“Estimados colegas, retomamos transmisiones. Bueno, es que este aparato es un poco extraño para lo que solemos llamar estaciones radiofónicas. Mas, eso no es importante. Esta historia comienza en un sitio muy lejano… ¡Oh!, disculpen la interferencia, estamos trabajando en algo…”
El cielo púrpura, distante, alertaba a Anneliese de una posible lluvia. Extraño, porque este nuevo espacio, al igual que la temporada, no pintaba para estos escenarios. Recorrió los verdes campos de sus cosechas hasta la pequeña casa sobre la colina; presentada ante ellos como la forma inequívoca de refugio y calma ante las tempestades.
Dentro, tomando una taza con café cultivado por sus manos, se encuentra Lothar, marido de Anneliese, quien disfruta de los placeres de una mañana templada.
—Lothar, creo que ha llegado la hora. Hay un cielo púrpura a lo lejos.
―Son sólo los matices del cielo.
—¿Por la mañana? No me vengas con eso ahora.
―Te preocupas demasiado, Ann. Estamos bien en este sitio desde hace mucho tiempo. Olvidas que ahora somos jóvenes e implacables. Hemos cumplido todas nuestras metas actualmente. Tan sólo, sorbe este café.
Lothar ofrece su viejo tazón a su mujer, quien lo deja con la mano extendida. No le queda más que salir de la casa para observar el cielo. Anneliese toma ambos brazos y comienza a frotarse la piel debido al viento recurrente que pasa sobre su piel. Lothar también lo siente, pero el café le proporciona una cierta capa de seguridad ante estos vientos.
—No me agrada esto, Lothar. Nunca había pasado.
―Y si te dijera que tal vez es un matiz que tuve en un sueño para una noche perfecta.
Lothar toma de la cadera a Anneliese y comienza a llevarla en un compás con sus pies para invitarla a danzar con el viento. La taza con café cae al suelo y se riega el restante por la fértil tierra que ellos han creado. Ann, en un primer instante, se muestra reacia al movimiento, pero luego, bajo la comparsa de una melodía susurrante de lo más profundo de su esposo, se entrega al baile.
El viento arrecia, pero no lo suficiente para detenerlos.
—El sol siempre sale por la mañana, ¿lo recuerdas? Ann, tal vez estás bajo mucha presión, quisiera momentáneamente que dejaras de pensar en todo cambio. Al final, esto es un lugar más, con atmósfera, lo cual le lleva a tener cambios. Pero siempre son cuando más los necesitamos. Tal vez nuestras futuras cosechas necesitan un poco más de agua.
―Pero… es que las nubes de lluvia no van cambiando de color. ¡Mira!
Bajo la impávida mirada de ambos, las nubes tornan en colores distintos, formando casi una elipse en ellas. El viento no emergía del cielo, sino que era arrastrado hacia él.
—Vaya fenómeno que estamos viviendo, mi querida Ann.
―¿De qué estás hablando? No tienes acaso un poco de temor.
—¿Qué temer? Este sitio nos ha provisto de todo lo que una vez soñamos; tenemos quietud y la esperanza de fortalecer nuestra juventud y una nueva tierra. Este tipo de fenómenos es por lo que estamos aquí, tal vez estamos cambiando el panorama.
Ann, más tranquilizada, dibujó una sonrisa en su rostro y abrazó a Lothar después.
―Entonces disfrutemos. Somos jóvenes e implacables.
Ambos, al compás de un recio viento, bailaban celebrando su vida. Enamorados como la primera vez, olvidaron todo lo anterior para llegar a tener la paz necesaria.
La elipse celestial, tornada en coloridos tintes, decrecía su distancia a donde los amantes.
—No mires, Ann. Las sorpresas siempre son mejores.
―Lothar…
Un colorido cielo los alcanzó. Como si fuese una batalla de destellos, la elipse que ahora era un tubular de incalculable distancia, mostraba un universo colorido de extensiones.
—Sólo mira esto, Ann querida, el hermoso cielo que he soñado para nosotros.
―¿Tú lo soñaste?
—No precisamente. Pero pedía de alguna forma, algo diferente en nuestro día a día. Siempre el sol sale, se pone, llega la luna, se pone y todo es perfecto. Qué tal un poco de sorpresas como en el mundo…
―No. Ni lo pienses, Lothar. No. Ese mundo ya no existe.
—Tú también lo has soñado, Ann. De pronto por las noches tienes memorias, sollozas, añoras, extrañas. También yo lo hago.
―Mas no hay forma de volver.
—No. Por ello debemos bórralo todo. Nos tomará un tiempo, pero lo vamos a lograr. Seremos jóvenes e implacables.
―Jóvenes e implacables.
Una blanquecina luz al final de la elipse les alcanzó. Con dolor, atravesaron el lugar sin que nadie más se los pidiera.
***
―Está hecho, señores. ¡Está hecho! —decía una voz.
―Un gran avance para la ciencia, estimados colegas —decía alguien más.
Aplausos de fondo.
―Aaaaaaaaannnnnnn.
La voz entrecortada y reseca de Lothar podía escucharse. Sus ojos podían ver la blanquecina luz sobre él, pero también una cúpula llena de algunas personas en batas blancas y otros más, en trajes blancos observando sus movimientos. Lothar se sentía extraño. Su juventud no existía más. Su cuerpo era pesado, se sentía adolorido. Dolor, sentía dolor.
―Aaaaaaaaannnnnnn.
―Doctor, puede hablar ―dijo una voz cercana a Lothar.
—Obviamente hablan. Son humanos. Les tomará un poco más retomar la conciencia y la mente. Han estado así durante tres meses. Yo sé que el aroma y el experimento son nefastos, pero observen solamente lo que tenemos. Habrá que hacer algunos arreglos con ellos, porque, la carne ya no se puede reestructurar, así como algunos órganos —respondía un médico.
―Aaaaaaaaannnnnnn.
―Amigo, ella no lo logró. Se debatió en espasmos y la perdimos. Su conciencia volvió a donde sea que haya vuelto. Pero, vamos a trabajar contigo, para que nos cuentes todo sobre el otro lado.
El doctor tomó un micrófono para hablar con los asistentes, mientras Lothar, o lo que aún quedaba de él, se batía en levantarse de una camilla, de la cual pendían todo tipo de aparatos para mantenerlo consciente.
—Estimados colegas, lo hemos conseguido, y tenemos que agradecer a los doctores Lothar y Anneliese que se prestaron para que dicho experimento fuese un éxito. Sí, su prematura muerte nos dolió a todos, pero ahora, hemos devuelto a la conciencia al doctor Lothar después de tres meses de muerto. Nos queda claro que la descomposición en él es eminente, pero haremos la prueba con sistemas de regeneración corporal. Sobre todo, trataremos de recobrar su voz y conciencia, para saber qué ocurre del otro lado. Desafortunadamente, perdimos a la doctora Anneliese nuevamente y no podrá acompañarnos, pero éste es un nuevo paso para la ciencia.
Aplausos en la sala.
Lothar quería volver, pero las máquinas no lo dejaban. Su voluntad no era suficiente para volver a morir.
―Aaaaaaaaannnnnnn.
―Aaaaaaaaannnnnnn.
―Aaaaaaaaannnnnnn.
―Aaaaaaaaannnnnnn.
Y más aplausos llenaron la sala, callando la voz del transfigurado joven e implacable doctor Lothar. Eternamente.
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IMAGEN
La bola fantasma >> Alfred Kubin., Austria, 1877-1959.
Lord Crawen, Jezreel Fuentes Franco nació el 29 de junio de 1986 en la Ciudad de México. Estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica en el IPN; luego, su pasión por la Literatura lo llevó a formar parte del Taller de Creación Literaria impartido por el profesor Julián Castruita Morán, y del impartido por el profesor Alejandro Arzate Galván. Participante de Concursos Interpolitécnicos de Lectura en Voz Alta, Declamación, Cuento y Poesía. En 2014 fue finalista del Concurso Interpolitécnico de Declamación. Participó en cuatro obras de teatro de improvisación, las cuales fueron presentadas en los auditorios de la Escuela Superior de Ingeniería Textil y en el Cecyt 15. Ha realizado ponencias en eventos de Literatura del horror, en el auditorio del Centro Cultural Jaime Torres Bodet. Publicó algunos trabajos para el portal electrónico “El nahual errante” y actualmente, se desempeña como ingeniero de procesos de T.I.