TRAYECTORIA DE BOOMERANG — 8

por Liliana Fassi

“Nunca tomó conciencia de que lo que hizo toda su vida, lo que les hizo a los demás, le podía costar caro… él se creía superior a todos, invulnerable…”.

Junio de 2022

Tres exalumnos se sumaron a la segunda reunión organizativa: Estela Fernández, Pablo Martínez y Enrique Moretti.

—Chicos —dijo Graciela—, qué bien que se agregaron para trabajar. En estos casos, siempre hay una pila de cosas para hacer, somos unos pocos los que laburamos y los demás se llevan los laureles.

—Al contrario, me alegra que me hayan llamado —respondió Estela.

—Por nada del mundo me perdería esta oportunidad —aseguró Enrique—. Si hay una próxima, más de uno ya va a estar muerto…

—Estela, Enrique, ¿saben una cosa? —dijo Claudia—. Desde la primera vez que nos juntamos estuvimos discutiendo sobre Nájera. Yo creo que a muchos no les preocuparía que no estuviera.

—Es más, creo que preferirían —Graciela remarcó la palabra— que no estuviera.

—Pero, chicas, fue un compañero más —intervino Pablo—. Aparte, ustedes saben el prestigio que tiene en la ciudad y, con sus conexiones, seguro que se enteraría de la fiesta y de que no lo invitamos.

—¿Con todo lo que hizo, con lo que era, vos también lo vas a defender, como hace Eduardo?

—No se trata de defenderlo. En aquel momento yo también me creía amigo de él porque me hacía participar en sus bromas. Entonces no se hablaba de bullyng, ni siquiera de maltrato. Hoy, después de media vida de ejercer como psicólogo, aprendí mucho sobre esta problemática. La verdad, me arrepiento de no haber intervenido para defender a los que maltrataba o, al menos, de haberlo frenado a él.

—Bueno —dijo Graciela—, ¡alguien que reconoce lo que hacía!

—Sí, Graciela, Nájera era realmente cruel, pero hoy también sé que quien ejerce maltrato probablemente lo ha recibido en la infancia —respondió Pablo.

—¡Claro! ¡Y porque le pegaban a él se desquitaba con los demás! ¿No te acordás de cómo le gustaba tirarles piedras a los perros callejeros? —las mejillas de Graciela enrojecían a medida que elevaba la voz.

—¡Y lo que le hizo a Gustavo fue para no perdonarlo nunca!

—Bueno, chicas —dijo Eduardo—. Lo de Gustavo fue mala suerte.

—¿Mala suerte? —se indignó Claudia—. Si Nájera lo hubiera dejado en paz no habría pasado, pero como Gustavo era tímido y no decía nada, él se abusaba. Le arruinó la vida.

—Es increíble cómo unos segundos bastan para cambiarle la vida por completo a una persona —comentó Estela, pensativa.

—Nájera era digno hijo de esa familia —agregó Claudia—. Ni siquiera les dieron una mano a los padres de Gustavo, sabiendo que no tenían para afrontar tantos gastos.

—¿Y te olvidaste de lo que les hacía a otros compañeros? —dijo Graciela—. ¿Te olvidaste de cómo le hacía la vida imposible a Susana con el apellido, porque era gordita? ¡Y claro, qué te vas a acordar! —se dirigió a Eduardo—. ¡Si eras parte de esa camarilla de idiotas que le festejaban los chistes!

—Yo no era parte de ninguna camarilla. Simplemente, algunas cosas me hacían gracia, pero no me metía. Además, no era para tanto. Lo que pasaba es que ustedes se enojaban y era peor. Pero esas bromas no eran nada del otro mundo.

—¿Nada del otro mundo? ¿Ya te olvidaste cómo le escupía adentro de la taza de leche a los más chiquitos?

—Bueno, tenía sus cosas, pero acuérdense que más de una vez salvó a alguno que estaba dando lección y les soplaba cuando no sabían algo.

—¡Sí! Todos tenemos una parte buena y una mala, sólo que a él le costaba bastante esconder la parte mala —dijo Claudia.

—Chicos, ¡basta! —interrumpió Enrique—. Parece que en vez de reunirnos para organizar algo lindo como el reencuentro después de 50 años, nos dedicamos a pelearnos por culpa de Nájera. ¡Dejemos el pasado en el pasado!

—Sí —dijo Estela—. Sigamos avanzando, que a este paso no vamos a llegar nunca.

—Yo estuve buscando presupuestos de salones —comentó Graciela—. Miren, creo que el que más nos conviene es Aramis. Me parece que, aparte de ser el más barato, desde los ventanales la vista del parque es hermosa.

—Es cierto —dijo Eduardo—. Y tiene mucho lugar para estacionar.

—Y la capacidad justa para los que vamos a ser, más o menos.

—¿Pudieron contactar a algunos? —preguntó Claudia.

—Yo tendí algunas redes y en estos días voy a saber más —dijo Eduardo.

—Y yo tengo unos datos para el sonido y la iluminación —dijo Claudia—. A esta edad nos quedaron lejos los tiempos de las luces psicodélicas.

—Falta decidir la decoración, el servicio de catering …

—No nos olvidemos de los permisos y los impuestos que hay que pagar…

—Y hay que pedir también un guardia de seguridad…

—Bueno, chicos —dijo Claudia—. Pongamos una fecha para la próxima reunión y traigamos resuelto lo que le toca a cada uno. No creo que haga falta llamar a nadie más.

*

Octubre de 2022—MIÉRCOLES

Ese día unos cuantos de los antiguos egresados coincidieron en la antesala de la Fiscalía. Aunque no era la hora a la que habían sido citados, necesitaban hablar de lo ocurrido. Susurros, manifestaciones de incredulidad y de sorpresa, miradas de soslayo, suspiros; ninguno parecía sentirse triste o angustiado.

La primera en declarar fue Claudia López.

—Usted estuvo entre los organizadores de la fiesta, ¿es así? —preguntó la Fiscal.

—Sí, doctora. Al principio éramos solamente Graciela Abadi, Eduardo Calvo y yo. Después se incorporaron Pablo Martínez, Estela Fernández y Enrique Moretti. Entre los seis hicimos todo el trabajo.

—¿Cuántos fueron los invitados a la fiesta? ¿Concurrieron todos?

—No, doctora. A algunos no pudimos localizarlos y otros están lejos, incluso en el extranjero, y no podían venir. Fuimos 37, contando tres profesoras que quisimos que estuvieran. Fueron muy especiales para nosotros.

—¿El doctor Nájera había confirmado su asistencia?

—Sí, fue uno de los primeros. Le soy sincera, doctora: Graciela y yo no queríamos invitarlo y cuando enviamos las tarjetas rogábamos que no fuera. Verlo llegar esa noche fue un disgusto.

—¿Por qué no querían invitarlo?

—Porque era de lo más desagradable, una mala persona. Yo tuve la suerte de no verlo en estos 50 años, a pesar de vivir en la misma ciudad, y cuando me habló con desprecio en la fiesta le dije que ojalá fuera la última vez que lo veía. Sé cómo suena esto en vista de lo que pasó, pero… no sé si alguien lo lamenta mucho…

—¿Por qué esa actitud, señora López?

—En el secundario fue una tortura. No sé por qué algunos lo seguían tanto, si a todos nos daba bronca ver los privilegios que tenía porque el padre era amigo del director. Cuando se pasaba de la raya lo expulsaban. ¡Era una burla! Al día después lo veíamos al padre entrar a la dirección y cuando habían pasado dos o tres días él aparecía como si nada. Y cada vez se ponía más soberbio, más irrespetuoso… varios lo odiábamos, pero no nos animábamos a decir nada.

—¿Nadie en la escuela notaba lo que estaba pasando? ¿Los docentes? ¿Un preceptor?

—Ellos no se daban cuenta de nada… mejor dicho, miraban hacia otro lado. También se sometían al poder, era increíble. Aunque hubo una profesora que intentó reclamarle al director, pero palabra más, palabra menos, él le dijo que si no estaba conforme podía hacerla trasladar… por suerte, aunque es muy viejita, todavía vive y pudo venir a la fiesta.

—Si usted no se encontró con el doctor Nájera durante 50 años, ¿por qué seguía sintiendo esa aversión hacia él?

—Porque esta clase de personas no cambia, doctora. Lo demostró esa noche. Poco más o menos me dijo que yo era una ignorante, porque no estudié y lo único que hice fue casarme y tener hijos y que él había logrado todo lo que quería en la vida. ¡Para lo que le sirvió! Yo creo que por ser como era terminó como terminó. Cosechó lo que sembró, dice el refrán.

—¿Quiénes compartieron la mesa con el doctor Nájera?

—Daniel González, lo pusimos porque era su socio; Eduardo se ofreció cuando organizábamos todo y las mellizas Fenoglio… a ellas… bueno, les tocó en suerte, pero por lo que vimos no les molestó para nada, al contrario…

—¿Algo en la fiesta le llamó la atención?

—En un momento lo vi discutir con el socio. Yo no me fijé mucho, se me ocurre que podría haber sido por algún caso que estaban atendiendo. Siempre se dijo que tienen bastantes trapos sucios que esconder en ese Estudio. Además, las chicas me vinieron a buscar para sacarnos una foto todas juntas y después no los vi más. Tampoco me interesaba.

—¿Usted fue sola a la fiesta?

—Sí, no estaba pensada para que asistieran nuestras parejas.

—¿A qué hora se retiró? ¿Lo hizo en su propio vehículo?

—Sí, me fui a eso de las 04.00 hrs. Lamentaba tener que irme, pero el domingo dos de mis nietos se iban de viaje de estudios muy temprano. Los padres no están y yo los tengo en mi casa por un tiempo. Quería asegurarme de que tuvieran todo listo.

—¿Usted sabe quiénes de sus compañeros o compañeras son propietarios de un Renault Sandero negro y de un Toyota rojo?

—Bueno, Enrique tiene un Citroën y Pablo un Sandero. El Toyota es de Graciela, fueron juntas con Estela, que está dando vueltas y todavía no se compró uno. Estela Fernández, quiero decir.

—Señora López, quiero su colaboración para identificar a los asistentes en la filmación y las fotografías. Acompañará a uno de nuestros investigadores y les dará todos los datos posibles de cada uno.

—Por supuesto, doctora. Por más que no toleraba a ese hombre, espero que encuentren pronto al asesino.

Claudia se quedó en silencio un momento y después dijo:

—Fíjese qué cosa: él creía que no había nadie más inteligente, más atractivo, más exitoso que él y sin embargo terminó así, tirado y abandonado bajo la lluvia.

***

Capítulos:

Trayectoria de boomerang 1    Trayectoria de boomerang 2     Trayectoria de boomerang 3     Trayectoria de boomerang 4     Trayectoria de boomerang 5    Trayectoria de boomerang 6     Trayectoria de boomerang 7

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La mosca y la miel >> Óleo sobre lienzo >> Tomás Castaño

Liliana Fassi reside en Villa María (Córdoba, Argentina). Es Licenciada en Psicopedagogía, graduada en la Universidad Nacional de Río Cuarto (Córdoba, Argentina). Entre los años 2010 y 2018 publicó tres libros que recrean, con entrevistas y ficciones, la historia de la inmigración llegada a su país entre las últimas décadas del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Participó en diez antologías de cuentos editadas por instituciones culturales de Argentina y de Uruguay y recibió numerosos premios y menciones en ambos países. En 2023 tres de sus obras integraron una antología editada por la revista mexicana Sombra del Aire. Colabora con revistas digitales de Argentina, Canadá, Guatemala, México, Colombia, Ecuador y España. Es correctora de textos y fue prologuista de libros de autores de las provincias de Córdoba y de Buenos Aires. Actualmente, su obra aborda un amplio abanico de temas relacionados con la condición humana.

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