XXIII. LA COPA ROTA

por Alejandro Roché

INTROSPECCIÓN

Con mis antebrazos adormecidos sobre una mesa y mi cabeza en ellos, amodorrado cobro conciencia de mí: penumbra, humo de cigarro, música, voces sobreponiéndose las unas a las otras.

—Tomábamos un puño de chile de árbol y los triturábamos en nuestras manos, de ahí a la boca, y lo pasábamos con tragos de tequila. ¡Eso, eso era de hombres, señores!

Alzo la cabeza a donde escucho la voz de Jassiel y ahí está, en la cabecera, yo casi en el fondo y todos los demás asientos ocupados por algunos rostros conocidos y otros tantos no.

—Pues es lo único que sé y quizás es lo único que aprendí de mis tiempos de ABARQUERO, que para todo mal, mezcal, y para todo bien, también, y si no hay remedio, entonces litro y medio.

—Juancho, tienes la boca llena de razón. ¡Mesera, más vino que esta mesa tiene sed!

—Las penas con pan son menos y con alcohol, mucho menos.

—Esa música no se escucha. Silencio —habla Jassiel—, esa es una de mis preferidas—. Todos guardan silencio, hasta la espesa niebla del cigarro parece detenerse y las notas melancólicas retumban sonoramente entremezcladas con una rasposa voz de un cantante cuya silueta se desdibuja en el fondo.

Aturdido y abrumado

por la duda de los celos,

se ve triste en la cantina

un bohemio ya sin fe.

Con los nervios destrozados,

y llorando sin remedio

como un loco atormentado

por la ingrata que se fue.

Se ve siempre acompañado

del mejor de los amigos,

que le acompaña y le dice:

“ya está bueno de licor”.

Nada remedia con llanto,

nada remedia con vino:

al contrario, la recuerda

mucho más su corazón.

Una noche, como un loco,

mordió la copa de vino,

y le hizo un cortante filo

que su boca destrozó.

Y la sangre que brotaba

confundiose con el vino,

y en la cantina este grito

a todos estremeció:

No te apures compañero

si me destrozo la boca,

no te apures que es que quiero,

con el filo de esta copa,

borrar la huella de un beso

traicionero que me dio.

Mozo, sírveme la copa rota,

sírveme que me destroza

esta fiebre de obsesión.

Mozo, sírvame en la copa rota,

quiero sangrar gota a gota

el veneno de su amor.

Mozo, sírveme en la copa rota,

sírveme que me destroza

tanta fiebre de obsesión.

Mozo, sírveme en la copa copa rota,

quiero sangrar gota a gota

el veneno de su amor.

a lo Santiago, lástima tú me perdiste.[i]

 

—¿Saben por qué se mordía la boca con tanta pasión, con tanta desesperación?

—¿Por el desamor?

—¿Para olvidar el beso?

—¿Estaba loco?

—¿Por el desprecio de la mujer?

—¿Porque aún la amaba?

—No, nada de eso.

—¿Entonces por qué Jassiel? Dinos por qué.

—Los dolores del espíritu son tan fuertes y sólo se apaciguan con un dolor físico aún más grande, sólo es momentáneo, pero es un respiro, porque aquí —golpeándose fuerte con el puño cerrado en el corazón— hay penas que siempre nos torturarán.

—¿Y a ti, Jassiel, acaso habrá alguna mujer que pudiera rechazarte?

Silencio, no responde, su mirada queda al infinito. Todos en la mesa miran a la mujer de mi izquierda, señalando discretamente que guarde silencio, su pregunta fue inapropiada. Juancho interviene, agregando —Hay muertos que no hacen ruido y son mayores sus penas.

—¿Acaso no todos somos seres humanos? ¾Complementa Tyndas, el anfitrión del desayuno y otra mujer interviene.

—Sí, todos son iguales, ricos y pobres, inteligentes y brutos, todos son iguales. Aquí todos vienen a lo mismo. ¿O no, chicas?

—¡Sí!

—¡Sí, manigüis, tienes razón! ¾Responden el resto de mujeres sentadas en la mesa, no obstante hay una que discrepa.

—A veces vienen a platicar, sólo eso.

Las otras, aunque no dicen nada, sólo asienten.

—¡Sólo por eso, salud!

Me incorporo completamente y a mi derecha está Isa y pregunto —¿Cómo llegué aquí?

—Yo te traje, estabas en el camino.

Mi mente recuerda vagamente los últimos momentos.

—¿Y don Bryan, dónde está?

Sólo mueve negativamente la cabeza.

—¿Qué día es hoy?, ¿cuánto tiempo estuve inconsciente?

—Tranquilízate, mañana será el entierro.

—Come un poco, te va a hacer bien.

—¡Bello durmiente!, ¡por fin despiertas!

Jassiel dirigiéndose a mí, ordena —Mesera, por favor, atiende a mi amigo; todo lo que él quiera.

A mi izquierda una joven, coquetamente me mira y con sus dedos rozando mi rostro —¿Escuchaste?, ¡todo lo que tú quieras!

—¡Brexit! ¾exclama Isa y, quitando sus manos de mi rostro, me acerca hacia ella como si quisiera alejarme de un peligro.

—¡Ay, ni que me lo fuera comer!

Yo sólo me sonrojo sin saber exactamente qué hacer o decir.

La mesera de una belleza cautivante aunque extraña, pregunta —¿Qué te voy a dar, cariño?

—A él no le des nada, que para dar, mejor que me dé a mí.

Todos en la mesa ríen como si hubieran contado un chiste en donde yo no había encontrado la gracia. Isa trata de no reír.

—No les hagas caso. Tráele un caldo y algo de beber, que no sea alcohol.

—¡Ash, tú siempre tan aburrida! ¡Míralo, tan joven, tan guapo! —y nuevamente una de sus manos sube a mí rostro mientras la otra baja de mi cuello. Yo soy Brexit. ¿Y tú?

—Yo…

—¡Déjalo! —dice seriamente Isa— Luego luego andas de ofrecida.

—¡Ay Isa! ¿Pues dónde crees que estás? Esto no es precisamente un convento.

—Déjalo que coma.

—Bueno, sí; así va a tener más fuerza.

A lo que el resto de la mesa ríe sonoramente.

—Jassiel, pero entonces, ¿de que nos vas hablar esta noche?

—No sé, ¿de qué quieren hablar?

—¡De las mujeres!

—¡Del amor!

—¡De los mujeriegos!

—¡De las mujeres infieles!

—¿Pero es que acaso no hemos hablado ya mucho de todo ello?

—Nunca es suficiente y el alcohol siempre nos hace querer más.

—Con permiso: su caldo, limón, cebolla, cilantro. ¿Quiere algo más?

Su torso se recarga innecesariamente en mi hombro, volteo a verla: su mirada hacia arriba y sobre su rostro caen mechones de pelo que, con vida propia, bailan de un lado al otro, y cuando se retira deja un profundo aroma impregnado en mi ropa y en el ambiente.

—¿Mientras más perfumadas más putas, no? ¾comenta un hombre rechonchete sentado enfrente de mí y que además tiene una mujer en sus piernas, y mientras ella menea provocadoramente sus senos, el sumerge su rostro en ellos y ella, con la cara triunfante, mira al cielo.

—No, es para ser más bonitas.

Pero mis ojos sólo pueden mirar el meneo de caderas alejándose.

—¡La belleza de la imposible! ¾habla Jassiel llevándose un vaso de madera a la boca y señalando con la mirada hacia donde mis ojos.

—¿Acaso ves belleza en “eso”? ¾interviene un hombre barbón de rasgos hoscos.

A lo que la mesera rápidamente increpa:

—¡¡¡Idiota, de esta belleza te comiste todo, to-do!!!

Burlonamente todos ríen con estrépito, al tipo le suben los colores al rostro y Jassiel agrega —¡Ya!, ¡ya!, quiénes somos para juzgar si todos los que estamos aquí no somos más que una versión aún más informe del que tenemos al lado.

—¿Hasta tú, Jassiel?

Duda en su respuesta y termina diciendo —Sí, hasta yo. ¿Por qué habría de ser mejor que cualquiera de ustedes? —calla y agrega— Cualquiera de nosotros acaso es mejor que ella ¡Ven!, siéntate con nosotros.

—No puedo. ¿Quién los va a atender?

—Que venga el Cacaxtla, no hay mucha gente y puede el solo, y si te dicen algo, les dices que yo te lo ordené —y dirigiéndose a un joven flacucho de ojos sumidos, pelo crespo y sonrisa perene —¿Oye, te puedes encargar de las mesas de Dayana?

—Claro, señor, lo que usted ordene; faltaba más.

NOTA

[i] La copa rota, interpretado por diversos cantantes, en este caso prefiero la versión de José Feliciano.

.

TE PUEDE INTERESAR

Dejar un comentario