TRANSFIGURACIÓN

POLTERCAST EPISODIO VIII

por Lord Crawen

“El nacimiento de cualquier ser, en todo el universo, es síntoma de vitalidad y movimiento; algunos se convierten en piezas clave para el flujo de lo que solemos llamar vida. Pero existen seres que nacen en el mismo espacio tiempo, unidos de alguna forma, para ser guías y protectores de otros. Estas posibilidades son tan mínimas de encontrarse entre nuestro mundo, ocupado y banal, más tecnológico que abierto a la naturaleza, que observarlos es completamente imposible. Aun así, algunos de ellos se encargan de que la naturaleza transcurra como debe ser, bajo liderazgo y en conjunto con ella. Perder el rumbo de sus poderes otorgados les atrae consecuencias inimaginables”.

***

La magna esfera se asoma sobre las colinas, su calor ya es latente en los campos verdes más cercanos. Los seres más alejados comienzan a observar el alba de su destino, esperando sentir los efectos del abrasador astro llamado sol por aquellos hombres de ciencia; mas, es esta misma ciencia la que no ha podido explicar las maneras en que la naturaleza trabaja.

Esta historia comienza justo en los amaneceres cotidianos, con seres mágicos entre nosotros, empoderados a la par de la naturaleza, con responsabilidades para que el universo fluya, de manera constante, tanto en nuestra tierra como en planetas aledaños.

El astro sol comienza su ascenso. El canto de un gallo, en lo alto de la montaña, anuncia su llegada. No es suficiente su cacarear para levantar el pesado astro sobre aquellos montes. Este cacarear convoca a muchos otros a elevar su canto y ayudar al astro a subir, para que el resto de la naturaleza reciba su calor. Él, a quien llamaremos Teotli, es uno de los encargados en estas tierras, de auxiliar al resto de la natura en el orden temporal de las cosas.

Su nacimiento fue marcado por los astros, en el día en que la luna proveyó de luz a las escrituras del meztli amoxtli, consignando en sus páginas el relato del nacimiento de un nuevo nahualli. En la época de los gigantes, sedentarios como las montañas y colinas, algunos bajo la furia de volcanes, otros durmientes sumidos en la tierra, Teotli fue enviado para dirigir el orden natural de las cosas.

Su trabajo inicia como el gallo líder, y en su canto convoca al resto de los gallos a entonar la canción que permite al sol elevarse sobre los gigantes.

Una vez que el astro encuentra su rumbo, Teotli abandona la colina y se transforma en un ave, recorriendo por los cielos al resto del mundo en sus dominios. Se ayuda de otras aves y de su canto para informar a los demás animales que la jornada ha comenzado.

En picada, tras organizar los cantos matutinos, cae al suelo para transformarse en una veloz liebre que salta de un lado a otro con velocidad; mantiene alertas a las posibles presas de los depredadores, aunque no a todas, porque el depredador también debe coexistir en este lugar. Teotli salta de aquí para allá, recorriendo las tierras húmedas, hasta llegar al árido desierto, olvidado —dicen algunos— por la mano de los creadores.

Pero Teotli piensa diferente. Repta como una serpiente entre las arenas, avisando a los seres vivos que el día caluroso ha comenzado y que deben salir a la superficie en busca de su alimento; su movimiento permite a algunas plantas obtener agua donde se cree que no existe.

Atraviesa los desiertos hasta donde la tierra se vuelve fría y pesada. Con fortaleza, emerge de las profundidades la garra del enorme oso blanco. Quebranta la tierra congelada, el agua transformada en hielo; gruñe con fuerza y ayudado del resto, para que los animales de aquellas frías tierras encuentren su camino. Ahí, donde el astro sol no calienta más allá de sus pieles, Teotli continúa su andar lento.

En el pináculo del astro sol sobre sus sombras, Teotli descansa en lo alto de un árbol, transformado en halcón, quien todo lo observa. Los acontecimientos de la vida siguen bajo su apogeo.

Por las tardes, Teotli ayuda a las abejas en la recolección del polen. A los gusanos apoya en cavar la tierra gruesa. Junto con las mariposas, poliniza la flora. Y en ocasiones se divierte al lado de los delfines en el mar, para llevar a otro sitio a los peces bajo el agua.

El sol cae, la luna, su madre que lo vio nacer en aquel día, lo necesita. Acude a la montaña de siempre. Bajo el cielo tornasol y penumbroso, la fortaleza del lobo líder lo llama. Aúlla con fuerza hacia el cielo. El resto de la manada lo hace. La luna asciende, el sol pasa al otro lado de sus tierras donde él no tiene jurisdicción; otra criatura se encargará del ciclo.

Teotli finaliza su jornada desde lo más alto de un árbol, convertido en lechuza. Su espíritu descansa, pero sus ojos se mantienen alerta. Así es la jornada de un nahualli.

Sin embargo, la naturaleza se quebranta, los ciclos se rompen, nada es perfecto. Teotli lo aprendió por una mala experiencia con el hombre.

Como atalaya en los cielos altos, una tarde divisó a tres personas deambulando sobre el bosque, extraviados: dos hombres y una mujer. Un hombre lidiaba con una pierna lastimada después del ataque de los lobos; el otro protegía a la mujer.

No debía inmiscuirse en dichos asuntos, mas Teotli decidió acercarse sigilosamente como un pequeño ratón. Los lobos ya estaban más que al acecho.

El hombre restante luchaba contra los canes. La mujer huía del peligro hacia la parte más oscura del bosque. Teotli decidió ir tras ella; se transformó en una liebre para ir mucho más rápido. Uno de los lobos alcanzó a lacerar el tobillo de la mujer. En el suelo, arrastrándose, rogaba por su vida. Los lobos terminarían su festín en un instante. De un salto, Teotli olvidó su trabajo y sus reglas en un solo movimiento.

Se mostró ante los lobos en la única forma que no tenía desde su nacimiento: un humano. Cual guerrero, se transformó frente a las fieras. Ellos habían comprendido que el orden natural de las cosas había cambiado. No lucharon, le dieron la espalda al nahualli ahora hombre, y se retiraron del lugar.

La mujer se arrastraba con terror todavía, mirando impávida al joven que saltó de entre los arbustos para salvarla. Creía que era un espíritu maligno, hasta que Teotli pudo hablarle en su lengua. Teotli había guardado ese sentimiento desde que nació, el del calor humano, de algo llamado amor. Su corazón latía más fuerte que cuando solía transformarse en un halcón y descender con velocidad a las profundidades; era un sentimiento poco imaginado y antinatural para su condición.

La naturaleza siguió su curso, aunque los cielos grises inundaron el panorama. Las lluvias torrenciales caían sobre esa parte de la tierra, olvidada ahora por Teotli, quien pasaba el tiempo con la mujer, curándola de sus heridas.

Resguardados en una cueva, ambos, abrazados frente al frío, pasaban los días juntos, tomando sus alimentos de las frondas, paseando entre los bosques, conversando, enamorados uno del otro. La naturaleza seguía su curso bajo días grises y nubes que descargaban sus torrenciales aguas.

Una noche, Teotli dormía, hasta que el viento frío sopló en su cuello. La mujer no estaba. Salió de la cueva en su búsqueda. Al no encontrarla, recordó cómo transformarse en un búho. Asaltó los fríos cielos oscurecidos por las nubes en busca de su amada.

En su indagatoria, decidió descansar donde una aldea hacía su trabajo de construcción. Esperó bajo la protección de un árbol, cansado; algo que jamás había sentido. La magia lo abandonaba.

Entre la gente, pudo divisar a la mujer tomada de la mano de otro hombre. Abrazados debido al frío, se ocultaban en una choza pequeña. Teotli, herido de espíritu, batió sus alas para acercarse hasta donde podría verlos. El hombre tomaba el tobillo de la mujer y, con algunas plantas, curaba la herida ya más restaurada gracias a Teotli. Un grupo de personas comenzó a gritar. Ella volteó y pudo ver en el búho, los ojos misteriosos que la salvaron aquella tarde, envueltos en lágrimas y furia; sabía que era su hombre mágico. “¡Nahual!”, profirió.

La gente salió de sus chozas. Atacaron a Teotli con lanzas y flechas. La mujer fue a su encuentro, pero él ya había emprendido el vuelo con mucho trabajo.

Una flecha bien dirigida penetró rápidamente una de sus alas. El dolor ya era más que espiritual. Una última mirada atrás. El hombre que protegía a la mujer que amó y cuidó fue quien acertó el golpe. Perdía el conocimiento, perdía la noción del vuelo, perdía la noción de su tiempo. Teotli se dejó caer a la profundidad de la oscura cueva, esperando que el dolor menguara en algún punto.

La penumbra cubría todo, incluso sus ojos. Ahí dentro ni el espíritu del nahual podía ver lo que habitaba. El silencio llenaba el lugar. Intentó transformarse, hasta que una lúgubre voz le pidió que no lo hiciera.

Una gama de ojos enrojecidos y furiosos comenzó a abrirse paso entre la caverna. Observaban al nuevo ser entre ellos, tendido en el suelo y herido. Agolpados, comenzaron a beber la sangre de Teotli.

Uno de ellos, el más sabio y viejo, se acercó a Teotli, implorándole olvidar todo lo que conocía, su naturalidad y su magia; dejar de tener temor y entregarse a la oscuridad del olvido. Le explicó que todos ellos alguna vez fueron nahuallis bendecidos por la luna, pero, que tras ese poder, existe una maldición. Si se quebranta el orden natural de las cosas, son resguardados del día, aliados de la luna, olvidados sólo para ciertos propósitos en la vida natural. La mayoría, humanos alguna vez en una transformación indebida, ahora pagaban el precio de ser criaturas aladas resguardadas en la cueva oscura cuando el sol sale.

El meztli amoxtli se abrió una vez más. Un nuevo hijo natural se vio en la siguiente luna llena.

Teotli, por primera vez, saldría para ver al nuevo elegido. Junto al resto de los espíritus nahuallis olvidados, abrió sus alas oscuras para volar junto a la nueva orden: murciélagos de la noche hambrientos de sangre.

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IMAGEN

Murciélago orejudo canario >> Grafito >> Lucía Gómez Serra

Lord Crawen, Jezreel Fuentes Franco nació el 29 de junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el IPN; luego, su pasión por la Literatura lo llevó a formar parte del Taller de Creación Literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán, y del impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en cuatro obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de Literatura del horror, en el auditorio del Centro Cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante” y actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.

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