ROMEO Y JULIETA: EL KARMA Y SUS ATRIBUCIONES

por Víctor Hugo Pedraza

Por Víctor Hugo Pedraza

—¡Claro que existe!

—¡Estás loco, eso no es real!

—¡Juro que sí! Mira, tal vez con las otras me equivoqué y agregué algunas cosillas de más, cosas sin importancia, pero eso ya quedó en el pasado. Además, ¿qué sería de la vida sin una pizca de ficción?

—Espera, espera, si quieres hacer literaturate equivocaste de lugar, eh.

—Para serte sincero siempre he creído que aquí me estoy desperdiciando, pero el mundo literario es tan injusto que no son capaces de ver, ni de aceptar, la originalidad y el talento, y, bueno, de algo tengo que vivir.

—Claro, eres el siguiente Nobel, ¿no? Vaya que estamos desperdiciándote. Mira, no te preocupes, la puerta es muy ancha para que no te atores al salir, en cualquier momento te puedes ir y, seguro, cumplirás tu sueño.

—Tampoco, tampoco, no te pongas en ese plan, no te alteres. Sólo fue un chascarrillo.

—Mejor vete a trabajar y trae la nota que para eso te pagamos. Ah, pero una real, eh. Mira que si no tenemos el artículo listo para el fin de semana los anunciantes se van a arrepentir de invertir sus dineros con nosotros.

—Los anunciantes y ¿los lectores, qué?

—¿Vas a seguir? Esa discusión ya la tuvimos. Aquí los que pagan nuestros sueldos son los anunciantes. ¿Te queda claro?

—Sí, ya, está clarísimo.

Quiso azotar la puerta al salir de la oficina para reafirmar su descontento, pero luego pensó que sería una afrenta, ponerle más leña al fuego, así que con mucha delicadeza la cerró. El pasillo hacia la escalera de salida parecía eterno, era un túnel que perdió sus dimensiones físicas en tanto que Joel seguía repitiendo y afirmando para sí la veracidad de su historia.

—Ese día no tomé el medicamento. ¡Claro que los vi!

Por la mañana, como todas las anteriores desde que comenzó a beber café y a fumar, Joel estaba recargado sobre el alfeizar donde vivía la única planta del departamento, a la que no dejaba de regar, religiosamente, los miércoles de cada semana. Observaba cómo una gota de agua se resbalaba sobre una hoja para estrellarse, sin opción, contra la tierra húmeda contenida en la maceta. Sorpresivamente, el ladrido de varios perros lo sacaron de su ensimismamiento. Molesto, miro hacia el camellón que partía la avenida principal en dos. Entre los árboles secos —que más que levantar el ánimo enmarcaban el desconsuelo y el obvio desinterés de las autoridades de gobierno, alimentando la clásica estampa desértica de aquel territorio rehabilitado— se debatían dos canes, entre gruñidos y la polvareda que levantaban al moverse en círculos. Parecía que en cualquier momento la pelea se desataría. Cosa que no llego a ser, porque aquello aparentaba un cortejo.

Joel dio el último sorbo al espressoque tenía en la taza miniatura junto a la planta. Del bolsillo derecho de su pantalón sacó una cajetilla de cigarros y un encendedor de plástico amarillo, de esos de a tres pesos. De la primera sacó un cigarro, lo llevó a sus labios, con el segundo lo encendió. La punta del cilindro con tabaco ardió con entusiasmo, aspiró el humo, lo contuvo unos segundos y con una gran bocanada lo dejó salir. Los sabores del café y del tabaco se combinaron dentro de su boca y Joel, lleno de éxtasis, cerró los ojos para desconectarse, indudablemente, de este mundo.

—¡Agárralo, agárralo!

—No se deja.

Aquellos gritos reconectarona Joel. No muy conforme, enojado en realidad, miró buscando qué era lo que pasaba. En el territorio rehabilitado, donde los canes expresaban sus cortejos de apareamiento, había dos personas, las que se gritaban entre sí para atrapar a los perros. Era una mujer y un hombre vestidos como cirujanos, con dos piezas de lo que parecía una pijama (pantalón y casaca) verde. Se debatían el turno para tratar de acercarse a la pareja canina. Joel desde la ventana no entendía tal esmero. Abajo, los empijamadosejecutaban un tipo de danza que los acercaba o alejaba de los animales.

Sus intentos eran inútiles, cansados e infructuosos, así que decidieron esperar. Fueron a las bancas —esas de parque, las viejas, las negras despintadas, las que rematan su diseño con medallones que enmarcan una figura, tal vez, de un escudo familiar o de las ilustraciones de un cuento fantástico, sí, las de tipo francés (supongo que llegaron al país con el Porfiriato y su imperante alusión a ese estilo)— y un tanto agobiados se sentaron.

Los cortejos continuaban. Pasaron varios minutos y Joel completamente intrigado seguía observando, esperando el desenlace. Los de la pijama bostezaban, intercambiaban lugar en la banca, se levantaban, reían un poco, regresaban al silencio, se miraban. Después de unos minutos se hicieron señas y el empijamado, presto, se levantó para cruzar la calle y entrar a una veterinaria. Hasta aquí Joel resolvió uno de los enigmas: los de la pijama verde eran veterinarios.

El hombre regresó con un lazoy un bozal. Luego de unos minutos logró ponerse a una corta distancia del macho. Con la habilidad y destreza del mejor cowboydel Viejo Oeste lazó al perro. Éste se resistió, pero al final sucumbió ante los dotes del vaquero. Ella, la que recibía el cortejo del ahora detenido, sin esperar más salió corriendo despavorida. Los veterinarios sometieron al can y le colocaron el bozal. Cruzaron la calle, dejaron atrás el territorio rehabilitadoy entraron a su local con el presunto culpable, no, mejor dicho, con el perro.

Joel, intrigado y con la suspicacia que lo caracteriza, comenzó a elucubrar una historia mientras se dirigía al perchero, junto a la puerta principal, donde colgaba su sombrero, el Sidney Confortnegro, el Tardan, el viejo, el que ha usado por más de 40 años:

—¿Si es un secuestro? —Aún dudaba de lo que vio.

—Tiene todas las características: lo estuvieron observando, esperaron el momento justo, lo amordazaron y el levantón. Sólo falta que pidan rescate o no, puede que ya tengan el negocio hecho. Qué tal que son parte de una banda que suministra a los puestos de barbacoa del rumbo. Dicen por ahí que con esos animales cocinan ese tradicional, sabroso y bendito platillo, porque el costo se reduce bastante.

Con esa idea en la cabeza, además del sombrero, el periodista salió de su departamento. Bajó, en pocos minutos, la escalera que lo llevó a la entrada del edificio. Corrió hacia el territorio rehabilitado. Atravesó la avenida que lo separaba de la veterinaria. Frente a él, un lugar con las paredes pintadas de color gris, dos grandes cortinas de acero enrolladas sobre un cancel blanco que resguardaba el interior adecuado para la atención de animales: jaulas, alimento, juguetes, estética, en fin, toda la parafernalia.

Joel, sin abrir la puerta del cancel, observaba el espacio. Del lado derecho, de espaldas, el vaquero y su compañera con pijama. Frente a ellos varias jaulas.

Con mucha cautela, Joel, deslizó una jaladera que fue abriendo el cancel. Sin decidirse a entrar escuchaba el diálogo entre los empijamados, que absortos en sus menesteres no daban cuenta de la presencia a sus espaldas.

—Pobre amigo, mira, se revolcó, lo zarandearon, la novia se escapó, ni cogió, y ahora lo vamos a poner listo para que pueda andar por ahí sin dejar hijos regados.

—Ni modo.

Al escuchar esto, Joel se espantó. Sin perderlos de vista dio unos pasos atrás, dejó la puerta abierta y, rápidamente, corrió hacía el territorio rehabilitado.

Tratando de esconderse, revisó con la mirada el espacio y encontró un árbol frondoso, justo para que nadie lo viera. Caminó hacia la banca francesa junto al árbol y se sentó sobre ella, ladeo su sombrero para que éste le ocultara la cara y nadie lo reconociera. Nervioso, sacó la cajetilla de Farosdel bolsillo de su pantalón, la cual, nunca dejaría de estar ahí. Después de tres intentos, el encendedor logró hacer flama y con un jalón, el tabaco se iluminó de rojo. Joel fumaba con desesperación. No tardó mucho en prender otro Farocon el último suspiro del anterior. La colilla salió volando luego de un diestro movimiento al tocar el dedo índice con el pulgar de la mano diestra. La siniestra jugueteaba con el ya inservible encargado de prender los cigarros.

En tanto, la mente del periodista masticaba una y otra vez la conversación y los hechos que, antes, había presenciado. ¿Era o no un secuestro?, ¿existía la banda clandestina de proveedores para la barbacoa?, ¿la empijamaday el vaquero eran parte del negocio?

Posterior a tantas cavilaciones, a tanto atar cabos, a la falta de la pastilla, al desesperado consumo de tabaco, Joel resolvió que sí, todo era real: el secuestro y la banda clandestina. Entonces su deber consistía en sacar a la luz públicael resultado de esa investigación. Lleno de certidumbre y sin chistar, salió con rumbo al periódico. Ya veía el encabezado de la edición matutina, a ocho columnas:

Se descubre banda clandestina de…

El vaquero caminaba de la mano de su chica, un viernes ya de madrugada, luego de una romántica cena y de los muchos mezcales. La velada pintaba para terminar con pasión desbordante.

Todo iba bien hasta que, casi, al llegar a la casa de ella, una patrulla, de esas estatales, les aventó la luz. Cuando los alcanzó, la mujer policía bajó el vidrio de su ventana y les ordenó detenerse. Ellos obedecieron a pesar de no saber el motivo. La pareja de uniformados, visiblemente pasados de peso, bajaron del auto, ajustaron sus cinturones, acomodaron sus armas, al unísono cerraron las puertas y se dirigieron a los solitarios transeúntes:

 —Buenas noches, jóvenes.

—Buenas.

—¿Por qué andan por aquí tan noche?

—Vivo ahí adelante.

—Ah, mire, qué bien señorita.

—¿El joven es algo de usté’?

—¿Hay algún problema?

—Es que reportaron a un sospechoso con las características del muchacho.

—¿Con mis características?

—Cabello largo, tatuajes, aretitos, esa fachita.

—¿Esa fachita?

—No hagas caso, mejor  ya vamos a mi casa.

—¡A dónde, a dónde, no se pueden ir! Revisaremos al  joven. Es de rutina. Joven, dese vuelta, las manos sobre la pared y abra las piernas. Usté’ también, señorita. Pareja, ayúdeme con la damita.

—¡No! ¿Por qué?

—No se resistan, les vairpior. Mejor cooperen.

—¡Qué no, no hicimos nada!

—¡Ah, se están resistiendo!

Sin pensarlo, el guardián del orden sacó un tolete y asestó un golpe en las costillas del vaquero. Éste se dobló a causa del dolor y cayó de rodillas al piso. Un par de patadas lo acompañaron. Su chica gritó. Presta, la señorita policía le recetó una cachetada que le rompió el labio. El llanto vino después.

El policía estatal pidió refuerzos con el radio portátil que colgaba de su hombro. Un par más de patrullas llegaron al lugar de los hechos. Los vecinos despertaron asustados al escuchar la trifulca. Miraban protegidos detrás de las cortinas de sus ventanas.

—Pobres muchachos, pu’smíralo a él. Con esas fachas qué esperaba.

—Sí, pa’mi que vende drogas.

—Ella se ve de buena familia, pero eso saca por andar con esas amistades. Espera, creo que es la hijita de doña Gertrudis, ¿no?

—Sí, pero, haber, pa’qué se junta con ese delincuente. Seguramente la policía ya sabía lo que hace y lo estaban siguiendo para, en el mejor momento, agarrarlo. Ya ves que ahora con todos los estudios que les dan son mejores.

—Ni modo, ya estaba de Dios. Mejor ya vamos a dormirnos no vaigasiendo que nos quieran echar la culpa de algo.

—Sí, mejor. Oye y el escuincle no será de la banda clandestina de…

El vaquero terminó en los separos. Pobre amigo, quedó madreado, sin novia, ni cogió y, bueno, lo único que le quitaron fueron las agujetas y el cinturón.

 

PD. De la banda clandestina de.. no se sabe nada a ciencia cierta. Sus inicios son desconocidos. Sigue siendo una leyenda urbana que se relaciona con las creencias, los mitos y los misterios populares.

IMAGEN

Sueño de amor I >> Óleo (137 x 96 cm) >> Alberto Pancorbo

MÁS NARRATIVA

Carta a mis memorias >> Víctor Hugo Pedraza

Yo no creo en fantasmas >> Iván Dompablo R.

Nunca es demasiado tarde >> Paloma Jiménez

Víctor Hugo Pedraza nació en la Ciudad de México el 21 de septiembre de 1977. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Es activista social, editor y poeta, autor del libro Poesía, publicado en 2014 por Baba Editorial. Ha colaborado en diversos medios y publicaciones tanto en formato electrónico como impresos. Actualmente sigue radicando en la Ciudad de México.

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