7. LA PERFECCIÓN (1/3)

por Alejandro Roché

ABRAXAS

¿Sabes quien soy…? ¡Cuán extrañas palabras! Y la respuesta obvia no siempre es correcta. Deizkharel se pregunta por qué Dadahellux lo intimida, se turba al mirarlo a los ojos, mas no puede desviar su mirada, en ella se contempla y refleja. ¿Por qué? No lo sabe y quiere averiguarlo, no obstante, se distrae, porque desde sus adentros una voz musita vocablos ininteligibles, despertando sentimientos de ira, desamparo, furor, pesadumbre, melancolía y desolación.

En tanto, de su mente brotan reminiscencias que le recuerdan su destino. ¡Sí! Él es la espada, la furia divina, el castigo celestial. “Aunque… todo era una pesadilla. ¡Oh Dios! ¿Por qué me haces esto? ¿Qué he hecho yo para merecer lo que me pasa?” Voltea y ve a Alétse dormir plácidamente. Desea correr hasta ella, refugiarse en sus brazos, porque quizá todo esto es una fantasía y quiere despertar abrazado de la mujer que lo cuida, protege y mima como un niño. ¿Niño? ¡Sí! Es ahora cuando Deizkharel se percata de que su esposa sería una excelente madre. Ahora parece comprender a Alétse. Poco a poco la idea de tener un hijo le agrada, después de todo, no seria tan malo, y empieza a imaginarse que van al parque con una carriola y le compran un globo, un enorme globo rojo, y cuando fuera más grande podría comprarle un helado, jugar con él, impulsarlo en el columpio o recibirlo al final de la resbaladilla. Cuando creciera lo llevaría diariamente al jardín de niños, para presumir ante otros padres que su hijo es el más inteligente, todas las tardes estaría con él para repasar lo aprendido, sería excepcional y a la larga llegaría muy lejos, quizá hasta podría ser presidente, aunque, pensándolo bien no le agrada tal idea; sin embargo, con una madre como Alétse, sería un hombre de bien. ¡Sí! No hay duda, ella es una gran mujer Deizkharel imagina a Alétse con un bebé en brazos, dándole pecho, y él llegando del trabajo con una sonaja para el niño y una rosa para ella. Hace mucho que Alétse no recibe regalos de parte suya. De recién casados, diariamente él traía pequeños obsequios, pero el tiempo y la rutina acabaron con las sorpresas diarias. Deizkharel piensa que ahora el mejor regalo sería un hijo, y que además aquello podría ayudar a mejorar su matrimonio.

Mientras la mente divaga, su cuerpo se relaja, y sin pensarlo contesta.

—Eres la encarnación del mal.

—Sabias son tus palabras. No esperaría menos considerando la estirpe; aún así, no son del todo certeras. ¡Vamos! Yo sé que tú puedes.

Ese tipo sentado frente a él le molesta en demasía. Por primera vez en mucho tiempo le son placenteras las divagaciones de su mente, pero Dadahellux se empeña en molestarlo con sus preguntas, sujetándolo a la realidad, y nuevamente contesta con desgano.

—Eres la bestia, el Demonio encarnado.

—¡Ah! Deizkharel, una parte de mí se alegra y otra entristece por considerarme poca cosa.

—Eres el Demonio SAXARBA.

¿SAXARBA? Deizkharel ni siquiera sabe de donde sacó esa palabra tan rara y piensa que tal vez se le trabó la lengua y quiso decir “rascaba”, “cavaba”, “atrapaba”, “mataba”, “cazaba”, “amaba”, “adoraba”, “arrullaba”. Sin embargo, pierde interés en lo dicho, pues esta última palabra impulsa su mente a divagar nuevamente, imaginando el olor a talco del cual seguramente se impregnarían sus camisas, puesto que siempre que estuviera en casa, traería en brazos a su bebe, ya sea para arrullarlo o simplemente porque esa criatura sería todo para él, y ello sería solo una forma de demostrarle su cariño, le entregaría todo el amor que el no recibió de sus padres. Años atrás, recordar a sus progenitores le entristecía, pero ahora ni siquiera su pasado era capaz de ensombrecer la alegría que lo embargaba de lleno.

—Deizkharel, dime quien te develo tales mentiras, porque sólo son falacias. ¿Crees que un Demonio seria bello y hermoso como yo? Tienes confianza en extraños que se presentan, dicen cosas, y tú ciegamente crees sus embustes; en tanto yo vengo a tu casa con el corazón inflamado en gozo, y tú, mi buen Deizkharel, me insultas. No sé si pueda soportar tales injurias. En mis adentros la incertidumbre se apodera de mi buen juicio. No hallo razón de tal osadía. Dime Deizkharel, ¿qué te han hecho?, ¿quién ha osado ponerte en mi contra. Acercándose, lo abraza y apoya el mentón en el hombro de Deizkharel. Me entristece tu actitud, agrega.

Cansado de tanta palabrería, Deizkharel lo avienta con sus manos, gritando:

—¿Si no eres el Demonio quien eres?

Dadahellux, tirado en el suelo, levanta la cabeza contestándole:

—¿Por qué no vas y se lo preguntas a ellos?

Aturdido entre la realidad, fantasía, traumas y creencias, contesta instintivamente:

—¿A quiénes?

—A los que te han puesto en mi contra. ¿No te dijeron dónde encontrarlos? ¡Vamos, Deizkharel! Esfuérzate un poco más ¿Acaso ya lo olvidaste? ¡Ay! Muy ingenua es tu actitud en estas cuestiones. Siéntate, anda, yo te guiaré al lugar donde perturbaron tu conciencia. Recuéstate, descansa, no resistas a Morfeo, entrégate a él; yo seré tú guía.

Deizkharel toma asiento, cree que si le hace caso a su delirio, éste se desvanecerá y lo dejará en paz para continuar imaginando que es padre de un niño, o bien podría ser una niña parecida a su madre, y así tendría a dos hermosas mujeres en la vida.

Con tales pensamientos se recuesta en el sillón, cierra los ojos y casi al instante, sobre su faz siente las manos de Alétse, abre los párpados para mirarla sobre de él, porque ahora se halla nuevamente en la cama. Ella le pregunta si algo le molesta. Deizkharel no contesta. cientos de imágenes y sensaciones le atormentan, aislándolo de su entorno.

Por un lado hay escenas de padre e hija, donde junto con Alétse le cambian pañales, celebran su cumpleaños, caminan por el parque, leyéndole un libro para que se duerma o arrullándola en una noche de desvelo, ya de grande tendría que advertirla y protegerla de todos los desalmados que intentaran seducirla. Además, no cualquiera podría acercase a ella, todo pretendiente debería ser un buen muchacho, responsable, trabajador, honesto, sincero.

Estas ideas poco a poco son suplantadas por otras formas totalmente desconocidas para él. No entiende el collage de recuerdos y alucinaciones, que apilándose en una carencia de orden captan su atención sumergiéndolo en sopor.

ENTRADAS RELACIONADAS

XXXV. Una bruja >> Introspección >> Alejandro Roché

6. La imperfección (3/3) >> Abraxas >> Alejandro Roché

III. El defensor chilango >> David Gutiérrez 

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

.

TE PUEDE INTERESAR

Dejar un comentario