no se tiene ni la libertad de comer satisfactoriamente porque una mujer que valga la pena ante los ojos del patriarcado no puede ser gorda ni tragona.

Pereza. Este pecado se representa en la escena en la que las dos protagonistas, aplastadas por un tren de vida vertiginoso y locuaz, se dan la libertad pecaminosa de echarse a dormir un momento; están muertas de cansancio, andan de arriba para abajo el día entero pero en la sociedad consumista capitalista está mal visto que tanto hombres como mujeres descansen; es una pérdida de tiempo y por ende una pérdida de dinero; sin embargo, para el caso de las mujeres es bastante peor el asunto, pues una mujer, en la sociedad machista y de consumo, siempre debe estar diligente y presta a socorrer y prevenir las necesidades de su hombre.

Ira. Por último el pecado de la Ira es denunciado escandalosamente por el machismo cuando la mujer, en concreto, las dos Anas, cansadas y hartas de tanta opresión recurren a la violencia para desmontar el orden social del mundo antes de volverlo a reconstruir.

A manera de epílogo; justo después de haber demolido el edificio heteropatriarcal, Ana I y Ana II se dan la licencia de cometer todos y cada uno de los 7 pecados capitales con la más absoluta convicción de que no son pecados los que están cometiendo, sino ejercitando a sus anchas sus libertades más fundamentales que habían sido reprimidas durante mucho tiempo; este final es poético porque en verdad el discurso dramático que se trasmite en el espectador es una evocación de la libertad y un desmontaje de la hipocresía del concepto del pecado.

Por último pero no menos importante, me gustaría hablar de algunos aspectos técnicos de la obra que creo ameritan ser destacados; en primer lugar la composición teatral, como lo mencioné al principio, logra funcionar como una entidad bien cohesionada en la que la obra en sí, el trabajo histriónico y actoral, la dirección, la musicalización, el teatrino, los títeres, el maquillaje y vestuario de los mismos y el tratamiento dramatúrgico del texto original se integran en un trabajo digno de atestiguar; el discurso interno de la obra logra ser transmitido de manera categórica; uno se descoloca, se incomoda y se replantea cosas, uno lleva a examen al propio aparato moral; al mismo tiempo hay mucha risa, mucho disfrute, mucho color y belleza que complementan la composición; una de las cosas que nunca me terminan de sorprender con esta compañía es la manera en la que enarbolan un discurso ideológico feminista demoledor, artero e incisivo a través del uso de títeres. Eso es magistral.

No sé a quién atribuirle la fantástica idea de sustituir los parlamentos del original de la obra de Brecth por un protolenguaje ingenioso y divertido, pero se agradece grandemente. Esto sólo demuestra que un discurso teatral puede transmitirse maravillosamente sin importar que tan bien esté escrito un libreto, nunca hacen falta las palabras porque la obra está tan llena de carga dramática que uno entiende con total elocuencia el postulado básico de cada escena.

En fin, alguna vez lo escribí y hoy lo reitero; hay una diferencia abismal entre montar una obra y hacer teatro, y Tlacuache Títeres hace teatro y lo hace por completo; desde la elaboración a mano de sus títeres, el teatrino, la dirección y proceso de dramaturgia; el trabajo actoral, la iluminación y la música son cosas en que se demuestra el talante creativo de esta compañía a la hora de la función. Los 7 pecadoses es una buena oportunidad para poner en tela de juicio el papel que desempeñamos cada uno en una sociedad machista y heteropatriarcal… y, eventualmente, preguntarnos cómo es que la vamos a cambiar. Los invito a que se brinden esta oportunidad.

 

IMAGEN

Siete pecados >> Fotografía del archivo de Tlacuache Títeres

 

César Abraham Vega nació en la Ciudad de México el 30 de abril de 1981. Narrador, crítico, promotor cultural y traductor. Cursa la licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Tiene estudios formales de Informática e idiomas.  Algunos de sus textos han sido publicados en diferentes medios impresos y electrónicos. Actualmente se desempeña como webmaster y editor en Sombra del Aire.

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