6. LA IMPERFECCIÓN (2/3)

por Alejandro Roché

ABRAXAS.

Deizkharel sale del baño para acostarse a un lado de Alétse, quien yace dormida con rostro sereno, inexpresivo, tres mechones de cabello caen sobre su boca, los cuales cuidadosamente quita y sujeta detrás de la oreja. Ella susurra algunas palabras quedas para ser entendibles, quizá sueña, pero a Deizkharel se le antoja besarla y acerca sus labios a los de ella y, casi al roce de estos, despierta. Ve a Deizkharel sobre sí, extiende sus brazos para acariciar la espalda de su consorte, después sus manos suben y embarañan el cabello; en cuanto a sus labios, se acarician mutuamente, fusionando a los cuerpos en una sola carne y espíritu.

Mientras sus lenguas juguetean en continuo placer mutuo, un sonido mundano los vuelve al mundo real. No obstante, desean omitir el llamado del timbre, hacia mucho que este momento era postergado y la exquisita sensación semeja un onirismo in útero, en el cual se ahondan mutuamente. Pero el llamado es insistente, y Alétse, separándose de su esposo, alcanza a preguntar:

—¿Quién será?

—No hagas caso, ya se irá.

—No, cariño, es muy insistente.

Alétse se escabulle de los brazos de su esposo y antes de salir de la habitación, sugestivamente, se dirige a él.

—Voy y regreso ¿Por qué no te pones cómodo?

Deizkharel da un suspiro y boca arriba se soba el estomago. Alétse, antes de abrir la puerta alisa su cabello, abre.

—Buenas noches, señora. ¿Ésta es la casa de Deizkharel?

“¡Vaya!, pero qué hombre” Es lo primero que se escucha en los pensamientos de Alétse al ver a un sujeto en pantalón entallado de piel negra delineando perfectamente el contorno de sus piernas; una camisa de manga larga ligeramente ajustada sobresalta sus pectorales; sobre sus hombros cae un cabello cobrizo flotando en el aire; su piel es morena; no es del tipo musculoso, pero sí atlético.

—Sí, ¿quién lo busca?

—Mi nombre es Dadahellux C. Sator; mis amigos me llaman Dadahellux —extiende la palma para saludar. ¿Con quien tengo el gusto? —Ella tiende la suya y éste la recibe con un ligero apretón; muy del agrado de Alétse. La textura de su piel la ruboriza, pues en uno instantes imagina esas manos acariciarle su desnudez.

—¿Está bien, señora?

—Sí, es sólo… bueno… no importa… es un place,r señor Dadahellux. Mi nombre es Alétse.

—¡Ah! Mucho gusto y el placer, créame que es sólo mío.

Y esto último, seguido de una sonrisa haciendo relucir su impecable dentadura que protegen un par de labios carnosos.

—¿Está bien, señora?

Alétse presurosamente suelta la mano de Dadahellux.

—Discúlpeme… estoy un poco enferma.

—¿De fiebre?

—Sí… como lo notó…

—¡Mhmm! Su mano esta muy caliente.

—Sí… es por eso…

Abre la puerta cediéndole el paso, a lo que él, inclinando la cabeza, extiende la mano.

—Después de usted, señora, nunca antes.

Agradece con un gesto y caminan hacia la sala. Ella lo invita a tomar asiento en espera de Deizkharel. Entra en la recamara y sorprendida lo halla sentado frente al espejo. Observa su faz en tanto hace gesticulaciones. Por un momento ella lo mira extrañada, y él, absorto en su reflejo, no escucha la voz de Alétse; en cambio, ella camina hasta él colocándose tras su espalda, desliza las manos en el pecho de su consorte, él apenas se percata de las féminas palmas. Tornando su rostro apacible, Deizkharel inclina la cabeza del lado izquierdo, acariciando con la mejilla el antebrazo de Alétse. Ella lo observa detenidamente, quisiera comprender por qué su esposo en ocasiones es arisco, distante, la trata como un objeto más de la casa y, a pesar de tal indiferencia, en otras ocasiones puede ser muy cariñoso.

Las razones de ello pueden ser tan diversas, porque podría existir otra mujer, quizás es lo agobiante del trabajo, o podrían ser sus múltiples manías, o bien, todo se conjuga para volverlo un hombre ensimismado en un mundo hermético, al que no permite la entrada a nadie, ni siquiera a ella; su esposa. Si esto último fuera la razón, no habría motivo para continuar engañándose, pues a su parecer un matrimonio no sólo es para que un hombre y una mujer compartan la casa, sino también sus problemas, ilusiones, anhelos, triunfos, derrotas y todo lo que la vida les depare tanto por separado como en conjunto. Ambos deben conformar un hogar, sin embargo, al lado de ese hombre que tiene en brazos, pocos han sido los momentos en los que Alétse experimenta esa compenetración con Deizkharel. Cuando siente tal insatisfacción, quiere creer que la comunión no se dará de la noche a la mañana y confía en que el trato continuo y el amor de ella hacia él, serán suficientes para lograr su arquetipo de matrimonio. No obstante, siempre surge la idea de que ello jamás se podrá dar, pues, para que tales ideales lleguen a concretarse, se necesita el amor y la intención mutua, si alguno de los dos falla, toda la responsabilidad cae sobre uno y el equilibrio emocional de ambos se desmorona. Desde un principio ella es la única que sostiene un hogar de palabra, pues la mayor parte del tiempo es una ilusión desvaneciéndose en cada desaire de su esposo.

Sólo por curiosidad quiere preguntar si él la ama, la respuesta es muy predecible; sin embargo, en ocasiones necesita preguntar, puesto que cuando recibe la respuesta, se tranquiliza y en sus ilusiones retoñan esperanzas de que la situación pueda mejorar y el futuro traer consigo mejores tiempos. No obstante, siendo realistas, y ello incluso Alétse lo sabe, el hecho de que un hombre diga que ama a una mujer no necesariamente expresa su sentir, porque muchas veces los hombres sólo dicen lo que una mujer quiere escuchar y, en el caso de Deizkharel, no es por mentir, sino porque su cabeza es un mar de confusión, en donde preguntas como ésa apenas tienen cabida, y prefiere no darles importancia; después de todo, los dos saben que es mejor escuchar una mentira, aún cuando ambos están conscientes de ello, y a pesar de lo cruento que pudiera ser la respuesta Alétse pregunta:

—¿Me amas, Deizkharel?

En sus pensamientos, la escena es repetitiva. Pero a Alétse le es irrelevante. Más Deizkharel se acongoja porque ya ha escuchado muchas veces antes tales palabras. “¿Me amas Deizkharel?”, y ellas le causan la misma conmoción que la última vez. “¿Por qué se repite todo?”, se pregunta Deizkharel. Tiene miedo. Antes podía distinguir la fantasía de la realidad, sin embargo, en este momento se conjugan siendo indesmenuzables una de la otra, y el problema ahora es en dónde se encuentra, ¿en la vida real o sumergido en un sueño?

Con la frase “¿Me amas Deizkharel?” resonandoen sus oídos, ve a su mujer a través del espejo y, sin pensarlo, da la respuesta más obvia.

—Claro que te amo…

“¿Qué tan ciertas son esas palabras?”, se cuestiona dentro de sí. Con esa pregunta, la opresión en su pecho se acrecienta, porque sólo es una frase, o tal vez expresan la verdad y el aún no se da cuenta. Con la indecisión de sus emociones para con ella, baja la mirada, pues siente que sus ojos gritan la falsedad de sus palabras. Lo peor de todo es que esta misma situación parece haberla vivido, ignora si fue en sueños, en su imaginación o en una realidad alterna, eso él no lo sabe, pero ahora el remordimiento lo invade, porque al mentir se defrauda a sí mismo y a esa mujer, esposa suya. En tanto la vocecilla, que podría ser su conciencia, insiste a Deizkharel en sincerarse con la verdad, él piensa que no tiene caso, esas palabras hacen feliz a su mujer, aunque sea por unos instantes. Es preferible ilusionarla en una realidad utópica a entristecerla con una verdad de la que ella también es consciente. Después de todo, frente al altar, él le prometió a ella que la haría muy feliz, y el cómo llevaría a cabo esta promesa no importa en demasía, el fin justifica los medios y para acallar toda duda y lavar su culpabilidad, agrega:

—Nunca te lo he dicho, pero tú has sido la única mujer con la que he estado… Yo… yo era virgen cuando te conocí.

—Pues yo también, Deizkharel… nunca te lo dije… porque tal vez no me creerías.

—¿Cómo puedes pensar eso de mí?

—No sé…

—Aún no puedo olvidar nuestra primera noche juntos. ¿Recuerdas? Fui a tu casa para ver el eclipse y mientras tus padres…

Y bla, bla, bla. Deizkharel se explaya remembrando la ocasión en la cual él y Alétse intimaron bajo un eclipse de luna. En sus adentros, Deizkharel analiza cada una de sus palabras con el propósito de ver si en algún punto de sus recuerdos experimentó un sentimiento tan fuerte e intenso por Alétse que se haya considerado incapaz de vivir sin ella, pues Deizkharel cree que el amor es una sensación parecida.

Con gran decepción y congoja, Deizkharel termina de contar su versión de lo sucedido cuando se comprometieron en matrimonio, porque tristemente se da cuenta que de esta relación, solo ha querido la compañía, la entrega y nada más.

—Eres tierno… por eso te amo. No importa cuántos hombres haya sobre la tierra, ninguno podrá parecerse a ti… es como si tú… estuvieras conectado con tu lado femenino…

—¿Qué?, ¿me estas diciendo gay?

—No…

—Sólo bromeo… sólo bromeo… ¿pero qué es eso? ¿Música?

—¡Ah sí! Lo olvidé…

—Hay un tipo que te busca.

—¿Y qué hace aquí?

—No sé, supongo que vino a visitarte.

—No lo hubieras dejado pasar, ya sabes que odio las visitas.

—¡Ay! Pues… Si quieres le digo que estás durmiendo

—No—, retira las manos de Alétse y poniéndose de pie.

—Quédate aquí…, ahora regreso

—¿No le vas a ofrecer alguna bebida a tu amigo?

Sin dar la cara, responde con un ademán de conformidad. En la sala, Dadahellux, parado frente al modular, ajusta el volumen. En Deizkharel hay hastió, sólo quiere un baño para dormir profundamente, pues quizás el cansancio le provoca delirios, además no tiene ganas de platicar, por lo que decide pedirle al recién llegado que se retire. Sin embargo, antes de pronunciar palabra, Dadahellux se le adelanta en un afectuoso saludo y repentinamente, en Deizkharel todo el cúmulo de desazón se esfuma, e igualmente extiende las palmas. Éstas se encuentran en un fuerte apretón. Deizkharel le invita a sentarse, en tanto Alétse pregunta si apetecen una tasa de café, leche o vino. Deizkharel pide un vaso de leche y Dadahellux una tasa de café muy cargado, caliente y dulce.

Una vez que Alétse se retira, ambos permanecen en silencio mirándose mutuamente, como si fuesen enemigos. En la mirada contraria, Deizkharel intenta escudriñar íntimos secretos sin que se develen en lo más mínimo, pues los ojos contrarios son una fortaleza inexpugnable. Dadahellux esboza una leve sonrisa, el rostro de Deizkharel es sereno, a pesar del trasudor expandiéndose desde su espalda hasta la punta de cada uno de sus dedos, las manos comienzan a tiritar, en su cabeza se propaga un escozor, como si miles de alimañas le torturasen el cuero cabelludo mas, a pesar de la comezón, del temblor de sus manos y del trasudar, su faz es apacible y permanece impávido, aún cuando una fobia le apresa oprimiéndole el corazón.

Alejandro Roché nació en el Edo. de Méx. en 1979. Ingeniero en Comunicaciones y Electrónica por el Instituto Politécnico Nacional. A la par de su desarrollo profesional como programador informático, se ha ejercitado desde temprana edad en la disciplina de la Literatura, sobre todo en el campo de la narrativa. Lector ávido. De 2000 a 2005 formó parte del Taller de Creación Literaria del escritor Julián Castruita Morán dentro de las instalaciones de la ESIME-Zacatenco del IPN. Durante los próximos años escribió la novela Abraxas, hoy publicada por entregas y disponible en este medio. Colabora con profusión en Sombra del Aire desde mayo de 2015.

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